Calle Pelayo
Don Pelayo (?-?, 737) es uno de los personajes más enigmáticos de nuestro pasado.
A su reconocido papel al frente de la resistencia cristiana frente al dominio musulmán, se le opone un desconocimiento prácticamente total sobre su trayectoria, que ha llegado a nuestros días enturbiada por la manipulación posterior que las Crónicas hicieron de su figura, hasta convertirla en el origen legendario de la Reconquista.
A raíz de la derrota y muerte del rey Rodrigo frente a los invasores árabes, en la batalla del Guadalete (711), se produjo el súbito colapso del reino visigótico y la caída de la península Ibérica en poder de los musulmanes. Según las crónicas musulmanas, Pelayo estuvo en Córdoba como rehén. Alrededor del 718 organizó en el norte una revuelta contra el pago de los impuestos exigidos por los nuevos gobernantes, que desembocó en una guerra abierta.
Aprovechando su conocimiento del terreno, los sublevados acosaron a las tropas árabes, poco habituadas a combatir en regiones tan abruptas y con un clima tan frío. En el 722, Anbasa, gobernador árabe de la península Ibérica, envió un ejército para aplastar, de una vez por todas, la revuelta. Pelayo y sus seguidores atrajeron a la fuerza expedicionaria, compuesta seguramente por unos pocos miles de efectivos, que ya habían logrado diversas victorias, hasta los valles de Covadonga, donde cántabros y astures se habían hecho fuertes. Su formidable posición defensiva no pudo ser conquistada ni por las tropas beréberes, acostumbradas a combatir en terreno montañoso, que formaban parte del contingente musulmán.
Por último, los atacantes se vieron forzados a emprender una retirada que se tornó desastrosa cuando Pelayo se lanzó en su persecución hostigándolos sin tregua. Al fin, posiblemente, tras haber reforzado sus efectivos, entabló combate franco y derrotó a los musulmanes en Olalíes (actual Proaza), tras lo cual estableció su capital en Cangas de Onís.
Don Pelayo se convirtió para los españoles en el primer héroe de la Reconquista, y como tal fue celebrado no sólo en crónicas y romances medievales, sino también en extensos poemas como El Pelayo (1605) de Alonso López Pinciano, y en numerosos dramas del Siglo de Oro, los más conocidos de los cuales son El último godo, de Lope de Vega; La restauración de España, de Luis Vélez de Guevara, y El restaurador de Asturias, de Juan Bautista Diamante. Con el Neoclasicismo, la figura volvió a los honores de la escena en la tragedia en verso y en cinco actos Pelayo, de Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), destacada pieza de la serie de tragedias neoclásicas que los escritores españoles del siglo XVIII escribieron imitando a Corneille, a Racine e incluso a Vittorio Alfieri. El héroe godo apareció asimismo en la tragedia en tres actos Pelayo, de Manuel José Quintana (1772-1857), representada en 1805. Ya en el Romanticismo, José de Espronceda le dedicó también un poema, inacabado, titulado Pelayo (Fernández, Tomás y Tamaro, Elena. «Biografia de Pelayo». En Biografías y Vidas).
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