En lo más recóndito de Los Lisos habita un ser con cara. Le grita al mundo la belleza de este lugar; lleno de rajones, charcos y cuevas. Aquí, en su rocoso cuerpo, chocan las olas invernales con fuerza. En otoño desayunan en sus oquedales las garzas, zarapitos y demás aves que nos visitan. En primavera, los charcos se llenan de vida, de pequeños alevines que pululan al unísono, y en verano es pisoteado por los pies de los chiquillos que van detrás de los cangrejos.
El grito es de felicidad. Su cuerpo es Los Lisos, un espacio único en una playa única.
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