La misión de Sumie Osanai, la niña de Hiroshima

Sumie Osanai (Hiroshima, 1943), vecina de Las Canteras, tiene una misión. Nacida dos años antes de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica sobre su ciudad natal, conserva en su memoria imágenes nítidas de aquel momento y también de lo que vino después, gracias a la perseverancia de su padre, Masato Masaki, que no quiso que olvidara.

Han pasado muchos años, pero el peligro de una nueva hecatombe atómica no pertenece al pasado. “Hay 25.000 bombas atómicas en el mundo”, constata Sumie Osanai antes de agregar: “Me sentía con la obligación de contar lo que me explicó mi padre”.

En 1972 llegó a Las Palmas de Gran Canaria y desde hace unos ocho años forma parte de un equipo de personas empeñado en contar esta realidad en los colegios de Canarias. 

“Se piensa que es un problema de otros, pero es un problema de todos”. Las corrientes oceánicas y las aguas subterráneas dispersan la contaminación radioactiva por el planeta, advierte.

El 6 de agosto de 1945 Sumie tenía 2 años y se había trasladado con su madre y cinco de sus seis hermanos salvo la mayor, Fumico, a la vecina provincia de Yamaquichi, más segura entonces que Hiroshima. Masato trabajaba en los astilleros militares y, en pleno esfuerzo de guerra, no podía soñar con marcharse de Hiroshima. 

Aquí vivía con Fumico, su hija mayor, que estaba encargada de atenderlo en casa. Corría el verano de 1945.

A las 8:00 horas de la mañana del día 6 de agosto, Masato cogió el tren para ir al astillero en las afueras; a las 8:15 cayó la bomba. 

“Mi hermana mayor, que hoy tiene 91 años, estaba en la cocina, oyó el ruido, el techo salió volando y vio un arco iris de colores fuertes”.

Tras la bomba: el caos. Masato contempló el hongo atómico desde el tren en que intentaba llegar al astillero, y regresó caminando a la ciudad en ruinas. “Todos los hombres del tren habían dejado a sus familias en Hiroshima”. 

Personas que caminaban como zombies, con la piel quemada, -tanto que no había distinción entre hombres y mujeres-, forman parte de una multitud que se dirige al río Uyi en busca de agua para beber. 

En el río contaminado por la radiación flotan cientos de cadáveres y al día siguiente, con el calor y la humedad del verano, los cuerpos se llenan de gusanos, explica Sumie, que empezó a escuchar las historias de su padre a los 10 años. Después vinieron las enfermedades, las consecuencias de la bomba llegaron a los nietos de los que sobrevivieron.

Sumie Osanai, introductora de la filosofía budista Soka Gakkai en la isla, dedica ahora sus esfuerzos a luchar contra el olvido.

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