“En el mar no hay pasado, presente o futuro, sólo paz”. Jacques Cousteau

Miércoles: buen tiempo, con menos calima

Un cuento para el verano “Un día de playa” por Pino Lorenzo López.

A las 7 de la mañana ya había salido el sol. La familia preparaba las cosas para bajar a la playa. Los niños se ponían el bañador y los adultos untaban los cuerpos de crema. El verano había llegado antes de tiempo.

Siempre se situaban en la misma zona de la playa, donde el mar estaba tranquilo. Otras familias bajaban también y se unían al grupo. Las mujeres, juntas, jugaban a las cartas. Las más jóvenes ojeaban revistas del corazón y comentaban su contenido.

Otro grupo lo formaban los hombres, que conversaban sobre fútbol, baloncesto o cualquier deporte de pelota. Al caer la tarde, sacaban el dominó y echaban reñidas partidas.

El grupo de jóvenes era el más numeroso. Chicos y chicas se mezclaban, mostrando los cuerpos sin pudor.

Ese día el agua estaba más fría de lo normal. Las personas se bañaban y salían rápidamente a tumbarse al sol. Los mayores no entendían porque estaba tan fría el agua.

Jasón, el mediano de tres hermanos surferos, era el único que no salía del mar. No había llevado su tabla porque no había olas, así que jugaba y se remojaba con cada familiar.

Cuando estuvo solo decidió nadar para entrar en calor. En el mar solo estaba él.

De las aguas profundas emergió. Jasón vio su particular aleta, que sobresalía del agua. Sintió, por un momento, como si estuviera en el cine frente a una película. Echó de menos su tabla y poder subir a ella. Se sintió desprotegido. A 100 metros de la orilla, y el tiburón paseándose muy cerca. Había oído historias de surferos que habían sido atacados.

Su cuerpo quedó paralizado. Cuidando de no hacer ondas, trataba de no moverse. Cuatro metros de profundidad sostenían sus pies.

Desde la playa los más viejos lo vieron alejarse.

– ¿Qué le pasa a Jasón?- preguntaban.

– Cada vez está más adentro y no hace ninguna señal.

La madre les oyó, y salió corriendo hacia la orilla.

El tiburón, cada vez más cerca, empezó a dar vueltas alrededor suyo. El chico comenzó a sufrir calambres en las piernas y tenía dificultad para mantener la cabeza a flote. El frío fue metiéndose por los huesos y echó de menos su neopreno. El cuerpo blanco contrastaba con el azul líquido.

El tiburón llevaba sin comer todo el día. También para él estaba siendo un día duro. No había comido por no atacar a dos extranjeras que se bañaban en la otra punta de la playa.

Lester, que así se llamaba, pertenecía a una especie de tiburón peligrosa que ataca a los humanos. Él era menos fiero y tener que atacar suponía un problema. Siempre esperaba hasta el último momento. Muchas veces deseó ser herbívoro y alimentarse del plancton que abundaba en los fondos marinos. Nunca había tenido valor.

Dando vueltas alrededor de aquel humano pensaba cómo atacarlo para que no sufriera. Una dentada en el cuello sabía que era instantáneamente mortal, pero los humanos solían proteger esa zona. Lo que no haría, lo había decidido hacía mucho tiempo, era morder una de las extremidades. Le resultaba desagradable dejar sin un miembro a un hombre, y que muriera poco a poco. Algunos, incluso, conseguían sobrevivir.

Mientras pensaba, desde lejos, un arpón dirigido hacia él se introdujo, fulminantemente, en su cuello.

FIN.

Pino Lorenzo López.

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