Relato.
Ahí más allá se nos estropeó la TV. Últimamente el dichoso aparato se había convertido en algo parecido al enorme remolino ese, creo que se llama Saltstraum, que está por la costa norte de Noruega o a un galáctico agujero negro. Se lo tragaba todo: pensamientos, conversaciones y más cosas. Oh, no nos dejaba lugar ni para discutir. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad que nos brindaba su desajuste? Nos planteamos de cómo podríamos resistir la ausencia del diabólico artefacto y nos trazamos un estratégico plan. Decidimos, por unanimidad-somos dos-suplir su opiácea adormidera haciendo memorias de nuestros ayeres. Después de 53 años algo habrá que recordar. Digo yo. Bien, lo primero que rescatamos fue la época de nuestros primeros paseos por la Avenida de Las Canteras. 1952. Del Viera hasta la Factoría de Escobio, en la Puntilla, pasando frente al Costa Bella debajo del Real Club Victoria, el bar Juan Pérez y el colegio colgante de Doña Librada. Por allí, por el bar Toledo le tiré los primeros tejos. Ni caso. Ya caerá, me dije. El que cayó fui yo. Recordamos las interminables idas y venidas en el Parque de Santa Catalina, en aquel tiempo con las verdes cadenas de gruesos eslabones que en parte la rodeaban. También los recorridos por la calle de Triana. Volviendo a las Canteras, recordamos que, acodados en la barandilla del antiguo y airoso Balneario, situado al final de la calle Tomás Miller, le pedí que saliera conmigo. ¿Qué le dije?, ya ni me acuerdo. Se comprende que le gustó porque todavía la tengo aquí conmigo. De cuando la agarré por un brazo, tanteando, y casi me suelta un bofetón. Después no. Estate quieto, me dijo, que luego le van con el cuento a mi madre de que nos vieron de bracillo por la calle. ¡jo!, igualito que ahora. Mal limpriaditos años. En esto coincidimos los dos. De cuando el padre nos obligaba a estar de vuelta en casa con la luz del día. Con que prisas y agitaderas regresábamos en los menguados días de invierno. Muchas veces nos salvábamos porque nos recogíamos, oscuro ya, en casa de una tía, no de las de ahora, si no de una tía, tía, o sea hermana de su madre. Benditos fueron los largos días del verano Recordamos también, como no, los bailes que organizaba Marrero en una casa, por allí por la calle Ferreras, o los que se celebraban en la azotea de la casa de Paquita Asensi, cerca del Trocadero. Orquesta, un pic up ultimo chirrido, con discos de aquellos grandes y negros, melodías con la orquesta de Glenn Miller, Xavier Cugat y otras. Canciones por Bing Crosby, Dean Martin, Antonio Machin y más. Hablamos de los inolvidables días de playa en el Charcón, en la Barra, en la Peña la Vieja. Esos veraniegos días los disfrutábamos como si se fuera a acabar el mundo. ¡Yaahs!, estábamos nuevitos del trinque. Recordamos cuando los hijos eran pequeños y las perretas que agarraban para no ir a la escuela. De cuando nos íbamos con ellos de acampada a la Cumbre, a Tamadaba, a la Presa de las Niñas y tantas cosas más. La verdad es que por culpa de la tele solo nos veíamos de perfil. Ahora que la veo de frente, me doy cuenta de que le han salido unas preciosas arrugas…perdonen un momento, tengo que cortar pues están tocando a la puerta…¡ay mi madre! es el del taller de la tele… que pena. Que le vamos a hacer. Trataremos de compaginar la TV. con algunas conversas y eso.
Final. La tele, creo yo, es como una tarjeta de crédito: debe de estar a nuestro servicio y no al revés.
Saludos y hasta otra.
Vicente García R.
Julio de 2010.