Hay un hombre cualquiera en el centro del Parque de Santa Catalina. Y, de pronto, avanza al frente, mapa de muelles a las espaldas y anda por Ripoche adelante que es calle que acaba en otra cerrada. El hombre torna entonces a la izquierda y se adentra por la de Torres Quevedo. Y ya divisa, súbitamente, marco estrecho al fondo, con azul entre rápidas nubes ligeras. El hombre cualquiera avanza ya más deprisa y sonríe. Y ya cruza por Grau-Bassas y ya pisa una avenida de ladrillos a dos colores, gastada, cansada de gentes. El hombre se dirige a la doble escalera central. Baja y ya camina sobre la arena. Se sienta cerca del mar. El agua que trae la sal es hoy llana, quieta, de cien resplandores cambiantes, breves. El hombre cualquiera se quita la camisa y es, como el cuento no tan infantil e irrepetible, el hombre feliz. Aún es temprano, cerca de las diez del día y cae un sol transparente. Son los días de Septiembre. Sí, sí lo son. Estoy seguro.
Ese hombre, ¿pero quién será?, acaso ignore que a su derecha, con viento perenne, está el Nordeste de la Gran Canaria, que aquí es decir la Isleta – la de las cinco montañas hacia el mar – y que si vuelve la mirada ha de contemplar una larga sucesión de alturas y declives: Filo Cuchillo, casi misterioso; los negros acantilados donde rompen eternas olas saltarinas; he allí la montaña de Arucas, la que cuenta árboles en mañanas de luces claras, y después otra y otra; más lejos la pirámide Ajodar, la de Galdar y Guía y, finalmente una punta de tierra que se hunde dulcemente en el horizonte Noroeste. Nuestro hombre ¿pero quién puede ser? Sí sabe que ahora está situado entre el Muro Marrero, -verdinegro, antiguo, ya indestructible- Muro con casa encima de tres frontis que fue y mandó construir Don Antonio Marrero Pérez,y sí también sabe que a su otro contorno dobla el Hotel Gran Canaria, peñas lisas desplegadas al pie, nuestro hombre ya tiene consciencia de que está en la Playa Chica, ese medio círculo inexplicable, ese prodigio pequeño encerrado, que es el corazón geográfico de la enorme Playa de Las Canteras, nuestra playa interminable a la sombra de la ciudad que discurre –protectora Barra Grande marcando el Norte- desde la Puntilla -¡Esos poemas de Lázaro Santana!- Hasta los Muellitos de Guanarteme, el barrio de casas y calles repetidas, nobles amigos y patria pequeña -¡Ese Germán Dévora, Maestro- de los mejores jugadores grancanarios de fútbol.
Pero nuestro hombre se levanta y sobre la orilla, descalzo, comienza a pasear. Pasa Muro Marrero hasta el Peñón y a lo peor no sabe que a la altura de la Casa Alzola –hoy restorán- empieza la Playa Grande, la que teníamos prohibida de niños. Perra de Los Perros enterrada, Balneario y Hotel Reina Isabel. Nuestro hombre se detiene. ¿Recordará que antes del Hotel allí estuvo la casa grande de los Benjumea-Ferrer, donde vivió –perdónenme, señoras- Mary Carmen Benjumea, la mujer más guapa y atractiva de Las Canteras, hoy señora igual y encantadora? ¿No ignorará nuestro desconocido que a tiro de piedra del Balneario, a la esquina del viento, detrás, habitante era Teddy Bautista y “Los Canarios”? Los recuerdo por las escaleras del edificio, llenos de juventud primera, en la casa donde en el ático vivieron Ricardo y Pedro Lezcano y empezó el grupo de Teatro Insular. Pedro Lezcano, poeta y narrador:
Secan pozos, secan cabras
secan madres de ayunar.
Pero los que nunca secan
son mis ojos y la mar.
Pero este hombre ya continúa. El Club Pala –que nunca pude conocer, estuvo allí y fue organización deportiva y cultural, cuya recreación debiera intentarse a toda costa. Porque no hay Club Náutico en Las Canteras, que ese se fue al otro mar de atrás. Y pasa por donde estuvieron Germán y Fernando Jiménez Navarro, y Ventura Ramírez y los Blanco-Torrent y mis queridos amigos los hermanos Socorro y Morales. Eran los jefes de su parcela de playa y aunque la unión con los de la Playa Chica vino después ello confirma mi idea de los grancanarios playeros independientes, de esquina a esquina, de casa a casa, inexpugnables.
Y he arriba una casa como alemana, en chaflán. También nuestro desconocido paseante la observa. Seguramente no sabe que allí se instaló la primera boite de Las Palmas y por sus bajas ventanas escuché, por vez primera, a uno de los más grandes pianistas de jazz, que ¡qué casualidad! Era también grancanario. Hablo de Román Pérez, piano blanco quemado de incesantes cigarrillos y que se nos murió ya. Román Pérez llenó las noches playeras grancanarias de Las Canteras de armonías nuevas para mí; de acordes que me sorprendían. Se me ocurre que a Román Pérez le debo mi honda devoción al jazz puro, ese que ahora se maltrata y con él se especula y se confunde por toda la ciudad. ¡Pobre Román, que me sonreía al verme en la ventana, tan prematuramente desaparecido! ¿No se le adeuda eso que suele hacerse, un homenaje tardío?
