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Sylvia Earle, bióloga marina y expedicionaria oceanográfica: «Pensamos en los seres acuáticos como si fueran productos, solo en términos de dinero»

Esta oceanógrafa que ha caminado por el lecho marino y ayudado a construir sus propios sumergibles aboga por cambiar nuestra mirada hacia los peces, tener empatía y comprender que cada uno es una criatura diferente, con una personalidad propia. Solo si dedicamos tiempo a observar y estudiar las especies acuáticas, podremos proteger los ecosistemas oceánicos y, en consecuencia, nuestra propia vida en la Tierra.


Sylvia Earle posa delante de un acuario en el el Oceanogràfic de Valencia. / SINC

Sus ojos conocen los destellos lumínicos de las criaturas con branquias y se han nutrido de los colores de bosques submarinos que casi nadie verá nunca; se la nombra como “la dama de las profundidades” (Her Deepness). No es para menos: Sylvia Earle (Nueva Jersey, EEUU, 1935), ha pasado miles de horas sumergida en el mar y guiado más de medio centenar de expediciones oceanográficas, ostenta también el récord de haber sido la primera persona en caminar sin ataduras sobre el lecho marino, con más de 380 metros de agua sobre su cabeza, en 1979.

Esta bióloga de los mares, premio Princesa de Asturias de la Concordia, en 2018, pasó esta semana por España, donde dio una conferencia para todo público en el Oceanogràfic de Valencia, asistió a la suelta de una tortuga boba (Caretta caretta) —recuperada en marco del ARCA del Mar, un proyecto de conservación de la Fundación Oceanogràfic— en el Mediterráneo, e inauguró la quinta edición del Foro Marino de Ibiza, donde pudo admirar un banco de posidonias.

Con 88 años, y en la estela del oceanógrafo Jacques-Yves Cousteau, la impulsora de la organización Mission Blue continúa sumergiéndose para investigar y dar testimonio de la vida a la sombra del gran manto de agua de la Tierra, indispensable para toda la existencia en el resto del planeta.

Explora y bucea porque tiene que hacerlo, “como científica”, señala, porque es una simple manera de transportarse para entender el océano”. Y ante el asombro de la interlocutora aclara: “Si respiro, también puedo bucear”.

Dialogamos con ella junto a los peces del Oceanogràfic, en la ciudad de Valencia.



¿Cuáles son las amenazas a las que se enfrenta el océano?

El océano está en peligro por la misma razón por la que la vida terrestre está en problemas. El cambio climático significa calentamiento global. Esto es demasiado calor para muchas especies de aguas poco profundas como los arrecifes de coral, que están experimentando un declive sin precedentes. Y no solo es un riesgo para los corales, que están perdiendo su color, sino también para todos los organismos que viven en sus tejidos.

He estado buceando recientemente en Mozambique, en África, y en otras regiones, como Bahamas, constatando la declive de los corales y, también, de los peces. ¿Dónde están los tiburones? Lo que ya no vive en el agua es lo que hemos sacado de allí. Son peces que contribuyen a la salud de los corales y que nos llevamos al mercado. Nos los comemos o los vendemos, sin respetar la vida de los océanos como vida salvaje. Y solamente pensamos en ellos como productos, algo para vender. Eso está matando a los océanos y, al mismo tiempo, tiramos basura y desechos contaminantes.

El mayor problema es que, además de lo que sacamos y lo que ponemos dentro, no tenemos en cuenta que lo que hace posible la existencia de la Tierra es la vida en el océano. Sabemos que es una verdad: si no hay océano no hay vida. Tenemos las evidencias.

Entre todos los cambios que ha ido observando en estos años de trabajo, ¿cuáles son los más graves y visibles en los ecosistemas?

Vemos que el 90 % de las criaturas ha desaparecido o ha sufrido un declive poblacional enorme –entre ellos, tiburones, atunes y calamares– y esto tiene un impacto sobre la capacidad de los océanos de capturar carbono. Además, hay una clara relación entre lo que ponemos y sacamos. La Tierra es un sistema vivo, no son solo rocas, aire y agua: la atmósfera se genera por la vida en el planeta.

Habla de las necesidades del mercado de vender comida y la consecuente extracción de vida de los océanos…

Es una elección, no una necesidad. La mayoría de las calorías que consume la gente con poder provienen del maíz, el arroz, el trigo y, más recientemente, la soja (cuatro tipos de plantas que cultivamos). El 20 % restante proviene de los animales que criamos, y solo un pequeño porcentaje, de animales salvajes (pueden ser aves o pescados).

Pero, en realidad, buena parte de lo que tomamos de la naturaleza lo utilizamos para criar animales como los salmones. Y lo que consumimos por elección tiene un gran impacto en el océano.

