“En el mar no hay pasado, presente o futuro, sólo paz”. Jacques Cousteau

Calor, protégete del sol durante las horas centrales del día. Calima

Teatro Circo del Puerto

Hace algunos años, si, cuando un tren a vapor circulaba por las calles principales de la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y el Puerto de La Luz.

Seguía un circuito de ida y vuelta desde el Castillo en Juan Rejón, calle Albareda y León y Castillo hasta la plaza de San Telmo. En esos puntos hacia cambio de vías y repostaba agua la máquina que le daban el sobrenombre de La Pepa.

Tendría entonces cinco o seis añitos. Mi padre me llevaba a ver el monstruito, que bufaba vapor de agua por entre las ruedas y dejaba escapar de vez en cuando un silbido agudo, casi siempre me cogía despistado, el brinco que daba era de verlo. Esta es la Pepa me señalaba mi padre y me hacía fijar en la humareda de humo negrísimo que salía por la chimenea, por un tubo empinado, que en la punta de aquel grandísimo bidón acostado. Detrás de ese bidón grandísimo había como una casita con ventanas, allí dos hombres con las caras marcadas de negro se limpiaban las manos con unos trapos también lo hacia a unos tubos. Si, recuerdo que con palas echaban carbón a un agujero con fuego que estaba dentro de la casita. Parecía la hoguera de San Juan.

Tenía una parada justo donde empezaba la calle Albareda. Allí la gente bajaba y subía con un bullicio que no se entendía nada. Los vagones de pasajeros eran con sillones de madera de costado a costado, se subía a ellos apoyándote en un largo estribo. Muchos esperaban subir el último para quedar en el exterior y disfrutar del paisaje. El cobrador hacía su trabajo caminando por el estribo, pasaba el billete y recogía las dos o tres perras gordas que costaba (antes los diez céntimos de peseta se le llamaba perra gorda y los cinco céntimos perra chica) el viaje desde EL Puerto a Las Palmas. Otra parada estaba en el parque Santa Catalina. Lo curioso que en ese entonces tenía el parque era que estaba rodeado a excepción de los pasos de entradas por unas cadenas de eslabones gordos como los que usan los barcos para fijar el ancla, pintadas de color verde oscuro. Era ideal para sentarte y remarte (columpiarse).

Pero mi recuerdo esta en la anterior parada, donde empieza la calle Albareda, justo ahí estaba situado unos de los escenarios circense teatrero más antiguos de Las Palmas de Gran Canaria, que con los años paso a ser un cine, conservando lo de teatro y circo en su nombre” Teatro Circo del Puerto” que es como lo recuerdo.

Creo que lo vi funcionar hasta que tuve unos diez años. Era un edificio con un frontis normal, parecía una casa de dos pisos pintada de blanco con puertas y ventanas en azul añil muy fuerte. Encima de las puertas de entradas, por cierto no muy anchas, colgaba un rótulo del nombre “Teatro Circo del Puerto” alumbrado con tres luces sostenidas con sus correspondientes brazos de tubo curvados para que la luz incidiera sobre el rotulo. A cada lado de las puertas de entrada los carteles anunciando la película del día y la de la próxima semana. La taquilla tipo tradicional también con contorno pintado de azul añil fuerte. Un real (veinticinco céntimos) y tenías la entrada. Una vez pasada la puerta principal por un pasillo ibas directo a una desembocadura donde a cada lado unos escalones de madera al igual que la baranda que lo separaba de platea daban acceso a la zona de gallinero. Una escalinata de varios niveles de madera servia de asiento. El patio de butacas, tal vez para cien personas, fue ocupado anteriormente según me contó mi padre, por sillas que cuando acababa la función habían perdido la alineación, incluso se hacían grupos entre los conocidos mientras veían la actuación del momento.

Si alzaba la mirada al techo, te encontrabas con una bombilla enorme incandescente, que producía una luz cegadora. Era suficiente para iluminar el recinto, cuando se apagaba estaba un buen rato con el filamento al rojo.

Detrás del telón y a un nivel inferior se encontraba lo váteres y una salida de emergencia que daba a la calle Rosarito. Los váteres aun recuerdo aquella tarde, fui a cumplir con mis necesidades y ¡chaf¡ me metí en un charco de orines, aquellos día de posguerra era bastante normal llevar unas alpargatitas de esparto, ya se pueden imaginar mi desconsuelo al verme unas alpargatas teñidas en un color tan desagradable, descalzo llegue a casa con dos apestosos recuerdos. El lunes estrenaba nuevo calzado, eso me hizo olvidar el mal trago. Pero me ha ayudado a poder contarle esta pequeña historia.

Juan Boza Chirino

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