Las playas, en las que promiscuamente se bañan hombres y mujeres, y la desnudez es provocativa, constituyen de suyo ocasión de pecado grave para los que en ellas asisten. Quienes exhiban estas desnudeces pecan con el doble pecado de inmodestia y de escándalo. Es inhonesto el maillot y debe ser honesto el traje de baño.
En las playas debe haber completa separación de sexos cuando se va con traje de baño, como lo entendieron nuestros antepasados, que no eran nada mojigatos, y que supieron dar el pecho en las más grandes empresas que admiraron al mundo. Sí no hay tal separación, no hay que extrañar que hombres y mujeres sean mutuamente objeto de tentación y peligro para la limpieza de sus almas.
Requerimos el más vigilante rigor de las Autoridades, a las que todas las personas decentes deberán ayudar en la labor de vigilancia y decoro de nuestras playas.
(Del Sínodo Diocesano del Obispado de Canarias).
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Publicado en el periódico La Falange en 1948
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