Cuando haya que decir adiós,
me iré del brazo con mi amiga,
la de los tristes ojos niños.
Por la mañana,
nos iremos juntas a un banco
y nadaremos
del parque de las palomas moribundas
hasta los finos jameos de un rumor.
La luz que nos invadirá a las dos
es ya un bolero perdido
en el aire de un trino.
Y estaremos solas,
tan solas como el único beso
que no abandonó nunca sus labios.
Entonces vendrán todas,
y las migajas de pan
nos recordarán nuestra historia,
el defecto de dar y dar…
de nuestras manos.
Por eso creo
que estaremos juntas.
Con los ángeles albatros.
Teresa Iturriaga Osa
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