“Me encontré en un mar en el que las olas de alegría y dolor chocaban entre sí”. Naguib Mahfouz

Sábado de buen tiempo

Texto de la intervención de esta web en las 1ª Jornadas de Ecología Urbana

Buenas tardes. En primer lugar, gracias por habernos invitado en calidad de vecinos tradicionales de Las Canteras a este debate sobre el frente marítimo. Dado que el acto está planteado como mesa redonda y abierta al debate, procuraré esbozar en breves trazos algunos de los aspectos que nos preocupan y que sufrimos los vecinos a diario y, para que no todo sea crítica y denuncia, aportar alguna propuesta de mejora de las deficiencias actuales que sufre la franja marítima que habitamos.

No cabe duda de que la zona que abarca desde el Confital hasta el Lloret o el Rincón, la llamada bahía del Confital y la misma playa de Las Canteras han sido siempre y continúan siendo una parte importantísima y emblemática por derecho natural del conjunto del frente marítimo del municipio de Las Palmas. Pero consideramos que los barrios que forman el Istmo de Santa Catalina: Guanarteme, Santa Catalina y la Isleta no lo son menos.

Quisiera distinguir por eso, lo que es el entorno natural del Confital, la costa, la playa y lo que es el entorno urbano asentado sobre el Istmo. Pues el frente marítimo no es solo una postal, un paisaje que se observa desde la distancia, desde un velero o un crucero, en ese paisaje habita gente, el paisaje engloba a su ciudadanía, ella lo crea, lo disfruta y lo padece.

Los barrios de Guanarteme y la Isleta, en el pasado reciente, barrios obreros, humildes y abandonados a la marginalidad por las instituciones municipales son hoy en día los más codiciados del negocio inmobiliario. La presión que sufren sus vecinos para vender las pocas casas terreras que distinguían su singular arquitectura y sustituirlos por modernos bloques de hasta trece plantas y buhardilla (puesto que las tradicionales azoteas están prohibidas por decreto municipal), son actuaciones con fines exclusivamente especulativos que se hacen cada día más difíciles de soportar. También en Santa Catalina, que ya sufrió los estragos del desarrollismo inmobiliario ligado a la industria del turismo en los años setenta vuelve a ser víctima de los especuladores y del afán recaudatorio municipal. Así, basta con dar un paseo por la zona para observar los innumerables derribos de casas, de las que muchas deberían estar protegidas (pero se abandonan para justificar su derribo) y las infinitas obras de construcción, – he llegado a contar ocho en una sola manzana- lo que constituye obviamente un atropello a los vecinos y dificulta la vida cotidiana y comercial de estos barrios, en los que la suciedad de las calles y la contaminación acústica sobrepasan con creces los índices tolerables. La vorágine urbanística contrasta con el abandono y la falta de dotación infraestructural, de servicios de mantenimiento y limpieza municipales. Los edificios crecen el altura y aumenta vertiginosamente la densidad demográfica (Guanarteme ya es el más poblado de la ciudad) mientras el espacio público va disminuyendo día a día. Las calles se han convertido en estrechos pasajes, sucios y oscuros; los contenedores de basura rebosan de ella, no hay aparcamientos suficientes o su ubicación es la peor imaginable (recordemos el inefable parking de la Cicer, en primera línea de playa, cuyo derribo aún estamos esperando). No hay plazas públicas ni zonas verdes, en lo que se supone es una zona turística y la más habitada de la ciudad. La degradación ambiental y la superpoblación de los barrios es palpable. Los edificios de apartamentos construidos durante el boom de los años setenta y ochenta son hoy infraviviendas,“viviendas patera”, en las que se hacina la inmigración, zonas que hoy son conocidas con el nombre de “el bronx”.

La supuesta “solución” oficial a tanta degradación, a saber: la intervención urbanística de la Gran Marina que quiso imponer la autoridad municipal en el puerto, lejos de abrir la ciudad a la costa oriental del Istmo, lejos de articular la playa con el puerto, y lejos también de habilitar los necesarios espacios libres de esparcimiento público, los cerraba y privatizaba definitivamente, levantando inmensos edificios para usos privados, fachadas cara al mar, muros que ocultaban barrios totalmente degradados a sus espaldas. Apoyamos entonces las movilizaciones ciudadanas que se opusieron a ese proyecto y que reivindicaban, por el contrario, el saneamiento de los barrios, la rehabilitación de sus edificios turísticos ya obsoletos y la modernización de las infraestructuras urbanas del puerto.

