“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

“Sentires”

Podrías escribir algo sobre tu visión de la playa? Me pidió el webmaster de miplayadelascanteras.com. Ni sí, ni no, le contesté. Si las musas quieren decir algo a través de mí, yo por mi parte me ofrezco a tomar papel y lápiz y ponerme a ello. Ahora mismo sin proponérmelo, me veo escribiendo. La verdad es, que escribir sobre nuestra playa, es tan sencillo como difícil al mismo tiempo. Qué es lo que falta por escribir sobre ella? Todo y nada.

No quiero entrar en tópicos ni halagos gratuitos, pues de eso, ella está harta y sobrada. A mi modesto entender, sus sentires más cotidianos, comienzan a primeras horas de la mañana cuando las pisadas de los operarios municipales comienzan a limpiarla y acicalarla, algunos deportistas le dan los buenos días con sus zancadas, y con la misma constancia que las Madres de Mayo, un grupo de mujeres se dan cita para el baño de la mañana; así, durante todo el día según pasan las horas, diferentes tipos de personas y variopintos personajes van desfilando por ella, cada cual con su receta.

Lo físico va muy unido a lo lúdico y lo espiritual. Actividades diversas, como el surf, paddle, fútbol, kayak, golf, palas, taichí, yoga etc. Son el amplio menú que al alcance de quien quiera está. Naturalmente, el sol pasa sus vacaciones entre nosotros, aunque a veces el invierno le toma la delantera cuando menos lo esperamos, cambiando el panorama como por arte de magia. Aprovecha ella la gran espantada que se produce debido a la lluvia y el frío, para estar tranquila consigo misma sin la presencia humana. Mi apreciada y admirada Carmelita es, la sex-simbol de las profundidades canteranas.

Su silueta y manera de moverse tan sinuosa me fascinan, cuando alguna que otra vez nos cruzamos. ( tenía que mencionarla) Vuelvo a la superficie, futboleros de siempre dan toques al balón sin que roce la arena, por ese dominio de pelota que les caracteriza. Surferos desafiando a las olas una y otra vez, sin descanso ni tregua. Un golf-man con palo en alto, busca hoyos por la orilla. Asombra! Melómano con el agua hasta la cintura, se mueve al son de la música que le anima a través de sus cascos; el Teide nevado al fondo pensando, que gente más excéntrica se puede ver en Las Canteras. La cola de gente en la heladería Peña la Vieja, a veces compite con la del Inem. Frente al muro Marrero, una gaviota posa sobre una roca ante un fotógrafo que le apunta con su teleobjetivo. Un tango suena cerca en Playa Chica, animando a mucha gente al baile.

Más hacia el Reina Isabel, suenan los acordes de un blues profundo que llega al alma. Las esculturas de Etual Ojeda llenan un espacio en la arena, para remover conciencias. Las luces que adornan la fachada del hotel NH, se reflejan en el mar. Hay a quién le gusta y quien no, por considerarlas contaminación visual. Los Lisos y peña La Vieja, forman un tándem que perdura durante siglos; La Barra es lo que media entre la orilla y el horizonte, como frontera abierta al Atlántico; las arenas suben cubriendo los sebadales y elevando el nivel de playa. Preocupante tema, que siempre está latente.

La majestuosidad del auditorio Alfredo Kraus da realce y prestancia, todo lo contrario que en el otro extremo, La Puntilla; donde un afamado restaurante ocupa un espacio público y de Costas con una construcción chapucera y contaminadora de la visión del paisaje, con la desidia y dejadez de los organismos responsables. Las losetas de la privilegiada plaza de La Puntilla, bailan sin música pues al estar flotantes son endebles. Personajes y leyendas son protagonistas legendarios, que Las Canteras guarda en sus entrañas. Generaciones tras generaciones van dejando huellas y recuerdos en sus orillas; se podrían escribir libros de leyendas e historias, inspiradas en vivencias, sueños y amores que han comenzado o acabado en Las Canteras, pero ya eso lo dejo para imaginación de ustedes, mientras yo acabo y me dispongo a disfrutar de un atardecer, lleno de magia y colorido.

Texto y fotos Cristóbal Tacoronte

 

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