Hoy no escribí temprano en el teclado porque quería hacerlo en la arena. Me fui a la playa de Las Canteras a recorrer la orilla con marea vacía viendo cómo el mar, embravecido y airoso, rompía detrás de La Barra o hacía que La Cícer se removiera bajo tus pies como ese terremoto casi siempre imperceptible que provoca cada ola que rompe en la costa. Uno quisiera tener una barrera que le permitiera vivir intensamente la pasión, pero que al mismo tiempo aquietara las aguas como las aquieta La Barra en Las Canteras cada vez que el jalío se empeña en horadar la orilla. Escribí con una pluma de gaviota que encontré entre un montón de sebas y de algas. Tracé la palabra amor, y ese amor que escribía era el de esa pluma que sobrevoló horizontes y llegó adonde ninguno de nosotros podrá arribar ni siquiera en sueños. La marea se llevó el amor y los otros versos otoñales que escribí en la misma arena en la que Alonso Quesada pisó tantas veces la saudade de sus propios versos. No he logrado salir de la playa hasta que he visto que el sol empezaba a esconderse detrás de las montañas. Ya todo era reboso a última hora de la tarde, fragor de olas que revuelven las arenas, las cenizas y cada uno de esos pasos que vamos improvisando en las orillas mientras seguimos persiguiendo nuestros propios sueños.
Santiago Gil.
Foto: Tino Armas.
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