Bunker en El Confital 📷
El litoral español ha tenido que ser fortificado en diferentes momentos históricos para protegerlo de ataques de piratas e invasiones, principalmente entre los siglos XVI y XIX.
Aunque esto sucedió en todas las costas de territorios que formaron y forman parte de España, las islas Canarias, en particular, han sido objeto de múltiples ataques e intentos de ocupación. Por esta razón su fortificación litoral ha sido muy extensa (excepto en la isla de El Hierro, que no posee ninguna) salvaguardando poblaciones, bahías, radas y puertos, puntos en los que, por su configuración, se podía desembarcar.
Estas fortificaciones han ido levantándose durante siglos y reflejan, como toda arquitectura, una evolución constructiva, funcional y estructural. Fueron soporte de diferentes sistemas militares de artillería y base de episodios clave de la defensa nacional, como los frustrados ataques de las escuadras inglesas de Blake, Jennings y Nelson a Santa Cruz de Tenerife.
Estos reconocidos “castillos” clásicos, mayoritariamente del periodo renacentista y barroco (del siglo XV al XVIII), son apreciados por sus consideraciones monumentales y han sido objeto de diferentes políticas de protección. Al ubicarse mayoritariamente en lo que hoy se considera el centro de las ciudades, poseen un carácter urbano y son utilizados en mayor o menor grado. Así ocurre con los castillos de Paso Alto y San Juan en Tenerife, o el de la Luz y el de la Mata en Gran Canaria.
Sin embargo, son muy diferentes de otros elementos muy reconocidos en Canarias: los búnkeres de la Segunda Guerra Mundial.
Protección contra una guerra mundial
Levantados entre los años 1940 y 1942 desde el mando de Canarias delegado en el General Ricardo Serrador, hoy cada playa, cala y rada de las islas principales posee un nido de ametralladoras con batida completa (aún se conservan más de 350). Este esfuerzo defensivo, asumido en los duros años de la posguerra española, se realizó para contrarrestar la activación de la operación “Pilgrim” ideada por Reino Unido. El origen de la maniobra era el miedo que los británicos tenían a que los alemanes, ayudados por Franco, tomaran Gibraltar. Aunque la operación pretendía invadir las islas Canarias, la declaración en 1942 de que España se mantendría neutral en el conflicto mundial lo evitaron.
Los búnkeres fueron realizados con una severa restricción de medios materiales y técnicos. Sin embargo, como en tantas otras infraestructuras, esto no impidió levantar elementos casi monumentales con unos hormigones armados de muy alta calidad. Muchos incluso siguen resistiendo, 80 años más tarde, al ambiente más agresivo que existe para el hormigón armado: el oleaje.
Además de estos nidos, se construyeron baterías de artillería costera, en las que se instalaron potentes piezas con alcances de hasta 20 kilómetros mar adentro. Poseen además puestos de mando, proyectores nocturnos y zonas excavadas capaces de soportar intensos bombardeos. La isla de Tenerife quedó protegida con doce grupos, los mismos que Gran Canaria.
Declive de los búnkeres
Tras sólo cuatro décadas de servicio activo, en el último tercio del siglo XX los sistemas de defensa nacional las dejaron obsoletas, por lo que fueron mayoritariamente desartilladas y olvidadas.
Sin embargo, las fortificaciones de la Segunda Guerra Mundial en Canarias se han integrado de manera armoniosa en el paisaje natural, convirtiéndose en parte integral del entorno canario. Estas estructuras, cedidas hace décadas por parte del Ministerio de Defensa a las administraciones locales, no solo actúan como vestigios tangibles del pasado. También representan emblemas vitales de la identidad cultural de Canarias, manteniendo la memoria colectiva de quienes los construyeron, quienes sirvieron en ellas. Los búnkeres ejercen de nodos críticos de las posteriores lecturas históricas que se realicen sobre ellos.
Su estética, frecuentemente vista como austera y brutalista, denota una clara intención de eficiencia y minimalismo, donde la funcionalidad se impuso sobre cualquier tipo de ornamento. La composición de estos búnkeres, caracterizada por líneas simples y formas geométricas puras, refleja una era en la que la arquitectura estaba al servicio de la supervivencia y la estrategia militar.
En las últimas décadas han sido subestimados y carecen de protección legal, lo que ha llevado a la pérdida de su contexto y potencial turístico. Ni siquiera se han incluido mayoritariamente en catálogos menores de protección, como los municipales, y están lejos de ser considerados BIC. A pesar de su estado de abandono, poseen espacios interiores de dimensión suficiente para ser utilizados con diferentes funciones, firmeza en sus estructuras y una ubicación estratégica, abiertos a paisajes costeros muy espectaculares.
Posible resurgimiento
La experiencia turística compartida en las redes sociales ha ido descubriendo las vivencias emocionantes asociadas a estos búnkeres. Esto nos hace reflexionar sobre el papel de estas estructuras militares, valorándolas no solo por sus aspectos arquitectónicos, constructivos, estructurales e iconográficos, sino también repensando y proponiendo actualizaciones que les permitan un uso económico sostenible y garanticen su preservación. Establecer estrategias que promuevan su uso accesible y sostenible puede impulsar su transformación en espacios de interacción entre la historia y el paisaje.
Por ello, desde 2023 se ha iniciado un simposio permanente sobre poliorcética –la disciplina que se encarga de construir fortificaciones– a partir de una colaboración entre la Universidad Europea de Canarias y el Centro de Historia y Cultura Militar de Canarias, y que ha sido presentado en la V Conferencia Internacional de Dinámicas y Tendencias en Turismo. En estas reuniones, y gracias a la recopilación de datos que desde programas docentes se puede realizar como parte de un modelo académico, se evalúa el estado actual de las fortificaciones para desarrollar intervenciones específicas.
Dicha documentación patrimonial de elementos no monumentales es esencial para hacer consultas ciudadanas. Pero también, y sobre todo, para recabar las necesidades municipales e insulares que definan qué se debe insertar en dichas fortificaciones, garantizando su sostenibilidad y el respeto por la construcción original. El objetivo es integrar los distintos elementos, entre sí y con los hechos históricos que protagonizaron. Esto puede hacerse a través de la creación de rutas turísticas y materiales informativos permanentes y digitales.
Darles una nueva vida permitiría preservar y darle utilidad a las fortificaciones. Estas construcciones no sólo protegen el paisaje y patrimonio natural de la isla; su conservación garantiza su legado histórico, cultural y educativo para futuras generaciones.
Juan Diego López Arquillo, Profesor de Historia, Composición y Patrimonio, Universidad Europea y Cristiana Oliveira, Profesor de Administración de Empresas, Universidad Europea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.