Próximo a los 50 les aporto mi currículum para las oposiciones de «playero mayor» de Las Canteras:
Nacido y criado en la calle Ferreras, conocedor como nadie de La Puntilla y Confital cercano, pescador de alguna que otra fula con las lombrices que vendía don Gregorio en el estanco de Doña Consuelito.
En tal significativo lugar recibí alguna que otra pedrada y tuve el honor, creo recordar, de alguna patadilla del amigo Roque que más tarde fue jugador de Las Palmas e insigne Concejal. Campeón de correr delante de los guindillas y primer acojonado cuando asomaba el cabo Medina con su vespa.
Las mañanas temprano, en ocasiones, acompañaba a mi tío Pancho a dar de comer a las gaviotas (Venían a cientos nada más verle) y algo aporté a su increíble museo de «cosas encontradas en la playa». Aprendí a saltar desde el muro de La Puntilla siempre a punto de partirme la crisma y siempre ante las amenazas del os pescadores de rajarme el balón con el que jugábamos.
Mas adelante maestro de “calimbre”, saltador de primera de “churro”, as del “pañuelo” y gran maestro de coger pulpos.
A medida que uno crecía avanzaba un poco más hacia el centro de la playa y así llegue a ser parte y en ocasiones cofundador de famosísimas pandillas como la del “reloj” y la del” Hospital San José”. Guía de primera de la barra , artista del ascensor y del buceo sin fija y sin fusil (inventor del snokel??).
Arrasador de pibas, gran saltador de la Peña del Pico y del Pastel, maestro insuperable del “clavo”, “sebador” de olas no superado jamás y ya por último guitarrero y cantador nocturno.
Paseador de novias de La Puntilla a la Cicer con más kilómetros por noche que una etapa del tour y fantasma de primera clase echándole piropos a las guiris por si alguna te hacía un poco de caso contarlo por todos los confines playeros corregido y aumentado hasta el infinito.
En época estudiantil cantante de bares, “tuno parchero” al ataque del “Cerdo que Ríe”, “Colon Playa”, “El Siesta” etc..
Ahora, recordando a mi padre , de los primeros que «echó la casa abajo» para construir un hotel-residencia “El Marola” y que jamás dejó de ir a la playa ni un día hasta que allí encontró el eterno descanso como él quería (cerca del mar y de las rocas). Solo me queda mirar como se amontona la arena y aquellas lejanas rocas ya bordean la orilla y viendo épocas de abandono y otras que parecen de recuperación, en fin espero que mis méritos sean suficientes para que cuando camino por la avenida, ya casi abuelo mirando al horizonte y esperando ver a algún-a viejo-a camarada para criticar un rato a todos y todas; espero que se note y la gente con admiración susurre.»ahí va un playero mayor»