Foto: Juan González García, con bata blanca, junto a integrantes de la tertulia de la peluquería Gentelman.
De siempre las barberías han sido lugares propicios para la tertulia. En su interior, mientras el barbero pela o afeita, suelen juntarse varias personas para cambiar impresiones sobre la actualidad, evocar otros tiempos o saber de los amigos. Acaso lo que le da un aire distinto a la tertulia de la peluquería Gentelman, en el número 79 de la calle Secretario Artiles, es que tiene lugar en el exterior del establecimiento, adecuado al efecto por el barbero Juan González García. Es difícil, entonces, decir si ésta es una barbería que tiene una tertulia o se trata más bien de una tertulia que tiene una barbería.
El grupo varía según el día. A veces llega a tener hasta quince participantes. Esta mañana soleada toman parte en la tertulia de Gentelman seis caballeros, incluido Juan, al que es fácil distinguir como el barbero, más que nada por su bata blanca y por los peines y cepillos que asoman de su bolsillo superior. Con él, bajo la sombrilla de playa sujeta en un pie de helados Frigo, se encuentran Vicente Rodríguez Bermúdez, Juan García Martín, Juan Hernández Rosa, Andrés García Gordillo y Ángel Hernández Valerón, al que sus amigos conocen como Manolo El Guapo.
Juan abrió este negocio en 1964 junto a su hermano Manuel. Antes, el local fue una latonería y previamente, en los años veinte, una mancebía. En 2013, con la peatonalización de Secretario Artiles, Juan comenzó a sacar la sombrilla y las sillas de playa para recibir a los amigos que hasta entonces se citaban en el interior. Hoy el conjunto hace una estampa pintoresca ante el dintel de bandas azules, blancas y rojas, y el letrero que pone Peluquería Gentelman, con la segunda “e” del nombre propio, rítmicamente torcida.
Todos los tertulianos se cortan el pelo en Gentelman, y, a fuerza de costumbre, no necesitan dar indicaciones al barbero. “Juan conoce bien nuestras cabezas”, explica al respecto Juan García. En materia de cabello, pues, cada cual tiene sus preferencias, como ocurre por lo demás en la política, uno de los temas recurrentes en sus conversaciones: hay quien se peina con la ralla al centro y hay quien lo hace a la derecha o a la izquierda. En cualquier caso éste es uno de los asuntos que apasiona a Juan Hernández Rosa, que se enciende al hablar de “la defensa del suelo que estamos pisando, de nuestra tierra”, aunque también se enardece cuando menciona “las antenas de telefonía, que provocan cáncer”.
Pero si hay una materia estrella en la tertulia ésta es, sin duda, el género lírico. Juan es un gran aficionado a la ópera y la zarzuela -está abonado a los festivales que se celebran en Las Palmas- y, entre los tubos de gel estructurante, los tarros de aftershave y los secadores de pelo tiene varias fotos de cantantes, entre ellas, en lugar preferente, una de Alfredo Kraus. Su profesión y su afición se mezclan hasta el punto de que en una ocasión prestó un esterilizador y una champunera para el decorado de El barberillo de Lavapiés, y ha atendido a celebridades musicales como el bajo lírico Alfonso Echevarría, “al que le arreglé el pelo mecha a mecha y le gustó mucho”, o el director Armando Krieger. “Le recorté la barba, le puse toallas calientes y se quedó encantado: me invitó a visitarle en su camerino”, cuenta orgulloso el Fígaro.
Con frecuencia, el viandante que pasa ante la barbería oye de fondo zarzuelas y óperas que suenan en el radiocasete que Juan tiene en el interior -durante la visita del reportero lo hacen Una Furtiva Lacrima, cantada por Mario Lanza, y temas de La Gran Vía-. Y, en primer plano es habitual oir la voz de Ángel Hernández Valerón, “Manolo El Guapo”, que se define como un “contratenor frustrado”. “Sólo canto bien cuando tengo dinero”, dice con sorna.
Naturalmente, en esta conversación siempre reanudada no falla el fútbol, tema predilecto de Vicente Rodríguez Bermúdez, que viene aquí todas las mañanas, “cuando no estoy en Lanzarote o Fuerteventura”. Pero si hay una materia que se mida con la música en este lugar en el que se afeitan palabras ésta es el cine. Juan García Martín, que vino a cortarse el pelo aquí un día de 1966 y desde entonces es un habitual de la tertulia, llega cada semana con DVDs de clásicos de Hollywood para su tocayo Juan González, con el que ha hablado mucho sobre sus filmes predilectos: El hombre tranquilo, de John Ford; La fiera de mi niña, de Howard Hawks e Historias de Filadelfia, de George Cukor. Manolo El Guapo obsequió hace poco al barbero con La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo, y hoy mismo Andrés García Gordillo le ha traído todas las películas de Spencer Tracy y documentales sobre la vida de Carlos Gardel y de El Gordo y El Flaco.
Juan González, en fin, que ha visto mundo, y ha visitado salones de peluquería como La Rosa de Oro, en París; el del Memorial Center, en Nueva York, o el de Viena, “una maravilla, como las películas de Sissi Emperatriz”, es también un amante de la poesía –su hijo, Cornelio González González, fallecido en 1995, publicó varios libros de versos- capaz de recitar de memoria a varios vates. Y, así, como colofón de la visita, despide al periodista con la declamación del poema “A mi viejo barbero”, de Domingo Rivero: “Cuando en el boscaje de mis crespas canas / ves una hebra oscura, buen viejo, te alegras, / pensando que antaño sus blancas hermanas / -¡mentira parece!- también fueron negras. // A manos más ágiles, la tuya prefiero / que en días felices me afeitaba el bozo; / y a charla moderna, tu hablar de barbero / antiguo que evoca mis tiempos de mozo. // Mi vida conocen tus viejas tijeras / que entre mis cabellos -¡hace tantos años!- / cuando aún eran negros, cortaban quimeras, / y hoy entre mis canas cortan desengaños.”
Foto y texto: Mariano de Santa Ana