Porque no tomamos aves silvestres para alimentar a otros animales de granja. En cambio, pensamos en los seres acuáticos como si fueran productos, en términos de dinero.

No valoramos a los especímenes marinos como lo hacemos con otros animales salvajes.

¿Cómo podemos dejar de considerar a loas habitantes  marinos como meras mercancías?

La mayoría de la gente ve a los peces en un acuario y le parece que nadan a ciegas; creen que todos son iguales. Pero si te pones en medio del banco de peces y los miras como solemos mirar a los pájaros, todos son diferentes, todos tienen cara.

Cada uno tiene una personalidad y, si estuvieras allí, verías que todos son diferentes… Al igual que cuando vemos a una multitud de gente comprando en vacaciones, todos parecen iguales, aunque todos seamos distintos.

Tenemos que mirar la vida en el océano con mayor empatía y respeto para llegar a conocerlas como criaturas y no solamente como productos.

Los buceadores de todo el mundo, cuando se meten en el océano, son testigos de esos caracteres diferenciados y hasta de maneras de curarse distintas.

«Necesitamos que la vida de los peces, de los calamares, de las ballenas, los pulpos, etc. prospere. Ellos no han aprendido aún a tener miedo de nosotros. No han conocido a los humanos como depredadores hasta los últimos dos o tres siglos»

¿Entonces, nuestra visión sobre la vida cambiará cuando podamos ver a cada pez como un individuo?

Sí, porque necesitamos que la vida en el océano prospere. La vida de los peces, de los calamares, de las ballenas y los pulpos. Ellos no han aprendido aún a tener miedo de nosotros. No han conocido a los humanos como depredadores hasta los últimos dos o tres siglos. Su vida se remonta a cientos de millones de años y somos recién llegados.

No saben que deben temernos. No hay nada en su programa de vida que les prepare para nosotros como predadores. Podrían decir: ¿qué hacen estos primates ahí fuera del océano cogiendo animales salvajes en este tiempo?

También hay algo nuevo para nosotros. Siempre hemos tomado cosas de la naturaleza durante nuestra existencia, en estos cientos de miles de años. Sin embargo, sobre todo en las últimas décadas, como nuestra tecnología nos lo permite, estamos extrayendo a una escala que no tiene precedentes y que ha sido capaz de eliminar un altísimo porcentaje de los tiburones desde la década de 1980. Estamos hablando de un mínimo lapso de tiempo.

Podemos sacar del mar especies a un nivel que está cambiando la química del océano. Hablamos de los ciclos del carbono, del nitrógeno, del fósforo, que constituyen elementos de la vida que estamos perturbando, porque interrumpimos cadenas alimentarias.

A su criterio, ¿existe la posibilidad de seguir pescando o comiendo pescado sin que esto conlleve una masacre?

Es posible. Por supuesto que podemos usar nuestros grandes cerebros para ser inteligentes. Podemos prestar atención a la nutrición. No solamente que lo que comemos sea comida sino que sea saludable, en su mayoría, proveniente de plantas, y, en la medida en que elegimos los animales, cultivar y criar de manera más eficiente. Hay que entender que las comunidades costeras de países insulares dependen directamente no de la venta de la fauna oceánica, sino de consumirla para su sustento. Ese no es el problema.

Lo que hace falta es pensar otras maneras de obtener dinero sin destruir la vida silvestre. Por ejemplo, la observación de ballenas se ha convertido en una actividad mucho más valiosa que matarlas.

¿No sabemos vivir en la Tierra sin matar?

Sí, sabemos. Y somos animales, así es que tenemos que comer algo. Elegimos comer animales. Está bien, pero hemos ido mucho más allá de comerlos. Hablamos de lo que es realista si quieres tener un planeta que siga funcionando a nuestro favor, un planeta habitable.

Nuestra propia existencia está en juego. Depende de nosotros tomar decisiones diferentes. Podemos elegir seguir haciendo lo que estamos haciendo ahora y esta es la trayectoria o podemos examinar esas proyecciones y cambiar. Hemos modificado el modo de comportarnos con las ballenas y con las aves salvajes, o con respecto al tabaquismo; hemos dejado de comer cosas a causa de nuestra salud y sabemos que lo que estamos arrojando al océano vuelve a través de la cadena alimentaria ¿Por qué queremos comer animales que están cargados de pesticidas o de productos químicos –en el mar hay microplásticos–. Te puede importar o no, pero ahora lo sabes.

¿Cambió de opinión cuando pudo caminar sobre el fondo del mar por las maravillas que vio allí?

