Entrevista a Lola Chirino: “Aquellos años, yo era feliz, porque no tenía ningún miedo”

T.- Lola, cuéntame cosas tuyas que recuerdes de la playa, de cuando tú eras chica…

L.- Estoy recordando que he pasado unos tiempos muy buenos, he tenido muy buenas pandillas, todo el mundo estaba pendiente de mí, a ver dónde iba yo… ¿qué hacemos? Cuando llovía, nos mojábamos los pies y nos íbamos a los zaguanes particulares a limpiarnos, a ensuciar el zaguán, después, corríamos y nos escondíamos en otro sitio… Lo pasábamos divinamente. Los días de playa, en realidad, en aquellos tiempos, todavía no había mucha gente en la playa, porque no era muy famosa, sino cuando empezó el turista a venir a Canarias y les dio por la playa, entonces, todos nosotros ya fuimos más a la playa y allí aprendimos a nadar. Yo enseñé a nadar a mis hijos, a mis nietos. Me iba mucho a La Peña la Vieja, llevaba un bañador con sus tiritos, de esos cursis que no se ven hoy, no se veían los bikinis tampoco, bien tapadito todo, medio muslo el bañador, para ir más decente, porque si iba un poco descubierta, pues… ya te criticaban.

T.- ¿Y tú ibas a nadar hasta La Peña?

L.- Sí, yo iba a La Peña la Vieja a nadar.

T.- ¿Quién te enseñó a nadar a ti?

L.- Yo sola. Sí, entonces, mi hermano Martín dice: “Vamos a La Peña”; y yo lo encontraba muy lejos… Pero digo: “Pues vamos”. Fui con él y ya me acostumbré. Después, íbamos a La Barra cuando estaba vacía…

T.- ¿Y tu madre te dejaba? ¿No le daba miedo que te ahogaras?

L.- ¡Si mi madre no sabía nada! Yo le decía que estaba en la playa y… tranquila. Yo no le decía que me iba nadando hasta La Barra, porque si no, se ponía muy nerviosa y no me dejaba salir. Me dice: ¿Dónde vas? Y yo le contestaba: “A tal sitio”. Entonces, ella me decía: “Fíjate bien con quién andas”. Y yo: “Con todas las niñas, por aquí, mamá”. Ahora, mi padre era un poquito más serio para estas cosas y yo hacía las cosas a la escondida. Me preguntaba de dónde venía y yo: “De casa de una amiga”.

Pero antes era distinto, se podía vivir mejor, los zaguanes se quedaban abiertos, no había que cerrar, hoy hay que cerrar todo, vivimos muy mal. Antes pasaba la gente por delante de la casa y decía: “Ay, mira qué bonito está esto”; y se veían las cosas bonitas. Nadie entraba a robar. Nunca. Mi padre tenía barcos y venían los hombres a traer pescado fresco, los ponía en el vivero, y las señoras de ellos venían a cobrar, y cuando salía yo, salía la muchacha y decían: “¿Dónde está la señorita?”; porque querían verme. En fila, aquí, en Las Canteras, la gente así… a cobrar. Mi padre repartía los sobres a la gente. Y eran muy atentos todos, todas me querían. Para mis años, me acuerdo de todo, de todo… tengo una mente enorme… con detalle, además. Aquellos años, yo era feliz, porque no tenía ningún miedo. Todo el mundo estaba en la calle, la gente divirtiéndose, la gente me conocía. Empezaba yo a bailar, yo sola me metía en el baile, y la gente decía: “Otra, otra, otra…” Yo lo pasé muy bien. Antes podía salir a bailar por la noche y volver sola de madrugada, pero ahora tengo temor a la calle. Una noche me siguió uno y cogí un miedo, un pánico…

T.- Y, en la playa, ¿te gustaba mariscar?

L.- No, eso no me gustó, a mí me gustaba nadar. Recuerdo que tenía un perro que, cuando me veía que estaba poniéndome el bañador y me iba a la playa a bañarme, se iba a la azotea y, en el muro, en el pretil del muro, se ponía nervioso, daba vueltas para acá y para allá corriendo nervioso, nervioso, porque me veía nadando lejos… Y cuando ya me iba acercando, se quedaba echadito, contento, y, cuando llegaba a casa, iba a encontrarme, a acariciarme, porque ya le hice caso… El animalito me quería mucho después de tantos años. Me gustaba… era una locura conmigo.

