“Necesito el mar porque me enseña.”. Pablo Neruda

Viernes: aviso naranja por costeros (oleaje) y aviso amarillo por viento.

Relato de una caminata desde la Vega de San Mateo al Pozo de la Nieves, pernoctando en un refugio antiaéreo. Año 1952.

Esta caminata la hicimos Luis Báez Quevedo y yo, hace ya algún tiempo de esto. Un sábado por la mañana nos encontramos en la Playa de Las Canteras. Yo había terminado mi entrenamiento natatorio y el amigo Luis el suyo de marcha atlética. El saludo fueron cuatro palabras: ¿vamos a la Cumbre?. A las 14.30 estábamos en la terminal de los coches de hora, en la calle Eduardo, esquina a Bravo Murillo. Eran aquellas guaguas grandes de color amarillo, con el morro cuadrado y que tenían un manillar como el timón de un bergantín. La ilustre y venerable máquina, después de unos profundos golpes de tos arrancó rumbo a San Mateo. A media tarde comenzamos nuestra andadura. El sendero cruzaba varios tramos de carretera y llegamos al puente de la Lechucilla. Seguimos barranco arriba y pasamos por sombreados tramos entre altas paredes de piedras que separaban unos bancales, pasando por debajo de un miniacueducto. Después de media hora de camino iniciamos un subida más pronunciada, dejando a la izquierda un pequeño roque que conocíamos como el Roquito. La pechada fue por una zona umbría con mucha vegetación. Llegamos a un cerro cerca de un pequeño estanque desde donde vemos a nuestra izquierda el Barranco del Agua. Aquí teníamos dos opciones: sendero a la izquierda o la derecha. El de la izquierda se adentraba, subiendo, hasta cerca de un naciente, Fuente del Mimbre, y seguía hacia la cumbre dejando el Roque Saucillo a la derecha. Optamos por el camino de la derecha y después de un poco campotravés nos encontramos con el que sube por la Montaña Codeso, de las Arenas o la Piconera, para los amigos. Subimos al golpito pues a menudo, con las prisas, se nos queda la juventud detrás nuestro. Llegamos al conocido tramo de “picón movedizo”, en el que podemos enterrarnos hasta el tobillo y más. Este tramo, como casi todos ustedes saben, está un poco antes de la Degollada en la que el camino, a la derecha, se bifurca hacia la Hoya del Gamonal. Dejamos esta bifurcación y seguimos subiendo por un sendero-hoy perdido- bastante pendiente, que cruzaba entre el Saucillo y la Montaña de la Retama, encontrándose con el otro que subía por la izquierda del Roque. El que tomamos aquel día era el que habitualmente seguíamos para llegar a las zonas de este lado de la Cumbre. Hoy está completamente cubierto por la vegetación propia del lugar, que además es dura y agresiva. Un apunte; no hace mucho estuve por allí con Luis Ojeda y Saturnino Armas con la intención de encontrar este antiguo sendero. El motivo de recuperarlo era por un proyecto-no llevado a cabo-de repetir la caminata que hicimos un día, allá por 1.955 portando una escultura de San Francisco Javier, esculpida por Tony Gallardo, desde la Playa de las Canteras hasta el Pozo de las Nieves. Esta escultura del santo pesaba, y pesa, (con perdón), como un diablo. Cincuenta kilos. El artilugio de transporte para llevarlo a la espalda, era una mochila de madera confeccionada por Miguel Rodríguez Medina, primer presidente de nuestro Grupo, y sus hermanos. El Santo está hoy en nuestro local social, atento y calladito la boca, pero con su historia allí al lado. Sigamos con el relato. Como iba diciendo, pasamos entre el Roque Saucillo y la Montaña de la Retama. Según caminábamos comentábamos la posible ruta a seguir con la escultura pues ya se runruneaba que la íbamos a llevar la Cumbre. Dejamos la montaña de la Cruz del Saucillo a la derecha, cruzamos la Era del Barranco, Barranco de la Abejerilla, y llegamos a la zona del Pozo de las Nieves allá por la tardecita. Nuestro planeta tierra ya hacía un suave y progresivo movimiento ofreciendo al sol otros lugares que alumbrar. Bueno, el caso es que de hizo de noche. Un poco antes habíamos localizado nuestro lugar para pernoctar. Para quien no halla estado por la zona en esos tiempos, le sugiero que cierre los ojos y mentalmente suprima todo, absolutamente todo lo que hay ahora edificado por allí: cuarteles, bolas, alambradas, etc y trate de”ver“aquel espacio silvestre. Una maravilla. Me lo pueden creer. Bien, donde hoy están las edificaciones había un refugio antiaéreo, subterráneo. Teníamos que estar muy cerca para ver los accesos a la entrada que estaban a ras del suelo. Se iniciaba con unos estrechos escalones que bajaban a un habitáculo de 3×4 aproximadamente. De alto tendría unos 2 metros. El caso es que este refugio nos aliviaba de llevar una tienda que, entre telas, tubos y accesorios no te cuento lo que pesaba. Encendimos un farolillo y con una camping gas nos preparamos una sopa. Arreglamos unos bocadillos de atún y una lata de melocotón en almíbar. Que poco y que mucho. La gloria mi amigo. Salimos a ver las estrellas y a escuchar sonidos que solo se perciben por estos lugares…¿me siguen?…como diría un buen amigo. Bajamos al bunker, un ratillo de charla y al talego, bueno al saco, que debía contener plumas de pato viejo pues el frío del cementoso suelo lo traspasaba. Por la mañana ensamblamos nuestro desordenado esqueleto colocando los cuadriles en su sitio y subimos a ver amanecer. Sobre las 09.00 horas en marcha hacia el Campanario, bajamos por el Cañadón del Hierro finalizando nuestra caminata en Rosiana. Así fue y así lo he contado.

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<p>Vicente García Rodríguez</p>
<p>Septiembre de 2.010</p>
<p>Fotos colección Vicente García.</p>
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