En la ciudad de las Palmas de Gran Canaria se abre la playa de las Canteras. A uno de los extremos de su avenida, sobre las espaldas del Auditorio y cara al mar, asoma la Medusa, escultura de Juan Bordes.
De rostro apacible, su cabellera de serpientes suelta al viento, tiene los párpados cerrados. Al contrario que la Medusa mitológica de ojos abiertos y capaces de petrificar con su mirada.
Tal vez la Medusa de Las Canteras sueñe con su imagen monstruosa representada en el mito. La leyenda la convirtió en la Gorgona que había que decapitar debido al poder destructor de su mirada. Fue Perseo el único héroe que logró cortar su cabeza sin volverse de piedra. No miró al rostro de la Gorgona, sino su reflejo en un espejo. Una visión indirecta que le permitió vencer al monstruo.
Con los ojos sellados y de semblante sereno, la Medusa de Juan Bordes mira para adentro. Quizá como señal de no haber nacido para solidificar el océano.
Ensimismada, se le aparece la figura de Pegaso, caballo alado nacido de su sangre una vez cercenada su cabeza. De una patada, Pegaso hizo brotar en un monte la fuente donde bebieron las Musas. Un testimonio de que la Medusa no era tan maligna cuando de su muerte emergieron nuevas posibilidades de vida.
Es la misma esencia bondadosa de la Medusa de las Canteras, convocando en su estado onírico un pasado en que fue condenada al mundo de los monstruos.
La Medusa parece guardar ahora en el fondo de su mirada clausurada el misterio de la existencia. Porque su sueño es el nuestro en que la vemos soñando mientras la contemplamos convencidos de vivir en la vigilia. Al pie de la escultura, al tiempo que creemos estar despiertos, nos van creciendo nuevos anhelos, prolongación de nuestros brazos desplegados hacia otras vidas y cosas a las que solemos dar el nombre de nuestros deseos. Al fin y al cabo, somos un puñado de sueños que nos pasean a través de estancias, cuyas maravillas disfrutamos con las respuestas obtenidas a nuestras preguntas. Maravillas como la Medusa de Juan Bordes, creación imaginaria y depósito de nuestros secretos.
Elisa Court
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