L.- A mí me llamaban algunas amigas mías Miss Canteras. No, que es Miss Playa también, decían otras.

T.- ¿Miss Playa? ¿Miss Playa de Las Canteras?

L.- Sí. Me pusieron Miss Playa de Las Canteras.

T.- Porque eras muy guapa…

L.- No, porque como siempre estaba nadando y todo el día en la playa… Bueno, también me acuerdo de que desfilé una vez en el Teatro Pérez Galdós. Entonces, los trajes eran muy elegantes y yo salí allí, todo el mundo mirándome, no me quitaban la vista de encima.

T.- ¿Te casaste muy joven, Lola?

L.- Sí, me casé joven, me faltaba un mes para cumplir los diecinueve años y no tuve sino tres hijos, a Juan, a mi hija Rosi y a Pepe. No quise más, porque mi marido no quería estropearme mucho. Miraba por mí. Yo le decía: “Ay, vamos a traer un niño”. Y él: “No, no, yo estoy contento con los que tenemos, y no, que te estropeas mucho y yo soy feliz así”. Y yo también fui muy feliz con él.

T.- Seguro que le encantaba presumir de mujer.

L.- Ay ,sí. A él le gustaba llevarme a todas partes, pero siempre pendiente de mí. Un hombre buenísimo, buenísimo. Me comía a besos, me acariciaba… “¡Ya voy! Espérate, espérate…”; y él, tranquilo. Él vivió muy feliz conmigo, le gustaba que la gente le dijera que su mujer era un guayabo. Me casé en la Iglesia de La Luz, en el Puerto, me gustó, sí, porque teníamos mucha amistad con el cura, don Matías.

T.- Dime, Lola, a ti te gustaba muchísimo bailar, actuar… y, además, yo te he visto siempre como muy artista en tu forma de vestir y de moverte… Supongo que fuiste muy moderna para tu época, ¿no?

L.- Sí, sí, todo el mundo me lo dice, a ver qué hago… A mí me gusta vestir con moda muy juvenil. Lo que me gusta me lo compro. No tengo problemas ninguno… ay… ni miro los años, sino esto me gusta y esto hago. El color negro me gusta muy poco, y si me compro cosas negras, con muchas flores. Me gustan las cosas alegres, los vaqueros me encantan con el blusón grande.

T.- ¿Y cómo conservas el tipo tan bien a tu edad? ¿Cuidas mucho tu alimentación?

L.- No, mira… te como de todo, a veces me hago un caldito de pescado, también como gofio un poquito amasado que me encanta, yo no digo “esto no como”. Ya te digo, de todo, de todo como, pero no engordo. Desayuno muy bien, almuerzo muy bien, y la cena, ligerita.

T.- ¿Te sigues bañando en la playa?

L.- Sí, sí, ahora, ahora, con los días buenos, a la playa. A mí me gusta el solito, porque te pones a coger sol y te relajas. Y te sientes feliz.

T.- Pues para terminar, me gustaría que nos dieras un consejo a las que queremos llegar a esos años tan bien como tú. Danos un consejo, Lola.

L.- Yo respeto la vida de los demás, pero también quiero vivir mi vida. Mis hijos me preguntan : “Mamá, ¿te gusta?”; y yo les digo: ¿Te gusta a ti?” Yo respeto la vida de los demás, pero ahora, yo quiero una felicidad para ser feliz yo también. Por eso, todo el mundo me viene a ver, la gente me dice: “Vales mucho, porque no hablas nunca mal de nadie”. Me cuentan, me cuentan cosas, pero yo todo me lo callo. Y eso es más bonito, así me ven y me saludan todos. Por eso, el consejo que les doy es que caminen mucho, que sean felices, que coman tranquilamente, que no se preocupen de nadie sino de su vida, de sus hijos y de su casa. Si quiere ser feliz en la vida, ir por la calle muy levantada y que todo el mundo la quiera y le diga adiós, como me pasa a mí. Todo el mundo me dice: “Adiós, Lola, adiós, adiós… ¿dónde vas?”

T.- ¿Te puedo preguntar cuántos años tienes?

L.- Si quieres saber mi edad, te lo digo a ti después sola. Yo tengo mis años…

T.- Estás fantástica, Lola. Pues, nada, ha sido un placer y no dudes de que te guardaré el secreto… Mira que eres coqueta… Lola Chirino.

Teresa Iturriaga Osa

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