Es un reportaje de Pedro González Sosa para el desaparecido Eco de Canarias.
Hacia tiempo que las gentes nos incitaban a hacer noticia un hecho pintoresco que a diario tiene lugar en la Playa de Las Canteras, junto al “Victoria”. Un hecho más que pintoresco, curioso que hace llevar, diariamente también, a infinidad de personas hacía el lugar, a pesar de lo temprano de la hora en que sucede.
Un hombre da de comer todas las mañanas a las gaviotas
Todas las mañana es fácil la contemplación del hecho: desde que las primeras luces del día caen sobre la dorada arena da la playa de Las Canteras, ciento y cientos de gaviotas- nos atreveríamos a afirmar que pasa de las mil – empiezan a posarse sobre la misma. Ya las gentes que pasean y conocen el hecho se paran para la visión del espectáculo.
Sobre las ocho y media de la mañana, llega un hombre en mangas de camisa, los pantalones remangados y descalzos. Lleva un gran balde repleto de desperdicios de pescado.
Como por arte de magia; como el palomero que llega al palomar, cuyos habitantes reconocen como dueño que les lleva comida; igual de mansas que las palomas de la plaza de Santa Ana —cuando la historia nos la retrata salvajes— las gaviotas lo rodean, se levantan presurosas del suelo, revolotean, se picotean unas a otras, como celosas, y chillan ensordecedoramente. Aquí empieza el auténtico espectáculo, digno de una gala circense.
El hombre, tranquilo y seguro, se acerca más a la arena. Las gaviotas lo asedian. Se les posan en los hombros, en la cabeza. Y, al fin, nuestro personaje las pone la comida en el suelo. Las salvajes gaviotas forman una nube compacta. El hombre sigue junto a ellas. Luego se marcha con el recipiente vacío…
Así, un día y otro día. ¿Desde cuándo? ¿Por qué lo hace este hombre? ¿Por qué todos los días las gaviotas esperan desde tan temprano a su benefactor…?
Febrero de 1964.