Me doy un paseo por Las Canteras a esa hora que Manuel Padorno lo solía hacer para huir del fuerte so! del mediodía, me encamino hacia Punta Brava, y me detengo frente a su casa. Bajo a la arena, y camino por la orilla, cojo algunos pequeños callaos que quizá pisó hace sólo unos días, veo su huella hasta en las olas que serenas mojan mis pies.
Me entra una angustia indefinida porque me doy cuenta que ya nunca más pasearé con Manuel por la playa. Pero al mismo tiempo reflexiono que la luz de Las Canteras me tendrá unido para siempre a este amigo del alma, con el que tener una conversación era un premio para el espíritu y para el intelecto.
Manolo Padorno era un ciudadano universal, y por lo tanto, de toda Las Palmas de Gran Canaria, una ciudad a la que amaba profundamente. Disfrutaba tanto estando en Vegueta como en La Isleta. Cuando iba al CAAM, a la Casa de Colón, al Museo Canario, últimamente a la calle Pérez Galdós, sede de la Academia Canaria de la Lengua por la que tanto luchó, lo hacía siempre en taxi, o lo llevaba algún amigo.
La geografía de la capital se la conocía de memoria, pero sus preferencias coincidían con las mías. Las Canteras, el Puerto y Vegueta/Triana. Hubo una época hace años que jugábamos alguna noche al billar, y muchas coincidimos con Diego Talavera, Paco Cansino, Pepe Alemán, Pepe Tristán, y otros muchos amigos.
Siempre hacíamos pareja, y una noche llegaron dos jovencitos con sus tacos de billar, calzaron los veinte duros en la mesa, señal que jugarían con los ganadores, y nos tocó a Manolo y a mí enfrentarnos con los avezados billaristas. Manolo me dijo susurrando “Feluco, tú limítate a colocar las bolas, dame ventaja para cuando me toque tirar a mí”, y así lo hice. Manolo, una vez más, hizo poesía jugando al billar, y él solo ganó la partida. Generoso hasta con el perdedor, se quedó jugando con nuestros rivales otras partidas y, cómo no, se hicieron amigos
Porque ésa era la gran virtud de Manolo, que era amigo hasta de sus enemigos. Todo el mundo lo quería, todos amábamos a este ciudadano ejemplar, que en los últimos años apenas si se alejaba de Las Canteras. Nómada de la luz, se hizo sedentario de la rubia arena “es que ya me canso un poco si camino mucho, sigue tú y nos vemos a la vuelta” me decía cuando íbamos a caminar por la playa. Preocupado por todos y todo, cuando veía algún fallo o problema, me lo contaba rápidamente. “A ver si escribes sobre esto, hay que mejorar la cara de la ciudad”.
La luz de Padomo se me ha ido, pero cuando miro hacia la Peña la Vieja lo veré siempre pintando, o escribiendo un poema, una prosa, un artículo, y eso me conforta.
RAFAEL G. MORERA
mayo del 2002
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