Mi atención se detiene en una caseta que está justo en segundo plano, se ve de color blanco, que seleccionado, pero como entonces no existía la foto en color, no revela su color real: amarillo.
En aquello años, entre 1945–1950, recuerdo que en ella vivía un individuo que le llamaban “el brujo”. Según contaban los mayores, este señor usaba sus cualidades visionarias para adivinar el futuro mediante la baraja, a toda persona que solicitara sus servicios. Conocí a ciertas personas, con todos mis respetos hacia ellas, que iban a echarse las cartas, pedir remedios a sus dolencias y elixires para el amor. Algo normal hoy en día pero entonces era tabú.
La casa recibió por tales menesteres el calificativo de la casa de “el brujo”.
Lo simpático de lo que estoy contando es que los chiquillos que por allí transitamos a cualquier hora del día teníamos nuestras dudas, todo ello por lo que oíamos por casualidad a los mayores. Claro, se corría la voz entre nosotros y la fantasía infantil aumentaba esa sensación de miedo. El caso era que cuando teníamos necesidad de pasar cerca echabamos a correr o no mirábamos para la casa. Estábamos convencidos que a lo mejor nos haría mal de ojo y después había que recibir unos rezados, santiguándose una persona que supiera hacerlo bien, sino podrías enfermar.
La caseta estaba totalmente aislada en medio de la playa. Delante arena hasta la orilla del mar, a la izquierda arena hasta llegar a la CICER, a la derecha arena hasta la casa del desaparecido poeta Padorno y detrás arena hasta la calle Fernando Guanarteme, era como una isla rodeada de arena en lugar de agua.
Hoy esa casa ya no existe, solo quedan unas palmeras y plantas florales, pero ahí estaba, rodeada de un jardín pintoresco y de edificios que avanzan con cierta aceleración a ocupar ese espacio tan especial.
Ese poco de jardín testimonial será absorbido por nuevas estructuras, pero en ese solar, allí, bajo tantas columnas y paredes futuras, quedará el recuerdo de una historia fantástica de una isla tenebrosa.
Pero las cosas de la vida son tan inverosímiles… Como una broma del tiempo, muy cerca de donde estaba la caseta de “el brujo” se ha construido un parque infantil donde los niños ajenos a todo: saltan, corretean y chillán. A lo mejor el Sr. Brujo se distrae y cuida de ellos…