“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Comienza el fin de semana con nubosidad variable, temperaturas agradables

Un recuerdo a un gran equipo por Juan Boza Chirino

Repasando las fotos antiguas de la web: miplayadelascanteras.com, me encuentro con una foto del equipo de entonces del Real Club Victoria.

Tenía por esas fechas cinco años y debo reconocer que soy como era un enamorado de la libertad. Así muchas veces cuando me buscaban en casa, no sabían dónde estaba, sí en la playa o dentro de un armario jugando a las guaguas.

Con otro amiguito llamado Tomasito, un domingo, caminando, caminando, llegamos a la Puntilla, nos paramos delante del cine Hermanos Millares, nos detuvimos viendo carteles de películas, no entendíamos de artistas, pero los dibujos nos agradaban. Serían las cuatro de la tarde cuando salimos.

Desde el cine, vimos que la calle seguía recta y que la “Pepa” ( el tren con máquina de vapor que iba del Puerto a Las Palmas) hacia la maniobra de vuelta a Las Palmas. Fuimos atraídos por el ruido característico que producía el escape del vapor por sus válvulas. Aquella mole negra deslizándose lentamente por los raíles, ya brillante por el uso, nos dejaba ensimismados, oyendo en nuestro silencio interno, cada vez más enérgico los rebufe del vapor. La biela lentamente hacía girar la rueda grande, a cada rebufido, avanzaba un poco más, así hasta que cogió la marcha y dirección al parque Santa Catalina siguió su itinerario.

Ya que estamos aquí,acordamos. ¿Por qué no seguir mas adelante? Teníamos de orientación para el regreso el cine, era fácil. Efectivamente seguimos recto. ¡Que sorpresa! era la primera vez que yo veía un castillo de verdad.

La acera de la calle Juan Rejón, tocaba con el agua del mar y no dos dejaba acercar al castillo, la marea estaba llena (pleamar) solo pudimos contemplarlo de lejos, pero contentos.

– ¡Mira que hay barcos por aquí! eh Tomasito.

– Montones.

Un poco mas adelante encontramos un muro que seguía por toda la acera, de vez en cuando aparecía una puerta grande. Una de estas puertas estaba abierta, y metimos la cabeza a la vez.

– ¿Qué hay aquí Juan?

– Mira que barco tan grande sobre la tierra y no se cae. Es altísimo.

Para nuestra edad y nuestra estatura un barco de pesca de altura, era un trasatlántico. Estabamos en el varadero de La Gran Canaria.

Desde luego llevábamos un domingo de emociones tremendo. D. Cristóbal Colon a nuestro lado, no tenía color.

En esto que vemos gente y más gente que por las calles de los alrededores y donde las guaguas dan actualmente la vuelta en el puerto como fin de trayecto, se dirigían a la entrada del muelle. En aquellos años era un descampado, pero ahí estaba un solar rectangular amurallado, que a su vez en su interior y también de forma rectangular una valla de madera, su altura justo llegaba a la cintura de los hombres, nosotros pasábamos por debajo con suma facilidad.

Decidimos entrar, el portero no nos puso ningún tipo de impedimento, todo lo contrario nos dijo

– Por allí.

Y por allí nos fuimos.

La gente hablaba en alta voz, recuerdo, que casi todos a la vez. Nunca habíamos visto tanto gorros negros juntos, soldados de tierra y marinos. Estabamos en otro mundo.

De pronto vimos salir de un rincón un grupo de hombres con unos zapatos diferentes a los normales, pantalones negros corto hasta las rodillas y camiseta con rayas blancas y negras. Por otro de los rincones, otra hilera de hombres, pero esta vez con los mismos tipos de zapatos, pero los pantalones son azules y las camisas blancas. Tomasito me dice.

– Juan ¿ya estamos en carnavales?. Fíjate ahora sale uno vestido de luto.

– Me parece que van a jugar a la pelota, el de luto trae una en la mano.

Efectivamente, se trataba de un partido de fútbol. Estabamos asistiendo a un clásico de aquellos tiempos: El Victoria y el Marino.

Ese día gano el Victoria, y desde entonces hasta que nació el equipo representativo de Las Palmas de Gran Canaria, fui un victoriano.

A la media parte, se preveía un entretenimiento. En el centro del campo salían dos boxeadores, que aun a las gentes las ponía más eufóricas para el segundo tiempo.

De regreso a casa, que ya caía la tarde, dos soldados marinos, nos paran y nos preguntan: ¿Qué equipo es el mejor? ¿El Victoria o el Marino?.

Respondimos a la vez Tomasito y yo: El Victoria. Uno de los marineros nos dio a cada uno “una perra gorda” diez céntimos de entonces. Como recompensa.

Salimos corriendo y contentos hacia el cine Hermanos Millares y por la orilla de la playa regresamos a casa, con la buena suerte de encontrarnos con Miguelito el de los barquillos. Le dimos la perra gorda, dimos vueltas a la ruleta y merendamos barquillos.

Desde aquí mis mejores recuerdos para un Club tan emblemático como es el Real Club Victoria.

Juan Boza Chirino.

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