Hace poco más de cuatro años, el investigador neozelandés Laurent Lebreton revelaba en un estudio que la zona de máxima acumulación de plástico del Pacífico tenía el tamaño de Francia, España y Alemania juntas.
Esta sopa de basura en el mar contiene principalmente macroplástico, es decir, plásticos de tamaño grande, como botellas, redes y bolsas, entre otros ejemplos.
La extensión total de esta gran mancha de plástico era en 2018 de 1,6 millones de Km², un valor entre cuatro y dieciséis veces superior al estimado en 2014.
Los modelos de predicción, incluso los más optimistas, indican que este valor aumentará rápidamente año a año. Se vierten anualmente a los océanos entre 8 y 12 millones de toneladas de plástico, y no existe ninguna previsión a corto plazo de que este valor vaya a disminuir, más bien lo contrario.
Sin embargo, al comparar el plástico que debería haber en los océanos según lo vertido respecto a las mediciones experimentales, los valores no cuadran. Ya en el año 2004, al inicio de todos estos estudios, Richard Thompson, padre del término microplástico, lanzó esta pregunta: ¿dónde está el plástico perdido en el océano?
El plástico invisible al ojo humano
Un microplástico es cualquier fragmento o fibra de plástico con un tamaño inferior a 5 mm en su parte más larga. Puede haber sido fabricado directamente en ese tamaño o proceder de la fragmentación del macroplástico. Y pensemos: ¿en cuántos fragmentos de 5 mm (o menos) se puede dividir una botella de plástico? Posiblemente en miles. Esto implica que cuando nos centramos en estudiar el microplástico existente en el océano, su abundancia y zonas de acumulación, el problema también se multiplica de la misma forma.
El macroplástico tiene básicamente dos zonas de acumulación: o flota en la superficie derivando con las corrientes y acumulándose en los grandes giros oceánicos (como ocurre en el Pacífico), o se hunde hacia las profundidades oceánicas sobre el lecho marino, con el mar Mediterráneo como ejemplo más destacado.
Hay algunos proyectos a nivel mundial, como el Ocean Clean Up, que tratan de limpiar este macroplástico, aunque con un coste muy alto por tonelada retirada en el océano (5 000 dólares por tonelada), muy superior al coste de producción de este material.

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