Y ya está el hombre ante El Refugio, ese de calles estrechas que acaban en Las Canteras. El Refugio es un lugar insólito en Las Canteras. Todos los allí nacidos, -habitantes de otros barrios de Las Palmas,- se dan cita allí. Son diferentes los del Refugio, como distinta, gruesa de pasión profunda, es la voz y la bondad de Mari Sánchez que nació en el Refugio. Mary, junto con sus “Bandamas” ha recorrido el mundo, es primera figura de la isla y también corazón de la playa. Su voz y musicalidad iluminaron a Nestor Álamo, a componer y letrear las más definitivas canciones de la alegría parrandera grancanaria. Las canciones que todos conocemos. ¡Cuánto les debemos los grancanarios a Mary Sánchez, a sus hermanos y a Maso Moreno, su marido! Ese reconocimiento de todos –que Mary sabe- ¿por qué no se exterioriza por quienes corresponde?
Más allá el hombre no sabe que se acerca –contornos del Hotel Cristina- a la casa que habitó Don Juan Márquez Peñate. Era pintor, decorador, afanado de las artes y la literatura. Recuerdo sus cóleras bonachonas, sus iras terribles y efímeras, su formación francesa y sus conversaciones sobre Luis Buñuel, que fue su amigo de juventud. Cuando estrené –qué joven era- mi primera obra en el teatrillo del Museo Canario, hoy inexplicablemente abatido, Don Juan aplaudió, gritó de alegría porque había descubierto –me lo dijo por escrito- un dramaturgo de gran futuro. Aquí le pido disculpas, Don Juan, por mi feroz haraganería y haberme enamorado tanto de vivir.
Mas he ahí que el hombre desconocido ha vuelto a detenerse. ¿Sabrá donde está? Pues ante la casa donde tuvo su consulta nuestro más grande humanista: el Doctor D. Rafael O’Shanahan, sabio en su profesión y derrochador de su tiempo para ocuparse ilusionado de la literatura, dirigir teatro, seguir la música y las artes, siempre desde un enfoque de inquietud grancanario. ¡Querido D. Rafael, que jamás desaparecerá! Su viuda, Paquitina Roca, o el afecto, excelsa pianista, es persona muy importante para mí, como lo es su hijo Alfonso O’Shanahan que es periodista, crítico, poeta y afanado novelista. También Alfonso, desde su Tafira lejana que comparte con Las Canteras ¡pues no faltaría más! le dijo a D. Domingo Rivero:
Hácese lejano el mar, luces brillan, parece
nacer tu verso. Noche tocan, plaza
me trae la brisa, viento abajo va.
¿Y no es, amigo Alfonso –convéncete- esa brisa de mar la que condujo hasta este mar de Las Canteras tu corazón?
Porque justamente detrás –como enorme cita feliz-, detrás del Paseo de Las Canteras, junto a la casa de Socorro del Puerto escribió y vivió el ahora pintor, poeta urbano, aquel Manolo Padorno: En un lugar cualquiera del Puerto de La Luz, allí resido.
Mi parte en el dolor de los demás empecé a compartirla con este Manuel Padorno, hoy en Madrid apresado. Inquieto Manolo –Manuel con hermano poeta, nuestro gran Eugenio Padorno-, vivimos él y yo discutiendo en amistad, paseando mil veces hasta el amanecer, vuelta e ida, el Paseo de Las Canteras, cigarrillo a cigarrillo incesantes. Manolo leía poesías en Casa Escobio, voz grave, policía de otro tiempo en persecución, homenaje a D. Antonio Machado. A Manolo, hoy tan lejos, en otra ciudad sin mar, le aconsejaría utilizando sus propios versos:
Ven, salta de una vez,
ven a esta orilla,
que no está la vida
“para cuadros, Manuel”
Y ese último verso, atrozmente inventado, es intromisión de mi amistad. Porque estos hombres de Las Canteras son los corazones de la misma. Seguramente laten bajo la espuma blanca de la vejez, aquí la eternidad. ¡Cuántos nombres habré olvidado sin olvidar!
Porque también nuestro desconocido ¿Quién será, pero quién será? ha retornado a la Playa Chica. Playa de los Marrero, de los Correa Beningfield, de los nietos de Don Bruno Naranjo, de los Bosch, la de los hermanos Masanet. A esta playa bajaba Laura –no hace falta siquiera decir su apellido- nuestra belleza oficial y están Miguel Gil y Tita Marrero, Camema Guimerá y Nino y Luisita y Luis Van Isschot. Y Paco Torres y Fabiola Rodríguez, que vivían en Torres Quevedo. Y escribía mi tío Juan Bosch Millares. Y yo paseaba, escuchando entre Fran Hernández, Decano del Colegio de Abogados, Alcalde que fue con agua, y D. Bernardino Correa Viera, luchador canario infatigable, enorme escritor y visión de futuro. Todos son mis amigos del alma y seguramente me será disculpado que los cite ahora. Son negocios del querer que se me escapan siempre, como el agua entre las manos.
