Había un juego que llamábamos «calimbre», supongo que derivado de calambre, corriente eléctrica de 125 ó 220.
Si me equivoco, que me corrijan. Hace por lo menos 57 años que no lo practico ¡Ay mi madre! Pero bien, aquí estamos y podemos contarlo y que ustedes lo lean.
Bien, vamos a ver si me acuerdo. Los participantes, un suponer, podían ser ocho. Se hacía un sorteo y dos quedaban en el cometido de correr detrás de los otros seis y tocarlos sin tener que sujetarlos. Para comenzar, se ponían los seis que habían «librado» a un par de metros de los dos |restantes y, a la voz de «a la una, a las dos y a las tres», a correr se ha dicho. Si alguno de los dos alcanzaba y tocaba a alguno de los seis, lo llevaba a la pared de la Avenida, pongo por ejemplo, y quedaba custodiándolo mientras su compañero corría de un lado para otro, detrás de los cinco restantes. La labor de los que quedaban libres era provocar la salida del “guardián” y tocar al de la pared para liberarlo. Llegado el caso de estar tres o cuatro tocados en la pared y que se pudiera tocar a alguno de ellos, sin que nos tocara el guardián, gritábamos ¡calimbré! Y, como el tocado estaba cogido de la mano, con los otros, la corriente pasaba a todos y salían embalados, libres de nuevo. ¿Está claro? Creo que esto lo va a entender quien lo haya jugado alguna vez. Con voluntad ha sido.
Texto y dibujo: Vicente García Rodríguez
[mp_ads_system ads_system_select=»133781″][mp_block_8 post_tag_slug=»Juegos, » post_sort=»rand»]