Acariciaba disimuladamente la arena. A su alrededor corrían sus nietos y sus hijos hablaban con su esposa. Él estaba tendido en silencio con los ojos cerrados. En esa misma playa amó a otra mujer que no había olvidado ni un solo día desde hacía sesenta años. La recuerda desnuda con la arena pegada a su piel. Cualquiera de esos granos que él acaricia ahora suavemente pudo haber sido parte de su cuerpo.
Santiago Gil
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