Ser player@, de la Playa de Las Canteras. Rafael Hernández Tristán: ” La playa era la exacta concreción de nuestra dicha, el único horizonte tangible del paraíso tantas veces soñado “

*Recuerdos de Las Canteras*

¿Tendría cuatro años cuando me perdí en Las Canteras? No sé, quizás menos. Aquel mediodía de verano de principios de los años cincuenta  mis familiares, muy alarmados después de una larga búsqueda, me encontraron departiendo amigablemente con un grupo de obreros de la construcción que estaban trabajando por la zona de la CÍCER. Ellos estaban almorzando dispuestos en círculo y me sentaron en medio mientras me ofrecían su comida, de la que sólo recuerdo unos plátanos sabrosísimos. En mi casa llevaban buscándome varias horas y cuando al fin me encontraron –habían formado distintos grupos para batir la amplia extensión de la playa- todos coincidieron en decir que había estado en muy buenas manos y que parecía que los obreros y yo habíamos hecho una entente cordiale. No sin humor, algunos de mi familia  consideraron ese momento como el inicio de mi identificación personal con las causas sociales y de izquierda. Yo pienso que también fue el comienzo de un idilio muy particular que –a pesar de la lejanía física y del tiempo transcurrido- nunca he dejado de sentir por la playa de Las Canteras.

Gracias a una serie de circunstancias familiares y personales siempre he considerado que los años de mi primera infancia constituyeron una etapa “dorada” de mi vida, pero no hubiera sido lo mismo sin  la maravillosa presencia de la playa, el primer ámbito lúdico y de libertad de mi niñez. Porque Las Canteras era, efectivamente, EL DORADO para todos nosotros, la felicidad prometida después de un curso tan aburrido como inevitable. La playa era la exacta concreción de nuestra dicha, el único horizonte tangible del paraíso tantas veces soñado.

En aquella época sólo se iba a la playa en verano, obedeciendo una liturgia que comenzaba el 24 de junio, día de San Juan, y terminaba para nuestra indisimulada consternación el  último día de agosto. Nunca supe a qué dioses debíamos tan crueles designios que el resto del año nos expulsaba del paraíso, precisamente cuando se sucedían los espléndidos días del otoño e invierno, con una temperatura deliciosa y un tibio sol que -me imagino- contemplaría extrañado la playa desierta. A pesar de todo, mientras había playa había felicidad. Y eso era lo importante.

En nuestra imaginación, las Canteras estaba rigurosamente regionalizada en zonas que tenían sus marcas y que ocupábamos con un evidente propósito de pertenencia y exclusividad. Así, nos autoclasificábamos como “los de” la Peña la Vieja, la Playa Chica, la Peña los Perros, el Balneario, el Hospital de San José, la Casa de Galicia, la Puntilla, etc. Cada grupo acudía diariamente a su zona que, al parecer, confería unas particulares señas de identidad que nos llenaban de orgullo patrio.

El uso de la playa era muy heterogéneo, tanto como nuestros estados de ánimo y de inspiración. Por supuesto que los juegos en el agua y la arena, fútbol incluido a pesar de estar teóricamente prohibido, eran los más frecuentes. El ir en grupos a la Barra era una experiencia muy excitante para los más pequeños, que a veces podía incluir el riesgo añadido de sufrir el castigo de los temidos erizos.

Recuerdo que cuando tenía unos diez años participé junto con unos amigos en la construcción de una presa en el Peñón, una roca perpendicular a la playa que hoy día está casi enteramente cubierta por la arena. La titánica tarea debía realizarse con marea alta, acarreando grandes piedras bajo el agua y por supuesto sin otra ayuda que nuestras propias manos y pulmones. El objetivo era construir un acuario natural que pudiera retener los peces durante la bajamar, que es cuando íbamos a contemplar nuestra obra maestra. Como es natural, nunca conseguimos realizar el proyecto y día tras día las piedras se caían de una manera tan implacable como iban aumentando las heridas en nuestras manos. Pero puedo asegurar sin el menor asomo de duda que, a pesar del evidente fracaso, toda la pandilla estaba muy satisfecha y para todos resultó una experiencia tan emocionante como divertida. Y es que a esas edades, en las que teníamos tiempo y energía casi ilimitados, la fe mueve montañas y la imaginación sustituye cualquier adversa realidad.

*Presente y futuro de Las Canteras*

Creo que fue a partir de finales de los años sesenta cuando comenzaron las obras de urbanización que establecieron el perímetro arquitectónico que hoy encorseta la Avenida de Las Canteras. Para mí fue una desgracia ver desaparecer uno tras otro los edificios que tenían algo que ver con mi infancia sentimental: las casas de familiares y amigos, el colegio Viera y Clavijo, el antiguo balneario y tantas referencias de mi niñez. En mi opinión, fueron sustituidos por otros edificios (hoteles y apartamentos, principalmente) con una rapidez inversamente proporcional a su armonía y estética. Lo que para algunos es algo que le da un aire cosmopolita a la playa, para mí es un muro de feísmo que, a pesar de todo, afortunadamente no puede ocultar el encanto natural de Las Canteras.

Es evidente que esa agresión urbanística ya no tiene remedio por lo que, siendo pragmáticos, lo mejor sería evitar en lo posible que se consumen nuevas aberraciones combinando medidas proteccionistas y de ordenación urbanística que garanticen la protección del paseo y de la playa de Las Canteras. Pienso que deben extremarse las normas y disposiciones que protejan las corrientes que alimentan de forma natural la playa, evitando su modificación por la construcción de muelles o diques. También creo que debe combinarse la limpieza con la educación ciudadana para el buen uso de la playa, porque cada persona que disfrute de ella debe responsabilizarse de su conservación. Y por supuesto, debe  prohibirse la realización de espectáculos masivos como conciertos, festivales y celebraciones multitudinarias diversas que son un atentado contra la playa y su entorno.

En definitiva, protección urbanística y medioambiental, limpieza y racionalización del uso, y educación y corresponsabilidad ciudadana, son las recetas que podrían mantener ese milagroso regalo que es la playa de Las Canteras, un preciado bien que algunos tuvimos la suerte de recibir casi desde que tuvimos uso de razón y que quisiéramos legar en las mejores condiciones a las generaciones que nos sucedan.

Rafael Hernández Tristán

Vicerrector de Relaciones Institucionales y Cooperación.

Universidad Complutense de Madrid.

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