“Cuando dos caminos se separan… toma aquel que se dirija a la playa”. Hannah McKinnon

Viernes: refresca algo el ambiente

Panza de burro en domingo.

Si la panza de burro tiende a la depresión cualquier día de la semana, en domingo es especialmente depre, letal, porque el gris del asfalto de las calles vacías aumenta con perversidad su efecto demoledor sobre el ánimo del ciudadano. Ir a la playa y ver un mar de nubes encima de un mar de agua y en medio uno, en la arena, desconcertado bañista, es sentir cómo cae a plomo la gana, el deseo, la ilusión. Con todo hay quien defiende a pies juntillas la benignidad de la panza de burro por aquello de que el currante se libra del rigor de los rayos solares o porque va menos gente a la playa. El viejo debate local sobre si la panza de burro es buena o mala para la ciudad y la playa no quiero ahora volver a desempolvarlo, que cada cual piense al respecto lo que quiera.

Lo cierto es que hoy me levanté con verdaderas ganas de ver el sol y de bañarme en una playa donde el mar no estuviese sobre mi cabeza; así que cogí a la familia temprano y nos tiramos en coche para el sur, a nuestra playa preferida: Las Burras. Esto es, cambiamos la panza de burro por Las Burras. Poco antes del aeropuerto se despejaba el cielo y nuestra mente también. Llegamos a la playa, nos dimos unos baños de azul y para casa. De vuelta por la tarde, se veía sobre la ciudad una franja de nubes densas, grisáceas, amenazantes, que parecían una cordillera de pesadumbre imposible de escalar, una especie de tsunami estático sobre las pobres cabezas de los ciudadanos de a pie, una imagen etérea de lo cotidiano y la rutina. Tomamos conciencia de entrar en la ciudad real cuando nos engulló ese túnel neblinoso que se fundía perfectamente con la ciudad desierta. Nos volvió entonces la reflexión existencial y el debate en el coche sobre la panza de burro: niños y mayores dábamos nuestra opinión sobre si era buena o mala, debatíamos. Ni siquiera la contemplación de los numerosos barcos fondeados a lo largo de toda la avenida marítima nos distraía de nuestra preocupación principal.

En esto que empieza a chispear y hay que poner en marcha el limpiaparabrisas y yo aventuro mi teoría de que es bueno que llueva para que se despeje el cielo y otro de los pasajeros apostilla que si llovía era algo más que la típica panza de burro, que tenía que ser la cola de alguna pequeña tormenta que estuviese sobre las islas occidentales.

En fin, lo de la panza de burro es en verano el tema capital de la ciudad.

Luis del Río García

En Las Palmas de Gran Canaria, julio de 2011

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