Publicado por Carlos Ramírez Suárez en el desaparecido periódico “El Eco de Canarias” en marzo de 1974.
No cabe duda de que esta playa de Las Canteras es la mejor de Gran Canaria. Ninguna otra de nuestra isla tiene una barra natural que la convierte en una piscina. De arena suave y amarilla, con la ola muriendo dulcemente y con temperatura semi-tropical, esta playa de Las Canteras es todavía la más atractiva de Las Palmas.
Es en estos meses de invierno cuando la afluencia del turismo convierte esta playa maravillosa en un espectáculo inigualable. Brilla en ella el sol y el aire se convierte en una suave caricia. El mar es tranquilo y en él navegan multitud de embarcaciones, de vela o motor, rompiendo con sus quillas. En la playa luce el espectáculo multicolor de toldos y sombrillas, y, tendidas en las hamacas, tostándose al sol, los cuerpos semi-desnudos de muchas chicas nórdicas. Nadie podría diferenciar esta magnífica y multitudinaria playa de Copacabana o Biarritz. Desde luego, en condiciones naturales, aventaja a las más famosas del mundo.
Pero yo quiero recordar lo que era esta playa de Las Canteras antes de ser ocupada por el turismo y ser verdaderamente una playa natural, sin invasiones multicolores. Como la conoció Néstor para pintar sus cuadros geniales del Poema del Atlántico.
Entonces, en las primeras décadas del siglo, Las Canteras estaba pura y virginal. Era una playa solitaria, bellísima, casi tropical, con gaviotas posándose tranquilamente en la arena dorada y algún que otro bote a vela de los canarios surcando las aguas tranquilas. En aquella época, todas las casas del litoral eran de grupos conocidos que iban allí de veraneo. No existían grandes hoteles, ni restaurantes cosmopolitas, ni edificios en forma de rascacielos, sino únicamente aquellas casas terreras tradicionales de las propias familias canarias, que las ocupaban en la época de estío.
Cuántas veces he recordado aquellas tardes en que, de muy jóvenes, salíamos en lancha de remos, atravesábamos el pasadizo y navegábamos por el piélago tranquilo de la playa de Las Canteras. Nos salta gratamente a la memoria la Playa Chica de los Marreros, la casa de Bosch y Sintes, el antiguo balneario, la Peña de la Vieja y tantos otros lugares de aquel inolvidable paraje marítimo, lleno de nostálgico encanto.
De la limpia transparencia de sus aguas, Néstor fijó en su paleta su gran poema del Atlántico. La playa de Las Canteras ha sido siempre inspiración de poetas y escritores, pero, sobre todo, motivo de bellísimo colorido cromático para el pincel de eximios pintores canarios. Quienquiera que visite el Museo de Néstor verá reflejados en sus cuadros el tono maravilloso de sus fondos transmarinos, la claridad transparente de sus aguas, el desperezar poético de los niños que sobrenadan en la límpida superficie… Néstor —nuestro gran pintor— se embriagó de belleza en esa límpida y luminosa lámina acuática de Las Canteras. Su poema pictórico es la mejor exaltación de amor y admiración a esa playa, timbre de orgullo de nuestra capital.
Pero son los crepúsculos de la playa los que más sobrecogen el espíritu de quienes los admiran. A esa hora del atardecer, cuando el día declina y se pone el sol tras el Teide, Las Canteras son un mirador grandioso… La playa está solitaria, reflejándose la luz en sus arenas color de oro. Y allá, a lo lejos, el cielo se cubre de condales de nubes rojas. Toda la naturaleza está en reposo y en silencio. Traspone el astro solar, dejando un rastro, suave y bellísimo, de suaves tonalidades. Se contempla la barra descubierta y el mar, dulcemente, lamiendo las arenas de la playa, con una amable caricia.
Ha caído la noche y la playa queda envuelta en el embrujo solitario de las sombras. Atrás, en la urbe cosmopolita, suenan ya las orquestas en las salas de fiestas. Ante la soledad de Las Canteras, se abre el artificio multicolor del amor.
El eslogan Playas libres de humo fue muy esperanzador en su momento, pero la ilusión por ver nuestras playas libres de humo y colillas se ha ido transformando en desilusión