De igual modo nos opusimos en su día a la urbanización del Confital, paraje que seguimos reivindicando como espacio de carácter público y natural para siempre y que queremos ver integrado en la Paraje Natural Protegido de la Isleta. Otro proyecto abandonado por el Consistorio, probablemente porque no resulte rentable o más bien, porque el barrio de la Isleta es el siguiente depredar.

Es obvio, que la política urbanística municipal no piensa ni cuenta con las necesidades de la ciudadanía real, se rige exclusivamente por intereses recaudatorios y especulativos. Esto se puede observar en muchísimos aspectos: pongo por ejemplo la licitación indiscriminada y anárquica de obras de derribo y construcción; la sobreexplotación inmobiliaria de la franja costera que une la Puntilla con el Confital, en la que la prolongación de la avenida marítima se ha visto reducida a una pasillo que bordea los edificios; la actuación arboricida de la Concejalía de “zonas verdes y mobiliario urbano” (que por algo ya no se llama de “ parques y jardines”) y que talan o podan a matar para facilitar el tránsito de la maquinaria pesada de los constructores; el mal llamado mobiliario urbano que son paneles publicitarios que obstaculizan de forma temeraria el tráfico rodado y peatonal y el desprecio de las particularidades arquitectónicas e históricas de la zona.

Otro claro ejemplo de abuso urbanístico e invasión de suelo público es también la actual actuación en la primera línea de la Playa Chica. En este tramo, el Ayuntamiento modificó la normativa de construcción de alturas y la obligatoriedad del retranqueo en primera línea de playa, favoreciendo a determinados promotores y en perjuicio del interés general. Se derribaron casas históricas y se construye invadiendo el paseo, contraviniendo su nueva alineación y sin respetar siquiera la normativa del soleo, impuesta tras el error garrafal del antiguo Hotel Gran Canaria, otra obra especulativa que se saltó la normativa a la torera y que ensombrece la mitad de la playa chica, como todos sabemos.

Efectivamente no hay una visión de conjunto, ni respeto por los valores arquitectónicos, históricos y naturales de la ciudad y su frente costero, abunda la actuación apresurada, inconexa y meramente especulativa que hipoteca definitivamente futuras actuaciones más sensatas y basadas en criterios de sostenibilidad.

Podría extenderme con infinitos ejemplos más, pero solo nombraré algunos, relevantes respecto al uso y disfrute de nuestro frente marítimo: como son, la inaccesibilidad de la costa para personas con movilidad reducida, la inadecuada iluminación, a saber, contaminación lumínica en la avenida y oscuridad en las calles, el inadecuado sistema de limpieza y recogida de basuras, la ausencia o abandono de zonas verdes y por último, en lo que a la misma playa se refiere la urgentísima necesidad de retirar la arena sobrante que amenaza con destruir los arrecifes y sus fondos marinos.

Además, los ciclos naturales de las corrientes marinas y los movimientos de arena están constantemente amenazados por intervenciones como la colocación de diques o de playas artificiales en la costa norte con el fin de expandir su explotación turística. Estos artificios redundan por un aparte en la privatización del uso de la costa y por otra, ponen en serio peligro tanto el equilibrio natural costero y marítimo como la práctica tradicional de deportes acuáticos, como el surf, el buceo, etc., y así lo vienen denunciando desde hace tiempo los propios deportistas y los movimientos ecologistas.

Termino con una petición general y un saludo al sol, y es que debemos continuar exigiendo que las actuaciones sobre nuestro entorno urbano y costero se rijan por las necesidades reales de la ciudadanía y consideren el espacio público, el poco espacio libre que va quedando no como una posibilidad de negocio (al estilo Woermann o la Gran Marina) sino como una oportunidad de construir una ciudad más habitable para todos, de generar espacios que favorezcan la convivencia ciudadana y el respeto de su entorno natural y paisajístico, pues ellos son nuestro verdaderos recursos, el valor económico real. Lo contrario solo deriva en ingentes beneficios para pocos (el sector empresarial ligado a la construcción), pero el empobrecimiento y la pérdida de recursos para la generalidad y las generaciones futuras.

Sandra García Reina/miplayadelascanteras.com

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