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29/04/2025 16:14 🕦
Debes saberlo
En el mar, extremen las precauciones en zonas abiertas al oleaje, durante la marea llena y en los pasadizos

Cuento de verano «La gata Felisa»

La gata Felisa por Pino Lorenzo López

Tenía por costumbre perseguir moscas por toda la casa. Los olores de la cocina atraían a las moscas en verano, y Felisa disfrutaba cazándolas. 

A veces ni tan siquiera se las comía, jugaba a ver lo que las moscas aguantaban.

A los niños les gustaba aquel juego. Atrapaban insectos en el campo y los soltaban en la casa, para ver como la gata perseguía sin contemplación a sus víctimas.

La madre de Nuria les afeaba esta conducta y les decía que los insectos también eran animalitos de Dios. Pero los niños no le hacían caso, y seguían con sus conductas sádicas. El mayor de ellos, Héctor, le respondía con descaro que también los cerdos son animales de Dios y bien que nos los comemos. 

Algunas veces molestaban a Felisa haciéndole todo tipo de perrerías. Le lanzaban pequeñas bolsas de agua, le colocaban en el rabo un lazo de colores, o la metían en un armario y la encerraban. 

La madre de Nuria se enojaba con ellos, y para no castigarles, subía a su habitación, bajaba las persianas y se tendía en la cama, no fuese a darle un ataque de migraña de esos que frecuentemente padecía. 

Aquellos rituales se repetían todos los veranos. Se juntaban las familias de Nuria, Héctor y los dueños de Felisa, y sumaban más de veinte personas. 

La gata, después de tantos veranos, había ingeniado algunos trucos para que no la molestasen; se escapaba por las noches de la casa, y solo aparecía a la hora de la comida, momento en que los pequeños la estaban esperando. 

Este verano estaba llegando a su fin, y los niños comenzaban a hacer sus maletas de viaje, a guardar los juguetes que habían traído, a reparar las cosas que habían roto. Los padres también empaquetaban sus enseres y devolvían a los vecinos los utensilios prestados. Poco a poco la casa iba pareciendo un lugar mucho más tranquilo. 

Los dueños de Felisa la preparaban para el gran viaje a la ciudad, y recogían también sus cosas y juguetes. 

Ya en el coche irían relatando las anécdotas de aquel verano, cantando canciones infantiles que se intercalarían con alguna pequeña siesta. 

Al llegar a la casa Felisa iría a su escondite favorito. Sus dueños tardarían meses en verle nuevamente el hocico. 

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