Y nuestro desconocido, en dirección contraria, moja el agua del Charcón, lago quieto de verde y arena. Los Lisos, el pasadizo al frente, Peña la Vieja allá son nuestros corazones de piedra. Frente al escenario dibujado tuvo hace años un solar Martín Chirino, el escultor grancanario mundial, que ahora se nos quiere morir en Castilla o en Nueva York, pero que arribará a su lugar. Martín, con el pintor José María Benítez, hoy en Venezuela –conducidos por Padorno- trajeron desde el mar de Agaete –que es el mismo- al pintor Pepe Dámaso, ese apasionado de la vida, entusiasmo y nervio, dibujante y cineasta. Y más allá, calle Galileo abajo estaban y están Simón Rodríguez Acosta, Gonzalo Miranda Juan, y Luis y Arturo Maccanti, éste enorme poeta, que acaba de editar uno de los libros más importantes de la poética actual. Arturo Maccanti, hoy residente en otra isla canaria:
Y tú sigues allá, en tu azul insólito
respirando el azul inalcanzable.
Y aquí situó a los hermanos Millares Sall. Desde Juan Luis –mañanas de día domingo en el Cine Club-, José María, poeta y autor de letras para cantar: Jane, pintora; Toto, músico en el timple impar. ¿Qué palabras cuidar para ese genio inmortal que es Manolo Millares? Sus cuadros residen en todo el mundo. Aún recuerdo sus inquisidores ojos celestes, en su conversar insólito y a Elvirita Escobio, enigmática, sonriente a su lado. Pero entonces yo no tenía dinero para comprar sus arpilleras, su etapa de vida y pintura que me parecen la eclosión de su rebeldía. Y en mi sentir inmediato está mi amigo Agustín Millares Sall, compañero de alegrías y poemas renacidos, compañero de todos, bondad y protesta unidas. De Agustín hablaré al final de esta ya larga serie –pero cierta, increíblemente cierta- de corazones de la Playa que son, digámoslo ya, la autenticidad de Las Canteras.
Aquí, por estos lares, estuvo –y aún nos vive- un pintor y personaje extraordinario. Me refiero a Felo Monzón, pincel vanguardista, siempre al compás de su tiempo, profesor de la Escuela de Luján Pérez. Es hombre absolutamente en mi isla y su tertulia que se congregaba en la misma Avenida de Las Canteras fue reunión de intelectuales y políticos. Mercedes, su mujer, y Felo son como la alegría y el compañerismo; como una junta sonrisa de bienvenida. Felo me regaló el boceto, primoroso y exacto del decorado de mi primer estreno, decorado que realizaron afanados los alumnos de Luján Pérez. Se diría que en la lista, aún incompleta, han estado y están los hombres que laten al compás de las olas. Recordemos a José Luis Gallardo, crítico y estudioso, ya con auténtico oficio logrado. Y a su hermano Tony, escultor de su orilla que anda la playa día a día, como nuestro hombre desconocido.
Pero los corazones de Las Canteras, en verdad, son todos. Todos los nacidos a su sombra, los que la sueñan, la siguen viviendo con el tiempo. Agustín Millares Sall que es mi amigo –y me basta así- ha resumido muy bien el espíritu de este largo artículo, acaso tan sólo lleno de entusiasmo, en un poema de su hermoso libro “Función al Aire Libre” porque la playa es también una fiesta al viento de la libertad. Ese poema se llama “Los Hombres” y dice:
Tantos somos, somos tantos
que si a algo nos parecemos o asemejamos
sólo la mar y el bosque, sin pensarlo,
nos darían la mano.
Con el bosque marino nos juntamos.
Como el mar vegetal nos enredamos.
Somos la ola y el árbol
en la montaña y el llano.
Más altos, siempre más altos.
Sí; más altos cada día todos los de Las Canteras, los que no vamos al mar del Sur; nuestros pescadores que conocen los sitios exactos de las piedras, nuestros jóvenes surfistas que adivinan las olas por el ya lejano Muro de Lloret, los amigos del envite y las mañanas y tardes que hacen verdad que los sin renombre lleguen a ser maravillosos.
Si nuestro hombre desconocido –ahora detenido frente al mar, ya al término de la playa- sabe lo que he escrito, entonces es uno más de los nuestros. Pero, si por el contrario, esto ignora, es, lamentablemente para él, un extraño en la playa inmensa de Las Canteras, ésta de los corazones de mar y rocas y los humanos corazones. Y si es extraño, nosotros no le concedemos, por ahora, visado de ciudadanía playera, que es condición con la que se nace o papel pasaporte demasiado difícil de obtener.
Juan Marrero Bosch
Artículo publicado el 12-10-1983 en un suplemento del periódico Diario de Las Palmas dedicado a nuestra querida Playa de Las Canteras que se titulaba Las Canteras 1900-2000.