El nombre La Laja proviene de “laja”, grandes losas de piedra basáltica que caracterizan su litoral. Antiguamente se extraía piedra (“lajas”) de una cantera situada hacia poniente, cerca de la esquina que hoy ocupa la estatua del Tritón, dejando tras de sí un gran talud rocoso. Esta cantera basáltica «alimentó» muchas construcciones en la ciudad.
Durante el siglo XIX, la zona sur de Las Palmas de Gran Canaria era predominantemente rural, con escasa urbanización. La playa de La Laja servía principalmente como punto de acceso al mar para pescadores locales y como lugar de esparcimiento para los residentes cercanos. Sin embargo, con el crecimiento demográfico y la expansión urbana, la playa comenzó a experimentar transformaciones significativas.
La playa de La Laja tiene una longitud aproximada de 1.200 metros y una anchura media de unos 30 metros. Su arena es fina, de tonalidad oscura (gris-negra), procedente de materiales volcánicos.
Bañarse en La Laja tiene sus complicaciones y peligros debido a las corrientes. Hay que tener muchísimo cuidado en algunas zonas del arenal.
Su oleaje puede ser moderado, con corrientes que en ciertas zonas exigen mucha precaución al bañista. En los últimos años, gracias a obras como un dique sumergido al sur, se ha reducido su peligrosidad en parte.
La playa ha sufrido pérdidas con la expansión de carreteras y desarrollos urbanos. Algunas construcciones históricas pegadas al litoral fueron derribadas, y los accesos han cambiado con el tiempo.
La Laja no tiene los grandes servicios de las otras playas capitalinas, pero su belleza está en esa sencillez, en el límite entre lo urbano y lo salvaje, en lo que se conserva del paisaje volcánico, en lo que se recuerda: la vieja carretera de salida hacia el sur, la gasolinera, las regatas de vela latina, las casas veraniegas, etc.
Hay un paseo marítimo, junto con aparcamientos cercanos y acceso público más o menos cómodo; también transporte público urbano que te deja cerca (líneas de guaguas).
Se ha planteado una iluminación ambiental para el acantilado, así como mejoras en el aparcamiento, regulación paisajística y reutilización de espacios degradados (como el solar donde se encontraba la antigua gasolinera), dentro de los planes impulsados por el Cabildo y el Ayuntamiento.
El acantilado de La Laja tiene unos 200 metros de altura y está compuesto por lavas del Mioceno y sedimentos de la Formación Detrítica. Estos materiales guardan testimonio de cómo la isla fue formándose, con erupciones, derrames, depósitos y la acción del mar y la erosión.
Este valor geológico lo hace un punto de referencia no solo para científicos, sino también para la ciudadanía, que puede observar un paisaje natural singular a la entrada sur de la ciudad.
En el pasado había un núcleo de viviendas conocidas como “las casas de La Laja”. Entre ellas se encontraba una construcción identificada como la Torre del Viento, en la que pasaba parte de su tiempo libre el folclorista Néstor Álamo.
La Laja ha sido fuente de inspiración para diversos artistas y escritores. La escritora Carmen Laforet, autora de la novela Nada, pasó parte de su infancia en la ciudad y se refiere a esta playa en sus memorias, destacando su belleza y la tranquilidad que ofrecía en su juventud.
Este arenal siempre fue una playa de uso local, especialmente por los vecinos del sur de la ciudad. No tan turística como Las Canteras, pero rica en tradición y en recuerdos: pescadores que traían sardinas, gente que paseaba, baños en verano, etc.
En sus extremos se han construido piscinas naturales, equipamientos que han mejorado su valor de ocio tanto para los habitantes de los núcleos urbanos cercanos como para quienes la visitan.

La gasolinera de La Laja: un icono emblemático de épocas pasadas
En la década de 1950, se construyó una gasolinera en la zona, convirtiéndose en un punto de referencia para los conductores y acompañantes que se dirigían al sur de la isla.
Su presencia consolidó aún más la importancia de la playa de La Laja como punto de conexión entre la ciudad y el resto de la isla.
Era un punto de parada frecuente para quienes salían de la ciudad hacia el sur: para repostar, estirar las piernas, conversar. Su ubicación estratégica la convirtió en un punto de encuentro. Para muchas personas mayores o quienes vivieron en Las Palmas de Gran Canaria durante las décadas de los 60-80, la gasolinera representa un recuerdo habitual: llena de gente, con movimiento, con utilidades prácticas, con olor a combustible y con vistas al acantilado que se alzaba detrás como telón natural.
En 1956, se inauguró un túnel que facilitó el acceso al sur de la isla, pasando por la playa de La Laja. Este desarrollo infraestructural marcó el inicio de una mayor conectividad y visibilidad para la playa, atrayendo tanto a locales como a visitantes.
La gasolinera estuvo en funcionamiento hasta febrero de 1999, momento en que fue clausurada. El cierre estuvo ligado a la apertura del túnel en la GC-1 y al cambio de sentido de los carriles situados junto a la playa de La Laja.
Pasó varios años en abandono y se deterioró gravemente. En 2007 ya llevaba más de ocho años cerrada, y su retirada estaba bloqueada por litigios entre el dueño, una empresa de combustibles (BP), y la Consejería de Obras Públicas del Gobierno de Canarias. Finalmente, en 2019, el Cabildo de Gran Canaria decidió demoler la estructura abandonada como parte de un proyecto de regeneración paisajística, iluminación del acantilado, mejora del acceso peatonal y embellecimiento del entorno.







