La playa es la única frontera reconocible. Nunca es la misma porque nosotros tampoco somos los mismos todo el tiempo. Cada vez que anochece despedimos una orilla que se lleva nuestra mirada y cada uno de los pasos que fuimos dejando enterrados en la arena. No porque pises más fuerte ni con más empeño lograrás perpetuar tu huella en la arena de la playa. Los trazos de las gaviotas que encuentras en la orilla escriben con más sutileza que las palabras el tránsito efímero de todas las pisadas. Ayer, a última hora de la tarde, antes de que oscureciera y volviera a subir la marea en la playa de Las Canteras, caminaba reconociendo los miles de pasos que se soñaron inmortales en la arena. Hoy, con la primera bajamar, no quedan más que las huellas de las gaviotas que se posaron en La Cícer antes de que el sol y los humanos llegáramos a reconocer esa playa que, lejos de limitar el horizonte, te enseña que todo comienza siempre de nuevo y que hay que intentar que nuestros límites se adecúen a las mareas que van conformando nuestras propias fronteras.
Texto: Santiago Gil