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Relatos de verano: La Peña de la Vieja

Cuento urbano-playero por José M. Balbuena Castellano.

I

Eran tres amigas íntimas que en tiempos pasados solían pasear por la conocida playa de Las Canteras, ubicada en el extremo noroeste de Las Palmas de Gran Canaria. Hoy en día figura como la Joya de la Corona de esta ciudad y la verdad es que lo merece, aunque todavía habrá que sacarle algún brillo para que luzca más. Pero esa es otra historia que voy a introducir aquí porque no procede ahora. Me conozco y cuando me enrollo no hay quien me pare.

Las Canteras es una larga y hermosa playa, custodiada en parte de los embates del Atlántico por una barrera rocosa, que cuando hay marea baja la convierte en una apacible piscina, lo que la hace más atractiva para mayores y pequeñitos. También podemos encontrar entre la Barra, como así se llama, ese baluarte natural, una serie de rocas y unos charcos y charcones donde, en la bajamar, quedan atrapados unos escurridizos pececillos y otros bichos marinos.

Pero esta historia que les voy a contar no ocurrió en el siglo XXI, esa época de vehículos a motor, de televisiones, de estreses, contaminación y diversas locuras más, sino que fue casi al final del siglo XIX. Las señoras en cuestión se llamaban Maruca, Marieta y Mima. Como casi siempre iban juntas, las llamaban las tres emes.

Les encantaba la playa y no crean ustedes que llevaban bañadores de un solo cuerpo y bikinis como se usan en la actualidad. ¡Qué va! No se habían inventado aún. Salvo excepciones, la gente solía aparecer en las playas en los cálidos días del verano y no de forma masiva, como ahora. Las señoras o señoritas utilizaban unas faldas largas que les cubrían las piernas, y si acaso había una más atrevida y menos recatada, llevaba una especie de faldones con unos pantalones debajo que le llegaban a los tobillos. Era habitual llevar una sombrilla para cubrirse del sol porque estaba muy mal visto ponerse morenas. Las mujeres, como no fueran del Congo o una trabajadora del campo, eran blancas como la leche.

Con esa guisa se introducían en el agua. Bueno es mucho decir: se mojaban los tobillos, aunque alguna más osada, se subía las faldas hasta las rodillas, que ya era mucho. Así y todo causaban expectación en el sexo masculino. Les llamaba la atención que aquellas señoronas fuesen siempre solas sin ningún varón que las acompañara. Lo que no sabían es que ellas eran una damas muy avanzadas para su época, muy liberales y liberadas, que pretendían, nada menos, que el voto femenino y representación femenina en las Cortes…

II

Maruca, Marieta y Mima se sentaban sobre la blanda arena todos los días que podían, fuera invierno o fuera verano. Cuando la marea descendía, corrían como unas chiquillas hacia la orilla, chillaban y daban unos saltitos y nadaban como delfinas. ¡Qué maravilla!¡Qué exclamaciones tan profusas lanzaban los hombretones que las contemplaban!

Tendré que decir que el comportamiento de las tres amigas no podía tener explicación si ellas no hubiesen sido unas niñas ricas que habían heredado de sus abuelos y padres una fortuna y por eso, procuraban disfrutar de la vida lo máximo posible, sin descuidar sus negocios, que también iban viento en popa.

Cuando eran muy jóvenes sus padres las habían enviado a estudiar a internados en Suiza y ellas frecuentaban balnearios de Alemania o del Imperio Austro-Húngaro. En sus conversaciones recordaban siempre sus estancias en la bella ciudad de los Sudetes llamada Carlsbad, que hoy en día se denomina Karlovy Vary, que significa lo mismo en checo, o sea el Balneario de Carlos, que fue el emperador que fundó la ciudad en 1370. Ya desde esa época se sabía lo beneficiosas que eran para la salud sus aguas termales. El en siglo XIX esta ciudad recibía huéspedes de toda Europa. Allí se alojaron conocidos escritores, políticos, músicos, filósofos. La importancia de Carlsbad descendió después de la primera guerra mundial, al extinguirse el Imperio Austro-Húngaro. Bien es verdad que en la actualidad, dentro de la República de Chequia, ha vuelto a resurgir y existen numerosos balnearios y hoteles. La ciudad es conocida además por sus fábricas de cristales, tan famosas como las de Bohemia. Al de Karlovy Vary le llamaban el Cristal de los Reyes porque las monarquías europeas tenían en sus palacios valiosas piezas de esta procedencia. La ciudad era también la patria de un famoso licor llamado Becherovka elaborado con veintiséis hierbas y que constituye un reconstituyente extraordinario. En las aguas termales existen unas rocas petrificadas de muy diversas formas. Tiene también fama sus deliciosas galletas, sus porcelana y sus sales minerales. Pero allí, sobre todo, se respira salud, paz y armonía.

