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En el viejo Ñoño, en la calle Cayetana Manrique, casi llegando a la marea, se comían medias o raciones enteras de calamares y churros de pescado, usando la parte superior de una máquina tragaperras como mesa. Aquel local minúsculo, estrecho y bullicioso, era una guarida llena de olores y sabores. Incómodo hasta la entraña, pero inolvidable.
En ca Ñoño hacíamos la primera parada antes de asomarnos a la loma de tierra para contemplar la playa. Allí, en el descampado que hacía las veces de terraza, los colegas —apoyados en sus coches o sentados dentro de ellos— compartían “petas” o botellines mientras la vida pasaba sin prisa. Abajo, en la orilla, los primeros surferos surcaban las olas: fueron los pioneros de un nuevo deporte, de una forma distinta de sentir la playa.
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Las ansias infinitas de los primeros surferos les empujaban a desafiar las olas con lo poco que tenían. Tablas heredadas o mil veces reparadas; camisetas haciendo de neopreno; y amarraderas artesanales confeccionadas con calcetines. Todo servía para evitar quedarse en la orilla.

En los años ochenta, todo lo que la década traía —lo bueno y lo malo— irrumpió con fuerza en el joven ambiente que rodeaba a La Cícer y el mundo del surf.
Las reuniones y fiestas eran auténticos despertares para los jovenes de entonces; se experimentaba con intensidad.
Los años posteriores a la muerte del dictador trajeron aires de una libertad hasta entonces desconocida. Y la aprovechamos: fue una pasada.


A la velocidad a la que se vivía en los años 80, era fácil cometer errores. La droga llegó sin avisar. Las ansias de experimentar, sumadas a la falta de información y prevención, hicieron estragos que perduraron en las almas de los más inconscientes. Algunos se perdieron por el camino.
Aún recuerdo los primeros campeonatos de surf celebrados en La Cícer. El ambiente llenaba la loma que daba a la playa. Las piedras servían de sillas improvisadas. El jurado y la organización se las apañaban con unas mesas prestadas por algún bar cercano. Los participantes, con sus tablas y camisetas de colores, esperaban nerviosos su turno en la orilla.


