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La Casa Roja

Foto: La Casa Roja de la Caleta de El Cabrón, en la prolongación del Paseo de Las Canteras.

Todas las casas están constituidas por la presencia ausente de la memoria. No por obvia esta constatación de que es así y no de otra manera el hilo que cose lo existente, debe ser descartada para comenzar a hablar acerca de esta casa. Como no está de más tampoco subrayar esta otra obviedad: no todas las casas colindan con el espacio inmemorial del mar. De hecho ésta que los vecinos llaman La Casa Roja y que se levanta en un escarpe de la Caleta del Cabrón, en la prolongación del Paseo de Las Canteras, parece reclamarse más del mar que de la tierra. Se diría que para La Casa Roja el mar no es más que una inmensidad íntima.

La casa, una de las más misteriosas de Las Palmas, fue en tiempos una estación de bombeo que surtía agua de mar al torreón que existió en el lugar donde hoy está la plaza que divide a la calle Agustín Ramos. Con el agua que la estación extraía del mar se limpiaron hasta algún momento del siglo XX las calles de La Isleta y se llenó la piscina del barrio.

Modesta Antonia, hija de Santiago, el mecánico responsable de activar la maquinaria de la estación, explica al reportero en una breve conversación que su vivienda, a nivel del paseo, se le asignó a su padre para cuidar de la conservación y el funcionamiento del artefacto. En la planta inferior, relata la propia Modesta Antonia, había un pozo -aún se pueden ver unas rejas de protección del mismo- de dónde se extraía el agua de mar. El nivel intermedio lo ocupaba un almacén que, cuenta Juan, un joven de la zona, los vecinos usaron en tiempos como espacio de reunión.

Todo en esta zona, la que va desde el mar a la Plaza del Torreón, conocida también como plaza de la calle Agustín Ramos, transmite una cierta atmósfera de irrealidad cuyos contornos sólo pueden ser dibujados por la ficción. No en balde ésta es una de las áreas de Las Palmas en que más películas se han rodado: John Huston filmó en este dominio de la Bahía de El Confital escenas finales de Moby Dick -por cierto que el roque de la Caleta del Cabrón parece una ballena-, Miguel Hermoso situó en la Plaza del Torreón uno de los escenarios de Como un relámpago, y Dunia Ayaso y Félix Sabroso hicieron de la antigua estación de bombeo la protagonista más inquietante de La isla interior. Tienta decir que en esta última película La Casa Roja es un hombre enfermo que declama una y otra vez aquello de “¡Yo te saludo, viejo océano!”.

Según va y viene por las gradas y senderos que despliega el paseo en torno al edificio, según su memoria transita hacia delante y hacia atrás, el caminante se siente inmerso en este estado de flotación de la realidad. La lava solidificada del escarpe sobre el que se levanta La Casa Roja, desgastada por el viento y el agua marina, devela la enorme edad del territorio. La casa, cuya construcción se remonta a unas pocas generaciones presenta marcas patentes de vejez. Pero su intimidad con la inmensidad mar, que presenta en cambio el mismo aspecto que el primer día, propicia, que parezca una casa hecha de eco y abismo, materiales, otra obviedad, de que está hecho el vacío.

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