“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

El sargo y la vieja (Cuento)

Texto y fotos por Gabriel Navarro Valdivielso

Era las cinco de la mañana, la hora de soñar o desear despierto con Sabina, acaricié su espalda y me levanté sigilosamente para no desvelarla. Tenía dos opciones seguir con el “Maldito Karma” de David Safier, con el que me estaba riendo mucho leyendo las reencarnaciones de Kim, o aprender de memoria un cuento de la abuelita Ana, y seguir abrazado a una estrella fugaz recorriendo el universo, para en cualquier lugar y momento, contárselo a mis nietos.

En estos tiempos del iPad, también uno es capaz hasta de escribir su propio cuento, eso si, lo leerán solo dos, el sargo del Peñón y la vieja de la Peña la Vieja. ¡Pensé!, mi nieto se traga todo lo que le eche, así que voy a intentar escribir un gabrielando para él y a lo más mejor publicarlo en mi blog “gateando la vida”.

Un día, dos navegantes con sus maps y gps de los ipads, fondearon por la Cicer para avituallarse de alimentos para el cuerpo y medicinas para el alma, …

-Anda Atata, eso es una historia, no un cuento, a mi me gusta que empiece como los de Abu.

-¡Vale Billo, le conteste. Lo volveré ha intentar.

Una tarde, dos isleños con sus iPads diseñados en California y fabricados en China, arribaron por Agua de Mayo, la tienda para bebes y mamas, donde el señor de la calle, Nicolás Estévanez, en tiempos de la pluma suiza con tinta China también escribió este precioso poema a Canarias:

La patria es una fuente,

la patria es una roca,

la patria es una cumbre,

la patria es una senda y una choza.

La patria es el espíritu,

la patria es la memoria,

la patria es una cuna,

la patria es una ermita y una fosa.

Mi espíritu es isleño

como las patrias costas,

donde la mar se estrella

en espumas rompiéndose y en notas.

Mi patria es una isla,

mi patria es una roca,

mi espíritu es isleño

como los riscos donde vi la aurora.

– Te lo vuelvo a repetir Atata, ¡no seas copión! Te vuelvo a requeterrepetir que me cuentes un cuento de verdad, o uno de los de Abu.

– ¡Vale Billo! lo intentaré de nuevo.

Una noche, paseando dos peces por la orilla del mar, en la dorada playa de Las Canteras que se encontraban algo apartados de sus bandadas, él del Peñón, ella de la Peña la Vieja, se fueron alejando, alejando, alejando, uno a la izquierda y la otra a la derecha, el paso la barra chica, ella los resbaladizos lisos, entre fuertes corrientes marinas que penetran en la playa de Las Canteras por un estrecho pasadizo que hay en la barra por donde navegan las barcas de los soñadores pescadores que todos los días salen a la mar abierta para ganarse el pan de sus hijos; hasta que de repente, chocaron sus picos de nácar, entre remolinos y espumas blancas, un sargo y una vieja, los cuales del fuerte golpe y las fatigas pasadas, quedaron totalmente aturdidos y confundidos en el fondo del mar. Mutuamente se disculparon y se ayudaron para recuperarse.

– ¡Mira que casualidad! Justo donde estamos ahora, tú y yo.

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Él era un gran sargo, brillante y plateado, como la luna llena de primavera, de los que tienen buena tripita de tanto comer a su antojo en los sebadales, manchada su piel de escamas de plata por la huella negra de los arañazos al cebar las enormes olas de las mareas del Pino en septiembre. Ella era una hermosa vieja, de esas que están de ración para acompañarla en el plato con papas arrugadas y mojo picón. Hay algo más bonito en la playa cuando buceas con tu tubo y gafas submarinas que encontrarte con la bella vieja colorada por las finas hierbas del mar, esos peces adornados con preciosas escamas de múltiples de colores, que van del rojo al amarillo, del azul al verde esmeralda, similar a las lindas casas que dan al paseo de la playa.

El mar de fondo los condujo apaciblemente al Charcón, aquí donde se encuentra serenamente el agua y la tierra, un remanso de cristalinas aguas rodeadas de pétreas arcillas de granos de oro, igual que un inmaculado parque de alevines y pejines, es donde juegan junto los pequeños camarones, cabosos, fulas y gueldes. Inocentes y sin miedo pasan la noche al lado de la estrella de mar, cuentan sus cuentos, incluso hablan de la luna y se besan, bailan dando vueltas uno detrás del otro hasta marearse, …

– Atata, que margullando no se escucha la música.

-Por eso Billo, cantaban una canción muy bonita y romántica que se llama: la voz del silencio.

– Ya sé cual es, tú la escuchas mucho, bueno, sigue.

