Es un reportaje de Juanjo Jiménez para La Provincia/ Diario Las Palmas
El relaciones públicas Miguel Pérez Mejías, que en el último tercio del siglo pasado fue una de las figuras claves del ocio en isla, se llevó en Pino Santo un homenaje sorpresa a cargo de los antiguos trabajadores de las discotecas isleñas y los clientes más incondicionales de salas como la Wilson, Beach Club o El Coto, una cita perfecta para desglosar la vida de un señor que empezó de botones y conquistó la noche.
Hijo de una familia numerosa con solo once años tuvo que dejar los estudios para trabajar de botones
Llegar tan tranquilo a la fiesta que tú has preparado y salir con una cacatúa de oro y diamantes colgando de la solapa. Esto es lo que le ha ocurrido ayer sábado en Pino Santo al señor Miguel Pérez Mejías, que fue a por jarana y salió homenajeado.
Pero, ¿por qué? Por buscárselo. Desde los once años de edad, cuando su padre, ya con once hijos, mandó a los tres más grandes a dejar los estudios para sobrevivir. Así es como entra de botones a Editorial Prensa Canaria. Al rato lo ascienden a ordenanza. Poco después a oficial de segunda, y luego de primera, para culminar como jefe de negociado de distribución de los periódicos La Provincia y Diario de Las Palmas.
De verbo rápido, Pérez gestionaba lo mismo la compra de mil televisores que de mil minicadenas para las promociones de ambos diarios, o cerraba viajes a China o a Nueva York con los que a final de año sorteaba la empresa entre sus empleados. Esto, por el día. Por la noche el trajín era otro.
Compaginando su puesto del periódico con 15 años, en 1965 empieza a frecuentar las salas de asociaciones vecinales y clubs de deportivos, como el Hespérides, y hace sus primeros pinitos ayudando en la gestión. Pero es en 1966 cuando le da por entrar a la discoteca Britannia, en la calle Pelayo. «Ah, me dejó impactado, porque me gustaba bailar e incluso participaba en algún concurso». Esa discoteca no duraría mucho. Un teniente coronel se entera de que sus dos hijas frecuentan el garito y el gobernador civil, Antonio Avendaño Porrúa, «un señor que iba en moto», mandó parar.
Pero la jiribilla estaba echada. «En aquella época teníamos proporcionalmente más discotecas y pubs que en el resto del país», detalla debajo de una aguacate, al soco del creciente enrale producto del homenaje, la solajera y las primeras cervecitas frescas.
Después de la pifia de Porrúa se entera de que se inaugura disco nueva en Alfredo L. Jones: La Cacatúa -de ahí la insignia del primer párrafo-, «y ni corto ni perezoso me presento al jefe de salas, Adriano Santana Rivero. Le digo, mira tengo una pandilla que por un precio razonable te la traigo». El precio era de copas gratis y facultad para invitar. Había descubierto así el mundo de las relaciones públicas. Y hasta la fecha.
De La Cacatúa pasó a la Can, y de la Can a la Wilson, cuando se inaugura el 29 de diciembre de 1982. Ahí comenzó de relaciones públicas y termina de director. Es una época en la que gestiona la llegada de los artistas del momento. «Yo veía el 1, 2, 3, y luego hablaba con sus representantes». Así es como aquél botones primigenio se trae a Martes y Trece, Los Chichos, Mari Trini, Massiel, Fernando Esteso, Andrés Pajares, José Vélez o Arévalo. «A Arévalo le facturábamos 150.000 pesetas y nosotros hacíamos un millón en caja. Y más. A Alberto Cortés, Los Panchos… «Oh, te digo que la discoteca se amortizó en nueve meses».
Todo ello lo combina con el mítico Beach Club de San Agustín, en una etapa en la que llega a director adjunto de la cadena de discotecas Wilson, de los hermanos Santana Reyes, con cuatro ‘sucursales’ en Benidorm, otra en Puerto del Carmen, Lanzarote, una más en Playa del Inglés, con el nombre Napoleón, así como en el Pub Wilson y Playboy.
En los años 80 trajo a Gran Canaria a los principales artistas de la época, desde Lola Flores a Mecano
Pero le llaman de El Coto Cinco Estrellas en 1987. Ahí manda venir a Los Morancos, a Lola Flores, a Norma Duval, y pergeña el certamen Reina del Atlántico, además de acoger un homenaje a Alfredo Kraus. Entre unas y otras también suma nombres de grupos como Mecano u Objetivo Birmania.
Pérez guarda un especial recuerdo de Manolo Vieira, uno de sus grandes amigos. Relata que el humorista trabajaba de camarero en el J.R., combinando copas con actuaciones. «La primera vez que sale es cuando le conseguí actuar en la Can. Y fue una alegría inmensa, porque en esa ocasión cobró 5.000 pesetas y al poco ya cobraba 600.000 en el Beach Club».
Si algo tiene de ventaja empezar a trabajar con once años es que con 50 y poco, se jubila. Hace doce lo hizo Pérez. Es cuando monta un grupo de Facebook, Amigos de La Cacatúa, Saxo, Wilson, El Coto y Can, que hoy aglutina a 523 trabajadores y también clientes de aquella época dorada de las discotecas, y en el que también figuran incondicionales de Noruega, Suecia, Finlandia, Inglaterra y Alemania que a buen seguro estarán viendo a estas horas en la página del grupo la cacatúa de oro y diamantes del incombustible Pérez, señor que empezó de botones, y al poco lucía de terno completo.
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