La playa de San Lorenzo de Gijón (Asturias) acoge todo el año a bañistas habituales que no perdonan su chapuzón matinal. Es común escucharles conversar sobre la temperatura del mar. Para regocijo de frioleros, parece haber consenso en que las aguas del Cantábrico son hoy más cálidas que hace una o dos décadas. Pero últimamente, más allá del calentamiento gradual que perciben los bañistas veteranos, cada vez son más frecuentes episodios de temperaturas inusualmente altas que son evidentes para cualquiera, auténticos picos de calor. “¿El agua a 20 ºC en octubre? Esto no ye normal…”. La pregunta es inevitable: ¿qué está pasando?
Este calentamiento ha aumentado notablemente la frecuencia de episodios de temperaturas anormalmente cálidas en los océanos, conocidos en el ámbito científico como olas de calor marinas. Para que un evento se clasifique como una ola de calor marina, la temperatura del agua debe superar el 90% de las temperaturas medias históricas en la región y mantenerse así al menos cinco días consecutivos. No se trata de simples días calurosos en el mar, sino de fenómenos extremos con impactos duraderos.
¿Cómo se forman las olas de calor marinas?
Las olas de calor marinas se originan a través de diversos procesos oceánicos que pueden actuar por separado o conjuntamente. Dos factores principales las desencadenan: la transferencia de calor desde la atmósfera a la superficie del océano y el transporte de aguas cálidas por corrientes oceánicas.
Además, existen patrones climáticos a gran escala que pueden favorecer su desarrollo al alterar la circulación atmosférica y oceánica. Un ejemplo es el fenómeno conocido como El Niño, que ocurre en el Pacífico ecuatorial oriental cuando los vientos alisios, que habitualmente soplan de este a oeste a lo largo del ecuador, se debilitan o se invierten. Esto permite que las aguas cálidas del Pacífico, normalmente confinadas en Indonesia y Australia, se desplacen hacia el este, calentando la superficie oceánica a gran escala y propiciando olas de calor marinas anormalmente extensas e intensas.
En 2011, la costa oeste australiana fue escenario del primer evento de agua anormalmente cálida acuñado como “ola de calor marina”, que provocó la mortalidad masiva de organismos como el pez luna colitruncado y la oreja de mar, causó un extenso blanqueamiento de corales y desplazó hacia el sur especies tropicales como el tiburón ballena y la mantarraya.
Un año más tarde, en 2012, una ola de calor marina en el Atlántico occidental adelantó la migración de langostas en EE. UU.y aumentó de manera significativa las capturas antes de la temporada, lo que saturó la demanda y desplomó los precios.
Entre 2013 y 2016, “the Blob”, la ola de calor marina más larga y extensa jamás registrada, se formó en el Pacífico noreste y causó la muerte de peces, aves y mamíferos marinos, alteró los patrones migratorios y reproductivos de multitud de especies y devastó importantes pesquerías como las del bacalao, la sardina y el salmón.
Entre 2017 y 2018, una extensa ola de calor marina envolvió Nueva Zelanda y provocó que áreas del sur previamente dominadas por bosques de algas del género Durvillaea fueran rápidamente colonizadas por la invasora Undaria pinnatifida, alterándose la comunidad marina local.
La diversidad y gravedad de los impactos de las olas de calor marinas trascienden la alteración de los ecosistemas y afectan la economía, la seguridad de las comunidades costeras y la estabilidad climática. Comprender cómo las comunidades marinas responden a estos eventos resulta imprescindible para diseñar estrategias efectivas de conservación y gestión medioambiental a nivel regional y global.
Para reducir los efectos de las olas de calor marinas es esencial, en primer lugar, disminuir las emisiones de gases de efecto invernadero. Pero además, es fundamental fortalecer la resiliencia de los ecosistemas marinos mediante la creación dereservas marinas, la restauración de hábitats degradados, la protección de especies clave y la aplicación de prácticas pesqueras sostenibles.
En el contexto actual, adoptar un enfoque coordinado se vuelve prioritario para afrontar los desafíos presentes y futuros de un planeta sometido a un cambio climático acelerado.
Los rescates que más me duelen son con niños y padres irresponsables. En uno, sacamos a dos niños de una corriente y cinco minutos después tuvimos que volver por ellos… ¡los mismos! Los padres, ni enterados