Pues bien, ellas se habían hospedado en el Grand Hotel Pupp. Se entusiasmaban cuando recordaban sus andanzas por la ciudad; sus paseos por los cercanos bosques; sus baños en las termas; los animados bailes, a ritmo de valses, polcas y mazurcas, donde conocieron a influyentes personajes.

En esos balnearios, aparte de curarse en salud, las jóvenes aprendieron a nadar muy bien; a relacionarse; a hablar idiomas, ya que hablaban inglés, alemán y francés y chapurreaban el dialecto de Artenara. Un bagaje políglota y mundano que no era muy normal en una mujer de aquellos tiempos, donde la profesión más apreciada por los padres, novios y esposos era el ser una sumisa esposa y una excelente ama de casa, una buena madre y, en las clases más humildes, una inmejorable cocinera. Estas jóvenes tan modernas (bastante cultas, ya que leían mucho y asistían a conciertos, teatro o a la ópera) tan liberales decidieron convertirse en unas sibaritas y, pese a la oposición familiar, optaron por quedarse solteras, a pesar de que habían tenido numerosos pretendientes, novios y romances. Y entre ellas decían: ¡Que me quiten lo bailado!

Era una delicia oírlas cuando conversaban sentadas sobre la arena y cotorreaban durante horas y horas. De vez en cuando lanzaban algún improperio en teutón puro y duro, ¡qué vaya usted a saber qué querían decir!

Cerca de ellas se ponían a veces unos hombres bigotudos y otros barbados, que usaban para bañarse una especie de camiseta a rayas, y unos calzones ajustados por el tobillo, que parecían más bien presos de Sing-Sing. Pero ellos no se sentaban en la arena, sino que solían permanecer de pie, cerca de la orilla, con los brazos cruzados sobre el pecho. De vez en cuando se atusaban los mostachos e interrumpían su contemplación del oleaje, del océano y el lejano horizonte, para mirar de reojo a aquellas señoras macizas, como diciendo:

-¡Aquí estoy yo, el macho hispano!

Era como si quisieran seducirlas con la mirada. Porque ellas, estaban todavía de buen ver y eran de esas mujeres que no bajaban la vista cuando un hombre las miraba con descaro. Otras veces, los hombres se lanzaban al agua de cabeza, margullaban y tardaban un rato en salir como un Tritón triunfante. Después daban unas brazadas y volvían a tierra al cabo del rato, para colocarse en su preferida posición estática y contemplativa.

Bueno, en verano venían algunos estirados señorones que se sentaban en unas confortables hamacas, rodeados de sus familiares y la servidumbre. Traían sus viandas y hasta sus bebidas.

-¡Uf, qué hombres!- cuchicheaban las señoras entre risitas.

Aquí entre nosotros, creo que aquellos hombres de menor rango, los que permanecían de pie y con brazos cruzados, con mirada de águila pescadora, eran los precursores de los “chulillos de playa” que aparecieron por la mitad del siglo veinte para ligarse a la turistas nórdicas.

Las tres Emes solían ubicarse en diferentes puntos de los cuatro arcos que tiene la playa de las Canteras, aunque la más preferida era la primera, la que está más cerca de La Puntilla. En una ocasión se encontraban en el tercer arco, que era uno de los menos conocidos por ellas. Había unas rocas y también unos charcos (en marea baja). Maruca usaba gafas porque sin ellas no veía a tres montados en un burro. Los espejuelos le daban un cierto aire aire intelectual.

III

Era un día de primavera, con un sol luminoso y una saludable brisa que invitaba a cualquier cosa. Las mujeres habían decidido tomarse una botella de güisqui escocés, que la habían traído (junto a otras más) cuando realizaron un viaje a Escocia visitando, sobre todo, Edimburgo, Aberdeen, Glasgow y el lago Ness. Cuando ya estaban más que piripis hicieron una apuesta para ver quién llegaba primero a la Barra.

