Hacía tiempo que no nos veíamos. Solíamos pasear por el bulevar, compartiendo risas y chuches, mientras los turistas se agolpaban por las calles. Nos reíamos de los “guiris” y les sacábamos motes, dibujábamos sus caras sonrojadas. Perfilábamos un mundo mejor. Veíamos los diarios en conjunto, y discutíamos sobre los vaivenes políticos. Asomábamos las narices por las tiendas, en busca de abalorios que sortearan nuestros pensamientos.
Las tardes se convertían en murallas de tiempo que van desplomándose con el sol, y ceden su rigidez a la locura de la noche. Solías decirme cosas al oído, hablar en voz baja, caminar cogido de mi cintura. Tu voz me guiaba en la oscuridad de las calles, y en las esquinas que huelen a muerto. Salíamos airosos de todas las tramas, y auscultábamos el aire en busca de otros que nos sirviesen de comida, y cuando llegábamos a casa, hacíamos el amor.
Hoy he pasado por el lugar en que nos conocimos, y me ha parecido verte de espaldas. He tenido la tentación de acercarme y darte la vuelta, como si estuvieras allí, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel bulevar, como si las noches solo fuesen cuerpos sin cabeza. Pero me retuve, y sentada tras tu espalda, escuché nuestras risas, mecidas en el tiempo.
La investigación señala que los ecosistemas marinos del Archipiélago juegan un papel esencial en la calidad de vida de los canarios, proporcionando los servicios necesarios para sostener su economía por lo que su protección se revela como absolutamente vital