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Algo nuboso, temperaturas agradables

La Casa-Asilo de San José: Bar­to­lomé Apo­li­na­rio y el Padre Cueto por José Juan Ojeda Quin­tana

A fina­les de los años 50 el pai­saje urbano del paseo de Las Can­te­ras empezó a cam­biar, la deni­gra­ción dio paso a abi­ga­rra­dos blo­ques reple­tos de ladri­llo y cemento

Pasé mi infan­cia y juven­tud en los ale­da­ños de la Peña la Vieja. La mucha­chada se sen­taba en gru­pos o islo­tes, sobre la arena de la playa o en los esca­lo­nes de alguna casa situada frente al mar, lo cual es el caso de un grupo que se sen­taba en el acceso a la vivienda de los Ramí­rez Jai­mez, a esca­sos metros de la Casa-Asilo de San José. Lo for­ma­ban ade­más de los arriba cita­dos, entre otros, Fer­nando Díaz Cutillas y Ser­gio Alonso. En el espa­cio que va desde la Casa Roja de Ana Alzola Apo­li­na­rio, hasta el Kiosco de Segundo en La Pun­ti­lla, se encon­traba el Bal­nea­rio de Fede­rico, la casa de Matías Vega Gue­rra (donde se ubicó el Cole­gio Viera y Clavijo del Puerto), el Club PALA, la sala de bai­lo­teo Las Cue­vas, el Asilo, la casa de Bar­to­lomé Apo­li­na­rio Macías, la caseta de Galán, el bar Toledo y Juan Pérez. Ya a finales de los años cin­cuenta, el pai­saje urbano empezó a cam­biar. El cin­tu­rón de casas se con­vir­tió en lo que Berg­son admi­tió como «el uni­verso que no está hecho, sino que se hace sin cesar: con­ser­va­ción y degra­da­ción».

La deni­gra­ción dio paso a abi­ga­rra­dos blo­ques reple­tos de ladri­llos y cemen­tos, que imi­ta­ron a salien­tes men­to­nes huma­nos en sus obli­ga­dos retran­queos, que a veces inun­da­ban la arena de som­bras. Así logra­ron cam­biar nues­tros recuer­dos en nos­tal­gia. Se quiere matar el pasado de la vivienda de Apo­li­na­rio con­vir­tién­dola en pre­sente sin his­to­ria. Afor­tu­na­da­mente se ha parado el urba­ni­ci­dio, cau­te­larmente, por el Gobierno y Cabildo. Espe­re­mos que la medida se eleve a defi­ni­tiva. Nos queda el Asilo San José, edi­fi­cio-insig­nia de Las Can­te­ras. En sus nume­ro­sas arca­das, hemos visto las cabe­ci­tas de los niños inter­nos, aso­mar en busca de las estre­llas de mar. Mien­tras, en el inte­rior del edi­fi­cio se luchaba con­tra la enfer­me­dad. Pero recu­rra­mos a la his­toria de Cana­rias.

En la Desa­mor­ti­za­ción de Madoz (1860) se ven­den las tie­rras de Santa Cata­lina, cuyos lími­tes iban desde el barranco de la Ballena, siguiendo la ori­lla del mar, a La Isleta, que ya era pro­pie­dad de Domingo J. Nava­rro y des­pués de Pedro Bravo de Laguna y Joven, y parte, por expro­pia­ción, del Ramo de Gue­rra (1890). Com­pró, en lim­pia subasta al Estado, Nico­lás Apo­li­na­rio, 64 hec­tá­reas por 350 pese­tas (5,6 pese­tas la hec­tá­rea; ya en 1886 se ven­die­ron segre­ga­cio­nes hasta a cua­tro pese­tas el metro). La sen­ci­lla defi­ni­ción del límite como ori­lla del mar dio lugar a con­tro­ver­sias. Manuel Apo­li­na­rio Rodrí­guez, (padre de Pino Apo­li­na­rio Pla­ce­res) uno de los here­de­ros direc­tos de Santa Cata­lina, con la pre­sen­cia de un nota­rio, colocó esta­cas en la última hue­lla, que dejó un día cual­quiera, la plea­mar, sin atender a mareas de mayor calado como las del Pino y otras. De esta manera ocupó una parte que no le per­te­ne­cía, ami­no­rando la lon­gi­tud y super­fi­cie de la playa.

Lle­ga­mos al 1 de marzo de 1891. El doc­tor Bar­to­lomé Apo­li­na­rio, junto a Anto­nio Gómez Nava­rro, esposo de su her­mana Car­men, y padre de Juan Fran­cisco Gómez Apo­li­na­rio donan a la Igle­sia, (regida por el Obispo Padre Cueto Díaz de la Maza,), cada uno, 655 metros cua­dra­dos de los sola­res de Santa Cata­lina para la construcción de Asilo y Hos­pi­tal. Para la cons­truc­ción de los pre­dios, el Padre Cueto recu­rrió hasta la exte­nua­ción a la cari­dad del pue­blo y a apor­ta­cio­nes de Miller y Blandy. Creo que no se le ha hecho al Obispo domi­nico, el home­naje debido por su esfuerzo, la ayuda a los obre­ros, la traída a Las Pal­mas de con­gre­ga­cio­nes como el Sagrado Cora­zón.

La igle­sia de La Luz prestó 20.000 pese­tas para cons­truc­cio­nes, a pagar en 20 años, sin inte­rés, puesto que debía que­dar libre de res­pon­sa­bi­li­dad ante la Mitra. Asi­mismo. ¿Qué se puede decir de la mag­ní­fica labor de Apo­li­na­rio? Su ayuda a los obre­ros del Puerto, sus escue­las, la casa de Soco­rro. Sus esfuer­zos por nues­tra isla no tie­nen paran­gón. En su labor médica contó con la ayuda de otro doc­tor, Ber­nar­dino Valle Gra­cia, que vivió jus­ta­mente frente al Asilo, en la misma calle Padre Cueto, esquina 29 de Abril. He loado a dos gran­des hom­bres, con las mis­mas deri­va­das apos­tó­li­cas. Por ello sería una tre­menda ofensa a la memo­ria de Apo­li­na­rio derruir su vivienda, con­vir­tién­dola en otro blo­que sin his­to­ria, sin alma. De igual manera hay que man­te­ner esas ori­gi­na­les arca­das, ese sin­gu­lar y vivo edi­fi­cio, que es la Casa-Asilo. Cual­quier modi­fi­ca­ción que se haga a esos dos edi­fi­cios his­tó­ri­cos es un ata­que sin retorno, a la cul­tura cana­ria, lo que jus­ta­mente nos lle­va­ría a la deca­den­cia pre­co­ni­zada por Spen­gler y nos intro­du­ci­ría, sin más, en el prag­ma­tismo mate­ria­lista y desi­lu­sio­nante de William James.

Cual­quier modi­fi­cación que se haga a esos edificios es un ataque sin retorno a la cultura canaria.

José Juan Ojeda Quin­tana

 Artículo publicado en el periódico La Provincia

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