Por Heliodoro Rodríguez Medina
Ya es de madrugada, algo me empuja a huir de la cama, del calor de la habitación, el excesivo silencio que atora el flujo de pensamientos es agobiante, sé que por ahí hay una bala que tiene mi nombre escrito justo en la punta, ya está disparada esperando mi pecho el impacto final.
Pantalón corto, zapatillas abiertas y camisa de manga corta que doblo hasta los hombros, apenas hay nadie por la calle, el silencio de las aceras es sublime, las ofertas de los negocios están dormidas, sólo trabajan cuando son leídas.
Cuando me concentro vaciando mi mente del ruido interior se llenan mis oídos de la nada que existe alrededor, una pequeña rata corre a esconderse, las cucarachas huyen a paisajes más sombríos, el Abraxas de Demian me señala con el dedo y lo escucho reírse, no sé si complaciente o burlón, pero como trueno de entre las nubes en su único sonido, sólo yo lo percibo.
Un cambio de paradigma azotó mi cuerpo con el látigo de miles de colas sangrando la espalda con las heridas de la verdad. Cada latigazo desgarraba la piel abriéndola en canal donde navegaban los barcos de las palabras dichas llevadas al puerto, al destino del abismo de la inevitabilidad. El desgarro dolió, las cicatrices ya están secándose, la sal de las olas del mar curan, me siento contento.
Llego a Las Canteras, un día quiero pasear en todo momento de la mano de la mujer que amaré.
Le pregunto a un policía si está permitido a estas horas de cielo incierto echar la bicicleta por la Avenida, es muy amable, me dice que nadie me va a decir nada con la poca gente que hay, le respondo que es un placer hacerlo de madrugada, está de acuerdo.
Hay pocos pasos entre las personas que esquivo, cada una de ellas tienen un lenguaje propio y diferente, no los entiendo, sé que el vacío se llena, tras el cosmos sucede el caos en un infinito ciclo. El dragón devora al sol y una vez deglutido Gea gira adorando los nuevos rayos brillantes, así la sonrío, así me devuelve la sonrisa afable, amable.
Llego a la puntilla, doy la vuelta sabiendo que nada de lo que es, será, que nada de lo pasado seguirá siendo salvo el mar que dominará todo cuando las rocas de las montañas estelares se desprendan provocando tsunamis.
Trozos de lágrimas secas y compactas transformarán la orografía de esta tierra que una vez fue sagrada.
Los aborígenes canarios dejaron plasmados en el recuerdo de nuestros genes la inevitabilidad de la desaparición, los ancianos de cada tribu así lo advinieron cuando los primeros barcos surcaron los mares arribando nuestras costas, no hubo resistencia suficiente, es la desinencia inevitable, desde ese entonces como hasta ahora uno los lazos del mismo destino.
En el recorrido de vuelta hasta el extremo opuesto, cerca del Auditorio Alfredo Kraus escucho las palabras del mar, cada ola golpeada en la arena son fonemas por descifrar.
Frases enteras de llegada y espuma, de arrastre marítimo, conforman párrafos legibles, para ello me detengo, aplaco todo ruido interior, el discurso marítimo es poderoso, presto atención confirmando mi vaticinio, me habla con claridad cuando mi alma está en simbiosis silenciosa con el Océano de los Atlantes, le hago una reverencia, la devuelve con cortesía, mi subconsciente entendió el mensaje, se me revelará en el mundo onírico, sin embargo hay una palabra de varios pequeños oleajes rompiendo sobre la pared de la Avenida arrastrando la arena la cual descifré, me dijo: ¡Vive!
De regreso de nuevo por la Avenida Marítima, Selene coronando el techo celestial, viene a mí una mirada cautivadora del destino, mi propio círculo de Uróboros entre otros círculos concéntricos tal que espirales sin fin.
Me llego hasta Triana, el reloj de agujas con su permanente 12 horas y dos minutos, parado por castigo de Cronos, señala una verdad dos veces a día.
Tengo más canas, me digo, jóvenes pasan por allí, van a una discoteca cercana, los miro sabiendo que son los últimos de la noche y esta noche es la primera de nuestras últimas.
Mis párpados están cayendo lentamente, cada uno en su ciclo de apertura y cierre en un pequeño atardecer y anochecer consumido en unos instantes por cada pupila rodeada por el color de mi iris cambiante.
Un trozo de mi piel está escrito en estos párrafos que les comparto, aquí dejo retazos de mi ello sin más propósito de saber que he creado algo, porque, finalmente, donde antes no había nada, vacío y caos ahora hay cosmos, letras y contenido, así perduro.
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Comentarios
Heliodoro:
¡Muchas gracias por publicar mi relato!
Tay León:
Que relato tan maravilloso!! Lo he leído en familia y nos hemos sentido muy identificados! Felicidades al autor.
Gracias y un saludo!
Tay León