Los astronautas vuelan alto en el cielo, miran atrás a la Tierra, vuelven y quieren contarle a todo el mundo cómo es, porque solo unas pocas personas consiguen llegar tan alto en el cielo.

Me siento una privilegiada por estar entre los pocos que han podido adentrarse en las profundidades marinas. Cuando regreso, también quiero que todos lo sepan y que comprendan las razones por las que es importante la salud de los océanos.

Puedo entender que, en el pasado, la gente consumiera especies de aves hasta su eliminación. Lo mismo está sucediendo en los océanos. Pero sabemos lo que hay que hacer: proteger al menos el 30 % de la Tierra para los pájaros, los animales, los árboles, la vida salvaje y para el océano.

Me pregunto si el turismo en barcos y submarinos puede ser una opción para ser más conscientes del valor de los océanos.

No importa lo que cueste. En mi caso, me inspiré leyendo libros. Quise ir a las profundidades con las descripciones de William Beebe sobre el destello mágico y el resplandor de las criaturas del mar. Como a los 12 años supe que quería hacer esto. Muchos años después, allí estaba, buscando la manera de ser Beebe y ayudando a desarrollar un sumergible que íbamos a usar. Sabemos que los astronautas no construyen sus propias naves espaciales… En nuestro caso, es posible y hay un creciente sentido de las posibilidades de exploración del océano.

Por otro lado, es necesario entender que la mayor parte del océano nunca ha sido visto por nadie: por ejemplo, las personas que se han sumergido once kilómetros bajo el agua ¿cuántas son en el mundo? ¿Una docena? Quizá la misma cantidad que las que han estado en la Luna.

No obstante, hay más gente entrando en el océano que la que puede subir al cielo, a pesar de los aviones. Y no se trata solamente de estar allí: es también tener el don del tiempo.

¿Alienta a los investigadores a centrarse en hábitos y sentimientos de las criaturas del mar?

Claro, ¿qué podríamos saber de las aves si solamente hubiéramos visto pájaros muertos? ¿cuánto sabríamos acerca de los perros si solo conociéramos perros muertos?

Por ejemplo, si pudiéramos llegar a dedicarle a un solo tipo de pez lo que Jane Goodall pasó estudiando a una especie de primate, probablemente pensaríamos de manera diferente sobre estos animales. Podríamos responder preguntas acerca de sus días y sus noches, lo que sienten  al sumergirse y hasta lo que saborean.

Estamos justo a las puertas de comprender lo que fue un momento iniciático de la vida en la Tierra, ya que nuestra existencia viene, en su mayoría, del mar. Y gran parte de esa existencia transcurre por debajo de donde brilla el sol.

¿Cuál es el océano más amenazado en el mundo?

El océano es solo uno. No podemos hablar de muchos mares u océanos. Todo es uno, y está en problemas. Todo está calentándose, volviéndose más ácido, agotándose y contaminándose en la fábrica la vida. Después de miles de millones de años, estamos juntos en esto: si el océano prospera y está sano, todos podremos estar sanos.

En cuanto a la contaminación, ¿cuál es la peor circunstancia? Porque oímos hablar de microplásticos, pero menos de aceites, pinturas y combustibles de la industria naviera…

Todo cuenta. Solo es una cuestión de grados. Creo que, en general, lo que estamos sacando del océano tiene el peor impacto porque es tan omnipresente y es tan nuevo que interrumpe la química del océano, la cadena alimentaria, la captura de carbono, la generación de oxígeno, lo básico de lo que el océano proporciona para mantener la Tierra habitable.

Entre todos los problemas, algo que podemos detener antes de que comience es la minería en aguas profundas. Es un riesgo que ahora todavía está en el horizonte. E implicaría un daño que en diez años podríamos magnificar irreparablemente.

¿Aún estamos a tiempo de cambiarlo?

Cada vez va a ser más difícil. Esta es la mejor oportunidad que hemos tenido nunca.

Armados con el conocimiento y con la capacidad de cambiar antes de que sea demasiado tarde, podemos decidir salvaguardar el mar profundo antes incluso de que la minería pueda empezar.

El océano es el corazón azul del planeta, que a cada persona y a cada nación debería llevar a cuidar como nuestro sistema de soporte vital. Es donde se genera la mayor parte del oxígeno y se captura la mayor parte del carbono. Es lo mínimo que podemos hacer: proteger el 30 % de la Tierra y el 30 % de las regiones del océano bajo jurisdicciones nacionales hasta las 200 millas, pero todavía queda toda el alta mar sin dueño. Nadie o todos obtenemos beneficios de un espacio que podríamos perder en este momento.

Sabemos qué hay que hacer. Se necesita coraje, se necesita sabiduría, se necesita conocimiento.

Fuente: SINC

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