Solo los osados apuestan por sus sueños. Miguel Rodríguez es un soñador y un osado, uno de esos hombres capaces de mover montañas con su insistencia y con todo lo que él cree que aportará belleza a este planeta y a esta vida tan necesitada de imágenes y de palabras bellas. He visitado el Belén de Arena de Las Canteras en otras ediciones, pero no ha sido hasta este último año cuando he podido hacerlo acompañado por Miguel, siguiendo sus explicaciones, asombrándome todavía más de lo que ya intuía que era un proyecto con muchas horas de dedicación y con mucho trabajo previo. El forjado, el mantenimiento, el diseño, la búsqueda de los escultores, el mal tiempo, las noches sin dormir, todo lo compensa la belleza que luego nos regalan a quienes paseamos siguiendo las formas y las facciones de unas imágenes impactantes, casi milagrosas si pensamos que se han construido con arena y que solo perdurarán en nuestra memoria o en la memoria de las imágenes.
Todo ese esfuerzo es para algo efímero, como la vida, como el tiempo, como esas mareas que van y vienen borrando todo lo que trazamos alguna vez en la arena. Y luego está la promoción de la isla y de la ciudad, el recorrido de ese proyecto por todo el mundo, el resultado de ese tesón y de esa creencia inquebrantable en un sueño. Ya no entenderíamos las navidades de Las Palmas de Gran Canaria sin ese Belén de Arena que hace mucho tiempo atisbó Miguel Rodríguez en medio de la nada, o entre esas huellas que va dejando el viento cuando mueve el jable como si acariciara la silueta de una playa dormida en la memoria. Al final solo vale lo que se concibe bello. Y esa arena convertida en arte durante unos días se convierte en un espacio destinado a la belleza muy cerca de donde el océano también nos enseña que lo efímero también deja un rastro divino en quien lo observa.
Santiago Gil