“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Recuerdos de los veranos de mi adolescencia

Foto ( Concha la autora de esta historia “enredada” en el trampolín de la Peña la Vieja con Vicente, el que más tarde seria su marido.-1954-)

Las vacaciones de verano de mi época, allá por el año 1.954, comenzaban el día 24 de Junio, día de San Juan. A partir de ahí, empezaban los baños en la Playa de Las Canteras. La zona en la que yo me bañaba, era la Puntilla cerca de los barquillos. Allí me reunía con las amigas del colegio. Los domingos me desplazaba a otra zona de la Playa donde vivían mis primos. Recuerdo, que tenías que bañarte 9 días seguidos, si no te salían sarpullo según decían los mayores. Solía ir a bañarme sobre las doce del mediodía, después de hacer las tareas de la casa, que mi madre me asignaba como condición indispensable si quería ir a la Playa. Cuando terminaba con ellas, asfixiada de calor, me ponía el bañador y salía corriendo como una desesperada. Me parecía interminable el trayecto que había de mi casa a la playa., tal era el desespero por llegar al mar. Me tiraba al agua nadando y margullando, hasta caer rendida de cansancio. Luego, me tendía en la arena – no llevaba toalla -, y me tapaba con ella para que se me secara el bañador.

El primero que tuve, me lo hizo mi madre. Era de cretona con fondo verde y flores de colores. Encima llevaba una faldita plegada a la cintura con un elástico. En aquella época las jovenes éramos muy recatadas. Lo que va de ayer a hoy. Tiempos. Luego vinieron los bañadores de látex, una novedad que hizo furor entre la juventud. El inconveniente… que resultaban muy caros para aquella época. Los primeros que yo vi, los vendían en los bazares de los indios .Recuerdo que mareé a mi madre para que me comprara uno. Cuando le dije el precio, casi le da un soponcio, agarró el abanico y empezó a darse aire… creí que le daba algo. Le bailé, le canté y tanto le insistí, que al final la pobre no pudo resistirse a mis esfuerzos de conquista. Madre no hay más que una. Abrió la hucha donde guardaba sus ahorros, y me dio el dinero para mi primer bañador de verdad –de látex -. Recuerdo que era de color azul petróleo, y me quedaba como un guante. Precioso. Eso si, con su faldita correspondiente, pero más atrevida. Se parecía a los que usaba Esther Williams en su película – Escuela de Sirenas – que en aquella época hacía furor entre las jóvenes de mi generación. De ella adoptamos: su andar casi de puntillas, poniendo un pié delante del otro y andando muy derechas. Copiábamos su preparación para tirarse del trampolín, y su particular estilo de nadar sumamente elegante. No nos perdíamos ni una sola de sus películas. La cogimos como prototipo de la mujer femenina que pretendíamos ser.

El verano, era tiempo de reuniones en la playa con la familia y los amigos. Se solía ir el domingo tempranito para coger sitio y plantar la caseta . Allí nos poníamos el bañador, y se colocaban los bolsos con la comida. La caseta de mis tíos, la ponían enfrente del Club Pala – donde hoy está el hotel Reina Isabel-. Para desayunar traían churros y chocolate de la Madrileña. Luego, jugábamos en la arena hasta la hora del mediodía, en que nos íbamos al agua antes de almorzar. Recuerdo una balsa de madera con unos bidones debajo, allí íbamos nadando para tirarnos y margullar, y vuelta a subir. Éramos incansables.

Los domingos de verano por la tarde, se hacían bailes en las casas, o en las azoteas de los amigos. Recuerdo las reuniones de Marrero en la calle Ferreras, o las de Asensi, en la azotea de su casa en las Canteras. Allí empezaron muchos noviazgos que luego terminaron en boda. Y aquí me tienen ustedes, recordando aquellos tiempos de juventud, inolvidables, de hace más de 50 años.

Concha Lacoste.

Junio del 2007

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