“Hay un espectáculo mayor que el mar… el cielo”. Victor Hugo

Reseña histórica

Este importante paseo a la vera de la sin par playa de Las Canteras, comenzó a conformarse como tal y para disfrute de los ciudadanos en la década de los años treinta del siglo XX, concretamente a partir de los años de 1936 y 1937 en que promovido por el Ayuntamiento se urbanizó por completo el sector según proyecto del arquitecto grancanario Miguel Martín Fernandez de la Torre.

Su historia se inició cien años antes, aunque de una u otra forma se ha venido fraguando desde el mismo momento de la conquista de la isla por las tropas castellanas al mando de Juan Rejón que, según algunos historiadores indican, desembarcaron justo por donde se le dice El Arrecife, frente al Confital.

En 1840 ya aparecía el istmo de Las Isletas como “de Guanarteme”. Y también de Guanartome, mal transcrito, en un mapa de 1874, localizado, poco más o menos, por donde hoy está la calle Tenerife; y se nombraba como la Barra del Arrecife y El Arrecife lo que es hoy la Playa de Las Canteras, la Punta del Confital y casi a su lado el Cabo Cabrón y Los Caletones.

En el plano de Riudavets de 1879 es cuando con el nombre de “las canteras amarillas”, se cita por primera vez este topónimo refiriéndose a la playa como tal.

En un plano topográfico correspondiente al “Ensanche del Puerto de La Luz”, del arquitecto Fernando Navarro, del año 1911, cuando ya era imparable el proceso de expansión de la ciudad hasta entonces secularmente constreñida entre decrépitas murallas de defensa, laderas montañosas riscadas y el mar, ya se citaba de forma textual a la “playa de Las Canteras”,

Conviene el indicar como hecho histórico importante, que a raíz de la conquista de la isla y su colonización con nuevos y numerosos asentamientos humanos, se comenzó a extraer gran cantidad de piedra arenisca en la zona costera del suroeste de Las Isletas, junto al puerto conocido como del Arrecife y la prolongada barra natural allí formada, para la construcción de algunas de las edificaciones más señoriales que se levantaron dentro y alrededor del campamento o real creado por Juan Rejón a las márgenes del barranco y riachuelo Guiniguada. Y, sobre todo, para emplear los bloques extraídos como sillares en los basamentos, pilares y columnatas de la ya comenzada obra de siglos de la Catedral, así como en las fachadas, portadas, dinteles, etc., de las más nobles y antiguas mansiones de Vegueta, la Vegueta de Hernán de Porras. Aquellos trozos de roca singulares, de composición sedimentaria blanquecina, en tanto se conservaban húmedas resultaban de fácil labra debido a su especial estructura arenisca, que luego, una vez secos se endurecían y eran más fáciles de esculpir por los canteros. Historiadores y cronistas hay que insisten en que hubo allí una cantera, la que al final impuso el topónimo, famosa por suministrar el material para las pilas canarias destinadas a la destilación de las aguas para el consumo refrescante y doméstico.

El puerto natural abrigado y recogido del Arrecife, al sur del trozo de costa que se denominó Playa del Confital por lo abundante de unos guijarros especiales, calcáreos, que semejan finos y azucarados, garapiñados confites, estaba resguardado de los embates del mar por la prolongada barra que, andando el tiempo y gracias a una entrada abierta en su extremo este, convirtió el sitio en el más apto para el carenado y reparación de embarcaciones, refugio de pescadores y, por todas sus cercanías, paraje apropiado, elegido por quienes en los pasados siglos desearon celebrar alguna excursión marítima costera y comerse “un caldo de pescado con papas arrugadas”, según así lo indicaron escritores locales varios.

Pues bien; la cantería blancuzca empleada ya desde los primeros tiempos para las viviendas de los conquistadores y hacendados residentes en el real, luego villa y después ciudad de Las Palmas la suministró en gran medida la entonces alta y prolongada barra que se formaba sobre una lengua de material lávico procedente de las erupciones volcánicas que conformaban a Las Isletas y que convirtiera el paraje en una especie de gran estanque, de casi siempre quietas, bonancibles y transparentes aguas. La dilatada playa allí formada se denominó ya a finales del siglo XIX y principios del XX como de Las Canteras, por haber sido el lugar explotado al efecto, como se ha indicado.

Al haberse ido rebajando aquella natural barrera de contención hasta quedar reducida y sepultada en gran parte por las mareas, parece ser que ocurrió que las arenas arrastradas por los vientos intermitentes o fijos equinociales circularon de manera masiva y en direcciones alteradas que, con los años y los siglos, al impulso de los alisios fueron acumulándose al pie de los cerros de poniente, erosionando sus escarpadas laderas y extendiéndose sobre los llanos de Guanarteme y Santa Catalina; invadiendo en avances constantes aquella parte del litoral grancanario.

En la actualidad, al haberse edificado también todo el istmo, aunque la arena sigue llegando procedente de las bajas marinas del norte de la isla y pasa libre sobre la Barra de Las Canteras, al no tener salida al igual que antes, a impulsos de los vientos colma de tal manera la playa que ha sido preciso retirarla una y otra vez por medios mecánicos, en un dragado periódico.

Son topónimos locales y populares de la zona, muchas veces puntos de encuentro entre chiquillería y juventud entre otros las Peña del Pastel, Peña del Peligro, La Barra, la Peña de la Vieja, La Playa Chica, Punta Barraco, Punta Brava, Los Lisos, el Muro de Marrero, La Cicer, etc.

Carlos Platero

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