La plaza del Arrecife

Hace unos días leía el libro de Carlos Platero Fernández sobre los nombres de las calles de Las Palmas de Gran Canaria y encontré algo muy interesante. Allí descubrí con sorpresa uno de los antiguos nombres de la actual playa de Las Canteras. Fíjense, hasta finales del siglo XIX, el pueblo la conocía como la playa del Arrecife. Todo esto, en mi caso, no deja de ser un descubrimiento increíble porque yo siempre pensé en los arrecifes como puentes de entendimiento, es decir, como una metáfora del ecosistema humano ideal. Además, como mujer, mi intuición comprende muy bien ese nombre cuando pregunto: ¿qué es una mujer? ¿de qué elementos y materiales se compone? Difícil cuestión… nada sencilla… Buscaremos mejor las respuestas si nos sumergimos en el arrecife. Síganme.

Pienso que si al hombre, desde antaño, “el valor” se le supone, a una mujer, sin duda, se le exige. Peso, lucidez y perspectiva son requisitos fundamentales para ser una mujer de ley, y eso, precisamente, es lo que simboliza para mí el arrecife. Porque, como decía la escritora Simone de Beauvoir: “No se es mujer, se llega a serlo”. Ya lo creo. Cuesta mucho convertirse en mesa y mantel oceánico, en roca vestida de algas, en refugio de náufragos y, también, en meta de los valientes. Arrecife que es frontera entre la arena y la fosa, cordón entre el agua y el aire, espina dorsal de la mujer adiestrada y salvaje. Aquélla que en marea baja surge de la profundidad y exhibe su poder con un guiño de encajes y abanicos. Aquélla que descubre sus tesoros en los espacios sumergidos donde el buceador descubre por sí mismo los infinitos matices de la luz en los recodos de una planta-flor-roca-pólipo de naturaleza híbrida y femenina perfecta. Arrecife que, cuando alguien desfallece, también lo espera arriba, con sus formas de plataforma ya adaptadas al descanso de quienes la conocen por haber caminado muchos años por sus remolinos y agujeros. En marea alta, sin embargo, no la busquen, sólo puede presentirse bajo los pies, pero no duden de que, a su hora, también estará allí.

En fin, la imagen, el nombre, la playa del Arrecife. ¿No les parece precioso? A mí me encanta. Lo confieso. Y después de consultarlo con mi almohada varios días, he pensado que ése es el nombre que me gustaría ver rotulado delante de mi casa para la actualmente denominada plaza de Churruca, una zona situada a medio camino entre Punta Brava y La Cícer, encajonada entre las calles Velarde, Churruca y Secretario Padilla. Ya vale de nombres de militares y políticos en las plazas que nacen como espacios para soñar. Ya vale de guerra. Ya nos vale. Decían los clásicos que el nombre está muy ligado al ser, y yo no sé si será para tanto, pero estoy segura de que el nombre imprime carácter, desde luego. Por eso, hoy animo a que se ejecute cuanto antes la segunda fase de esta plaza que, desde hace quince años, reclama su “uso deportivo” como constaba en el PG89; luego, fue tristemente llamada “UA-07” en la aprobación inicial del PG98, y, tras un período de sensata y tenaz reflexión, fue finalmente destinada a ser de nuevo “parque” por la aceptación del entonces edil de Urbanismo Juan José Cardona de 353 alegaciones firmadas por muchos vecinos de la zona, tal como consta en el acta mediática de la página 14 del diario La Provincia del 30 de abril de 1999. Bien, se dijo.

Ahora propongo –como una voz entre tantas- que este parque se bautice con el nombre de “plaza del Arrecife”. El lugar miraría de frente al océano Atlántico en sus vértebras acostado, en La Barra de Las Canteras. Creo que “Arrecife” sería un nombre en honor de todos los habitantes de la plaza: dedicada a los niños que juegan en ella, a los grupos de señoras que realizan sus actividades diariamente allí, a las risas de los jóvenes, a los padres pacientes que lanzan el balón a sus hijos, a los ancianos que se sientan a descansar en sus bancos, a los amantes de las plantas, a los que leen, a los que sueñan, a los que creen en la memoria, a los parados sin más esperanza que el mar, a los locos enamorados, a los sin techo, a los artistas, a los poetas, a los músicos… Y no quiero olvidarme de nadie, que sea una plaza para todos.

Y para finalizar esta propuesta, cito aquí las palabras de Platero Hernández sobre los nombres antiguos de algunas calles de Las Palmas de Gran Canaria que, en mi opinión, deberían reutilizarse para nombrar los nuevos espacios urbanos. Díganme ustedes, por ejemplo, ¿a quién no le gustaría vivir en la “calle Fontana de Oro”?:

-Las calles de nueva urbanización de Las Alcaravaneras, Santa Catalina y Guanarteme primero se conocieron por nombres de letras y los solares ya delimitados a cordel, por números. La calle J. M. Durán por mucho tiempo y aún hoy lo hacen muchas personas, se interpretó como dedicada a un anónimo José María Durán, cuando lo cierto es que la lectura correcta es de Juan Manuel Durán que fue uno de los tripulantes del vuelo histórico del hidroavión “Plus Ultra” en 1926.

El primer tramo del paseo de Tomás Morales se conoció al principio como Los Perules. Y el amplio terreno de plataneras que se iba urbanizando poco a poco a mediados del presente siglo y comprendía desde Bravo Murillo y Mata hasta la plaza de La Feria, por su parte oeste se conocía de forma genérica como de los Cercados o Vega de los Arenales. Y la calle que hoy se denomina Senador Castillo Olivares, al irse formando se la rotuló con el título galdosiano de Fontana de Oro.

Las calles que fueron surgiendo en las urbanizaciones de Ciudad Jardín, Huertas de Santa Catalina, Guanarteme, Isleta, etc., apenas han sufrido transmutaciones toponímicas debido a su modernidad, salvo el caso de unas cuantas rotulaciones que por motivos estrictamente políticos se han cambiado, cuales de General Primo de Rivera que hoy se llama de Franchy Roca, la del General Sanjurjo hoy Olof Palme, etc.

No obstante, ha habido denominaciones populares, paralelas a las oficiales en algunos casos, como, por ejemplo, la calle Hierro comprendida en la zona portuaria del Refugio, a la que también se la conoció como la del Sancocho, según el decir de quienes la transitaron en el primer tercio del presente siglo y, ello motivado al parecer porque algunas amas de casa solían guisar las viandas en plena calle ayudadas del singular infiernillo de petróleo y el necesario soplillo. Aun recordamos algunos el penetrante aroma de pulpo jareado que salía de una tiendecita de mostrador pintado de verde y forrado de cinc que por allí había, haciendo esquina a la calle Sagasta.

En realidad, la playa de Las Canteras comenzó a llamarse así, ya a finales del siglo XIX, pues, antes se la conocía únicamente como la playa del Arrecife.-

(Carlos Platero Fernández, Calles de Las Palmas. Nomenclátor o callejeros de Las Palmas de Gran Canaria a través del tiempo. Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canaria, 1998, pp. 25-26.)

Teresa Iturriaga Osa

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