Allá por la década de 1.950-1960-siglo pasado-, se instaló, o más bien se incrustó en la Peña la Vieja, un trampolín con palanca y todo. La palanca terminó pronto sus oscilantes días arrancada de cuajo por uno de los playeros de la época, peso pesado él. Tanto brincó sobre ella que terminó por desgajarla de su sitio. El resto de la estructura sobrevivió un poco más , hasta que el oleaje la dejó inservible y peligrosa para su uso. Este trampolín fue confeccionado por los hijos de D. Antonio Rodríguez en el taller que tenían en la calle Arístides Briand esquina a Galileo. En su momento fue una novelería ver a tan civilizado y piscinero artilugio colocado en esta silvestre roca marina, la más emblemática Peña, de la Playa de Las Canteras, dicho sea de camino. Hoy día se formaría tal manifestación en contra de su instalación que daría la vuelta a la isla. Digo yo. Esta Peña ha sido testigo de buena parte de historias playeras. Testigo de viejas amistades y madrina de las nuevas. Su entorno fue vivero de excelentes nadadores,”fogueados” y revolcados por muchas Mareas del Pino y otros rebozos, además de entrenados en un montón de competiciones preparadas sobre la marcha al estilo de la época…”chacho, vamos a echar una pega de los Lisos a la Peña, de la Peña a los Tubos- Punta Brava-, de la orilla a la Peña”…siempre la Peña como referente. Para los playeros de entonces todo giraba alrededor de ella. La teníamos mimosa y consentida. A veces se ponía soberbia y antipática, adoptando un aire muy supuesto y altanero. No te digo nada cuando se desmelenaba con el oleaje, pues no había forma ni manera de subirse a ella. Intratable. En su favor hay que decir que nos servia de descanso y conversa cuando veníamos nadando desde la zona del Barranco de la Ballena-conocida hoy como los Muellitos, rumbo a los barquillos en la Puntilla. También tenía a bien acogernos cuando, al regreso, después de salir nadando por detrás de la Barra de Enmedio rumbo a Tenerife-es un decir-,nos encaramábamos a su lomo para coger resuello y a contemplar la Playa desde otra perspectiva. No debo de olvidar, y se lo agradezco, las veces que la usamos como refugio cuando, jugando al fútbol playero, recalaba por allí el cabo Medina, con espada y malilla, pitando como un árbitro poseso, pretendiendo quitarnos el balón. Si hombre, arreglado estaba. Nos tirábamos rápidamente al agua y llevando el balón delante de la nariz, con el mejor estilo waterpolista, nos plantábamos en su rocosa falda en un dos por tres. La Peña tiene, por la cara que da hacia la Isleta, un escalón natural sumergido en el que se puede apoyar un pié y, con un pequeño jeitillo aprovechando una ola, te deja en buena posición para subirte a ella. Cómplice y complaciente la señora, nos permitía trepar por su lomo y nosotros nos acomodábamos, con el balón entre las verijas, esperando a que la autoridad se marchara. Bien, el motivo principal de escribir estos apuntes, ha sido el de dar a conocer el origen de tres entrañables fotos y quienes fuero los retratistas y los retratados. No es por presumir de nada, pero lo que es, es, y además, cada cosa en su sitio. Bueno, pues a lo que voy.
Estas fotos fueron tomadas en junio de 1.954.
Donde se ven a tres ejemplares saltando (especie protegida y en peligro de extinción-uno ya-), la tomó Concha Acosta. Los tres saltadores son: el primero, Wiso, iba a añadir q.e.p.d., pero no. Me niego. Deseo que siga saltando y nadando donde quiera que esté. De nada hombre. El siguiente saltador soy yo, y el otro es mi hermano Juan.
Donde se ve a una pareja, a un guayabazo -todavía la tengo- y a un servidor, la hizo Juan García, y la del saltador solitario – soy yo- la tomó Wiso.
En el lomo de la Peña se pueden apreciar aún las cicatrices que dejó el anclaje del trampolín. Podemos aportar más datos si alguien quiere preguntar algo. En todo caso no se me dilaten mucho…
Vicente García Rodríguez, muchos años años después.