Dejaron sus ropas de calle y las sombrillas sobre la arena, en un montoncito, y le indicaron a un señor que había por allí cerca que, por favor, le cuidara sus pertenencias. El caballero les dijo que con mucho gusto lo haría. Pero hizo algo más. Sacó un reloj de bolsillo Roskopf y se dispuso a cronometrar el tiempo que iban a tardar, nadando desde la orilla a la Barra.

A una señal suya empezaron a nadar acompasadamente hacia el objetivo, pero Maruca no tardó en desviarse y a una velocidad se ballena hambrienta se acercaba hacia unas rocas, a pesar de que sus amigas, sabiendo lo corta de vista que era, le advirtieron que nadara junto a ellas porque se iba a despistar, o peor aún, podría hacerse daño en los peñascos que sobresalían del agua. No se sabe si era por los efectos de la ingestión etílica o porque creía que sus amigas lo que querían era llegar antes, lo cierto es que Maruca no hizo caso y se estrelló contra una peña, al tiempo que lanzaba un tremendo grito.

Marieta y Mima pararon inmediatamente y con cara de asombro se dirigieron hacia el lugar donde Maruca había chocado. Pero no la encontraron. Así que bucearon y entre las dos pudieron ponerla a flote. Había una pequeña brecha en la frente de la que manaba sangre, pero estaba viva porque empezó a mover los brazos y a aspirar aire con frenesí. Pero parecía inconsciente y aquellos deberían ser unos actos reflejos para sobrevivir ante esa situación

-¡Maruca! ¿Por qué no hiciste caso cuando te lo advertimos?- le dijeron, mientras trataban de arrastrarla hasta la orilla, porque su amiga no contestaba ni trataba de mantenerse a flote.

Se sorprendieron al ver junto a ellas al señor que se había quedado en la orilla guardándoles la ropa… y cronometrando su travesía hasta la Barra. Había nadado tan rápidamente que ni siquiera se percataron de su llegada hasta que preguntó:

-¿Cómo está la señora? ¿Le ha pasado algo? – preguntó ansioso.

-Creo que está un poco conmocionada, pero no es nada grave- dijo Mima

-No se apuren, señoras, yo las ayudaré a sacarla del agua- dijo aquel señor. Y efectivamente, nadó junto a ellas y contribuía a que Maruca no se hundiera porque permanecía inconsciente.

Cuando alcanzaron la orilla tendieron a Maruca sobre la arena colocándole una frazada debajo de la nuca. Maruca sangraba todavía y podía apreciarse la “coneja” que tenía en la frente, como dijo uno de los curiosos que se colocaron enseguida cuando la mujer fue extraída del mar.

-¿Qué paso, qué pasó?- preguntaban los curiosos.

Y las otras damas y el caballero escucharon que comentaban:

-Nada, que una de estas viejas empezó a nadar como una loca y se pegó un cabezazo contra esa peña que está ahí. ¡Se ponen en el mar sin saber nadar, puñeta!

A ellas les dolió mucho que las llamaran “viejas”, porque no tenían más de 55 años, y como dije antes, estaban de muy buen ver. Pero como se encontraban en la labor de ayudar a su amiga Maruca, optaron por no contestar a ese comentario, aunque le dirigieron al personal una mirada asesina.

Por su parte, el caballero buen samaritano, que parecía una caja de sorpresas, sacó de una bolsa que parecía un botiquín, una botellita con un oloroso linimento (no sé si ya existía el famoso linimento Sloan, vulgarmente llamado el bigotudo) que frotó suavemente por las sienes de Maruca,y le descubrió sus brazos y piernas para realizar la misma operación. A continuación lavó la herida con agua de los Berrazales y le colocó un apósito en la cabeza, con aquellas manazas, a la vez fuertes y suaves. ¡Parecía un profesional de la medicina!

