Herman Christ es uno de esos visitantes ilustrados que escribió sobre Canarias en el siglo XIX. Le asombró el paisaje canario y utilizó nuestra botánica como excusa para viajar. En la literatura de la época es uno de los pocos que habla de La Isleta de Gran Canaria. En su diario de viaje, primavera del año 1884, justamente cuando estaba visitando la meseta de La Laguna y bajando a Santa Cruz de Tenerife, escribió:
…divise Gran Canaria claramente ante mí. Son las formaciones montañosas más bonitas que alguien pueda imaginar, de suaves contornos, aunque más majestuosas que la que he visto en nuestra tierra. Se distinguen con claridad la Isleta, el promontorio en el noroeste de la isla e, incluso, cuando se levantó el manto de nueves, pudimos ver, durante algún tiempo, las crestas de la parte principal de la isla. Estas vistas desde Tenerife de las islas vecinas, boscosas y montañosas, son una delicia: desde Santa Cruz se ve Gran Canaria…
La isleta surge del infinito azul con las más puras y atrevidas líneas, de un fogoso color pardo rojizo.
Es imposible describir en estas breves líneas las condiciones ambientales y los valores geomorfológicos de este Espacio Natural Protegido. Un lugar de aproximadamente unas 560 hectáreas de terreno volcánico, dentro del municipio de Las Palmas de Gran Canaria. Un campo de volcanes del cuaternario, o sea, de los episodios más recientes del vulcanismo canario.
La isleta es un islote. Parece evidente, pero esto le proporciona una gran personalidad: rompe la silueta circular de Gran Canaria, su construcción ha posibilitado la existencia de la Bahía de El Confital y también de La Luz, lo que es lo mismo, la playa de Las Canteras y el Puerto de La Luz. Esta posición y mérito constructivo le conceden a este islote una enorme personalidad paisajística.
Hoy en día, Herman Christ, no reconocería a esta Isleta. Prácticamente está siendo “mordida” por sus cuatro puntos cardinales. Por un lado, el Puerto sigue su avance: vertidos, extracciones, explanadas, etc.. Por el otro, El Confital y los proyectos urbanísticos. En su interior los militares, que es bueno decirlo, durante años han salvado los volcanes de la vorágine urbanística, pero ellos también crecen y avanzan en los malpaíses de La Isleta. Ahora el uso provisional de la prisión militar y el albergue para los inmigrantes.
Sería interesante que los que miran para La Isleta, piensen además, en la conservación de un espacio natural y que algún día pueda ser de uso libre ciudadano.
En 1954, la bahía de El Confital se convierte en el mar tenebroso de la película Moby Dick, la ballena blanca, con Gregory Peck y John Houston. Quienes vivieron el rodaje nunca olvidaron la experiencia