Dice la prensa local que el Ayuntamiento está dispuesto a cambiar la ordenanza municipal vigente sobre tránsito de animales para permitir que los perros se puedan mover sin ataduras por plazas, parques y playas. Yo, sinceramente, no soy partidario de esta modificación, dicho con todo el respeto a los que piensan de modo diferente o tienen una mascota en su casa. Veamos:
El considerado mejor amigo del hombre es un animal muy limpio, tanto o más incluso que su propio amigo el hombre. Se come las migajas de las aceras antes que las palomas, le gusta mear con la patita levantada en los arbolitos de los parterres (también en las ruedas de los coches) y con las patitas traseras se esfuerza en enterrar su caca (con perdón). Presta, asimismo, un impagable servicio de compañía y cariño a muchísimas personas y necesitan como todo bicho viviente tomar el aire y expansionarse fuera de las cuatro paredes del piso.
¿Dónde reside entonces el problema de este “apartheid” canino? En mi opinión, en sus dueños. No en todos, claro; sino en algunos. El problema de los perros y de su circulación limitada por la ciudad tiene que ver directamente con el civismo de los ciudadanos, que con frecuencia deja que desear en este y otros temas. Con que unos pocos dueños se despreocupen de recoger el excremento de su perro y tirarlo al pipican, de llevarlo con bozal y con correa si es de raza peligrosa, el conflicto en la calle está servido. Yo -perdonen el atrevimiento- me permito sugerirle a don Jerónimo y a sus concejales que se piensen muy bien qué modificación van a hacer en la referida ordenanza antes de llevarla a cabo, porque de los 44.907 perros censados de esta ciudad (que se dice pronto) bastantes son de razas peligrosas, tienen dueños pasotas y espacios como la playa, por ejemplo, son muy sensibles.
¿Se imaginan a un nudista en La Cícer y un presa canario rondando por allí?.
Para perros en una plaza, los de Santa Ana.
Luis del Río García.
En la plaza de Santa Ana, a 25 de mayo de 2008
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