Maruca abrió los ojos y le parecía que había despertado en el cielo. Estaba dolorida pero contenta de encontrarse viva y en brazos de aquel forzudo caballero. También se sorprendió de todo aquel espectáculo con tanta gente que la rodeaban, haciendo sus cábalas y comentarios, a veces poco finos y machistas. Había por lo menos veinte personas, entre transeúntes y pescadores. Estos tenían sus barcas varadas sobre la arena a unos cien metros de ellas y se congregaron alrededor de las tres amigas a ver qué había ocurrido.

Después de efectuar la cura, aquel caballero, como no podía ser menos, se presentó y dijo:

-Soy Eustaquio Abreu, para servirles. Siento haberlas conocido en estas circunstancias. No se apure señora- indicó mirado a Maruca-, que ya se encuentra bien. Ha sido bastante aparatoso el golpe pero no hay ningún peligro.

Ellas, para no ser menos, también se presentaron y tanto Marieta como Mima le dieron las gracias por su ayuda.

-No hay de qué. A mandar- indicó el señor.

También le comentaron a la mujer herida:

-¡Que cabeza más dura tienes, mi niña!

Maruca, que había recuperado sus gafitas que había guardado en el envoltorio donde estaban sus ropas, y se las colocó. Ahora sí que veía las cosas más claras y hasta se alegró que aquel día hubiese un sol brillante y un cielo nítido y azul.

Fue llevada en una diligencia-ambulancia, tirada por dos hermosos caballos, al hospital de San Martín, para hacerle una revisión. Le dijeron que le habían hecho una buena cura y que creían que no habría ningunas complicaciones, porque ella parecía una mujer fuerte.

Después de este episodio y de haberse curado completamente Maruca, las tres amigas continuaron visitando la playa y tomando sus baños. Pero ya no se colocaron más en aquel lugar, sino más hacia el norte, unas veces en la Playa Chica y otras en la parte más estrecha del istmo.

Especialmente Maruca era reacia a situarse en el tercer arco de la playa, cuando se enteró que a partir de su accidente la gente empezó a llamar a aquella roca la Peña de la Vieja (y claro, eso iba por ella). Ya se sabe que nuestra gente es muy guasona y así, con esa socarronería tan habitual, bautizaban a las cosas o se ponían nombretes.

De todas formas, moral no les faltaba, porque ellas no se consideraban viejas.

Por cierto, de aquel Eustaquio fornido, bonachón y caritativo que había ayudado a salvar a Maruca, nunca más se supo. ¿Era quizás una especie de avatar, un ángel que se hallaba allí, en ese preciso momento, para contribuir a realizar una labor humanitaria?, se preguntaba Maruca que no dejaba de cavilar sobre esta circunstancia y sobre la desaparición de Eustaquio ¿Quién era? ¿A qué se dedicaba? ¡Un auténtico misterio para las tres amigas!

Maruca, Marieta y Mima mantendrían su amistad hasta su muerte, que se produjo a una edad muy avanzada. Sus vidas llenas de experiencias, les ayudaban a mantenerse jóvenes de espíritu, a fantasear, a recordar sus buenos momentos. Nunca se casaron pero vivieron felices con sus romances, sus viajes, sus estudios en el extranjero, sus bailes de sociedad, sus paseos en las fincas de sus padres y de sus abuelos, que después ellas heredaron. Sus estancias entre bosques y oyendo el rumor de los manantiales y el canto de los pájaros.

Revivir aquellas polícromas e inolvidables puestas de sol, con el Teide al fondo; las plácidas jornadas charlando y jugueteando con las olas o nadando hacia la Barra donde a veces convivían con las gaviotas, con los zarapitos, con las variadas aves limícolas que picoteaban y corrían de un lado para otro. Sintiendo sobre ellas las miradas de aquellos hombres bigotudos y guapotes que parecían devorarlas con la vista. Peña la Vieja, punto de encuentro, en un futuro no muy lejano, de niños y jóvenes que la utilizaban como trampolín para sus zambullidas y competiciones. Adorno imprescindible de algunas de las postales enviadas a todas las partes del mundo mostrando la belleza de la playa de Las Canteras, cuando empezaron a llegar a llegar los turistas, los cruceristas, los viajeros de paso hacia otros mundos, hacia otros continentes.

Damas libres de compromisos familiares, lejos de la mojigatería reinante en una sociedad plena de convencionalismos y formalidades.

 

Si tienes alguna pregunta o duda sobre este contenido, envíanos un correo a forocanteras@gmail.com
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