– Pero al llegar la luz del día, cuando ya vez claramente el fondo en aquella agua transparente, se reflejan figuras y sombras de niños que se acercan con sus cañas y baldes atrapando todo lo que se mueva. El pánico se apoderó del gran sargo y la hermosa vieja, rápidamente salieron juntos, pero uno a la izquierda y la otra a la derecha. Se volvieron a refugiar del peligro con su bandada, uno en el Peñón y la otra, en la Peña la Vieja. Allí era donde con luz se sentían protegidos, y seguros a su manera. A lo mejor, en otra ocasión por casualidad, se volverán a encontrar.

El Peñón esta anclado en la arena, y con la mareas del pino llegan hasta la tierra. Los que viven allí se llevan muy bien con los humanos, que todos los días los alimentan con pan de leche, mientras juegan entre sus piernas, les chingan saltando para fuera. Son una familia de espáridos y salemas, siempre quieren estar juntas, de un lado para otro, se pintan con rallas negras y los amigos como indios con rayas blancas de crema nivea. Están por ley protegidos en el interior de barra de Las Canteras; no son carnívoras, son vegetarianas, les encantan los cereales de los humanos; e ir de romería por los sebadales de algas navideñas.

La Peña la Vieja es diferente, desde fuera tiene incluso otra apariencia, negra y misteriosa, es una isla cerca de la orilla pero peligrosa según los mayores para acceder por los acantilados bordes, donde solo las lapas y mejillones se pueden agarrar. Sin embargo, por abajo las paredes se cubren de musgo y algas que dan vida con sus infinitos colores. Por eso los que saben vivir libres e independientes, tienen su pequeño apartamento allí, las morenas, las viejas, los pulpos; hasta el pejeverde y el pejerey. Ellos se llevan bien entre ellos, pero les gusta ser individualmente diferentes y cuando tienen hambre algunas veces se comen faltándose al respeto y costándoles la vida.

Hoy están cada uno en su lado de la playa, una mirando la Cicer, el otro nadando de la Playa Chica a La Puntilla, no va a braza sino de espalda, queriendo ver de nuevo el cielo azul anaranjado de un atardecer en el Charcón entre las palmeras, roto por la panza de burro que traen los templados y sutiles vientos alisios que oculta el horizonte con la mirada sentida, como si la hubiera sancochado a la sal. Se escriben poemas y comedias, que guardan en una botella para echarla en el correo del mar, con besos y abrazos, pero nada es por casualidad.

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Son pescados por la humanidad, pero quieren ser peces libres, como los que hay detrás de la Barra Grande, de aguas más profundas, que no dejan de ser a su vez más frías, peligrosas y turbulentas, pero sin rocas, ni barra, en absoluta libertad. Sin embargo, yo creo que más que la libertad, quieren recobrar la inocencia, o cada uno su estima, o su identidad.

– ¡Ya me tienes caliente Atata! no te voy a escuchar más, cuéntale el cuento a otros nietos, porque a mi solo me gusta los que son verdaderos cuentos. Eso es como un tigre jugando con una leona, o un elefante besando una jirafa, y eso no es natural.

– Mi niño, tu no sabes, que todo lo femenino tiene su masculino, que todo cambia. Y mira mis manos, todo vibra.

– ¡Ay Atata!, que aburrido eres cuando te pones a filosofar.

– Bueno Billo, al menos dame un beso por contarte las cosas que todavía recuerdo de los cuentos de la abuelita Ana, o es que no te acuerdas ya de aquel final feliz de los buenos cuentos:

“Otro día cielito, te contaré más cositas como estas, que te gustarán.

Dame un besito porque te he hablado de estas cositas que he recordado.”

El nieto le beso cariñosamente en la misma calva de su pelo blanco y le dijo:

– ¡Atata!, ¿yo soy un alevín?

– Si

– ¿Y por qué dices tu entonces? !alevines no, gracias¡

– Ahora no, ya es la hora de comer, nos vamos.

– Cómprame un bombón helado.

– Ahora no, que vas a comer, ¿Nos vamos?

– No me quieres.

– Si, pero no.

– Atata, sabes que un día soñé que iba con una barca y vi una sirena con una cola de muchos colores sentada en la Peña la Vieja.

– ¡Fuerte zalamero! Anda, toma el dinero, compra una bolsa de bombones, yo quiero un cucurucho.

– ¡De coco, no! ¿De fresa, Atata?

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El abuelo se rió y el nieto sonriente salió de la arena corriendo. Cogieron el paseo por la playa chica y a la altura de Sargento Llagas se fueron hacia el parque de Santa Catalina, buscando a la sirena. Unidos más que nunca con su helado, al final, un cucurucho grande de chocolate, cogidos de la mano paseaban por la playa muy felices, Billo y Atata.

GNV, mi primer cuento para mi primer nieto.

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