“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Comienza el fin de semana con nubosidad variable, temperaturas agradables

El castillo de arena (Lecturas de verano al borde del mar).

El recuerdo es una materia prima

que la lengua tiene que desmenuzar.

(Herta Müller, premio Nobel rumana)

César dejó dos billetes de avión sobre el escritorio para que ella los viera al despertarse. No sabía cómo pedirle perdón y pensó que un viaje lo arreglaría todo. Era su muñeca, su perla negra particular, y no estaba dispuesto a perderla. Pero, cuando volvió a su apartamento al anochecer, se encontró con la casa cerrada y una cama vacía. Aquella sería la última vez.

Tras su nefasta experiencia amorosa, Alina había huido en busca de ayuda y ahora estaba acogida por una fundación de ayuda a mujeres maltratadas y estudiaba un módulo sobre ecología medioambiental para olvidarse del mono de amor que le tenía loca de la cabeza. Para ella era una droga. Estaba colgada, pasaban los meses y seguía enganchada a una ilusión que le iba a quitar la vida cualquier día. Por eso me llamó.

Llevaba cuatro años en las islas, de lo anterior, en la capital del estado, mejor no hablar, más de lo mismo. Un perfil erróneo, con frases del calibre “el amor mata”, justificaban sus caídas, una tras otra, en la misma piedra. Hombres protectores con niveles muy altos de testosterona que se asemejaban a los cavernícolas de las tribus primitivas por aquello de la estrategia de caza y posesión absoluta de la pieza. Exhibición, disfrute y dominio, control sobre la belleza, fuente de placer. Ésas son las claves del éxito de los machitos que hipnotizan a su conveniencia a los corderitos descarriados de su centro.

-Yo escribía poemas, pero desde que le conocí, ya no escribo nada.

Quedamos en la Plaza de las Ranas y allí charlamos de su vida en Rumanía, de los años que hizo ballet, una afición que tuvo que dejar por su disciplina militar. Imposible compaginar la danza con más actividades en su vida. Ella prefirió empezar una carrera y dedicó tres años a los estudios de marketing en la universidad. Hablamos durante horas. Sobre todo, de los problemas con su familia. Una moral antigua y un control desmedido le forzaron a marcharse de aquel ambiente y probar suerte en España. Las palabras de su padre al marcharse se le quedaron grabadas en el cerebro como un chip: busca un marido como Dios manda, con dinero, posición y estabilidad.

En efecto, su cuello de gacela, su porte airoso y elegante, delataban un potencial artístico evidente. Aquella noche soñó que estaba en su país natal, como si nada hubiera pasado en su trágico viaje a Occidente. Era como si se hubiera pinchado con una rueca por descuido, cosas del destino. Dicen que las ranas despliegan su magia en los lugares donde habitan… yo creo que eso le despertó de su letargo inconsciente. Las hadas del sueño la habían llevado hacia sí misma, había recobrado su voz original y sus miembros de carne y hueso se movían en piruetas y gráciles movimientos de danza sobre el escenario. Convertida en una bailarina de clásico, actuaba en el Teatro Principal de su ciudad y todos le aplaudían. El público la aclamaba en pie y, en la primera fila, sus padres y hermanos lloraban de emoción, orgullosos de su gran Alina. Ella les mandó un beso y una flor, en una larga y elegante reverencia.

Todo eso me contó por teléfono al día siguiente, nada más despertarse, mientras yo desayunaba tomando un café en la ventana de mi cocina frente al mar. Yo la escuchaba con emoción cuando un perro blanco apareció sin dueño en el parque situado frente a mi casa. Era una señal. Aquella belleza abandonada me recordó a Alina, una princesa que había estado viviendo durante tantos años en medio de una soledad sin sentido.

Por Teresa Iturriaga Osa .

Foto: Tino Armas.

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