Sin duda alguna, no está siendo ésta una buena época para la playa de Las Canteras. Nuestro buque insignia playero, la joya de la corona, lleva varias semanas acaparando un protagonismo sombrío en los medios de comunicación provocado por la manifiesta incompetencia de quienes tienen la responsabilidad gobernar la ciudad. La pérdida de la Bandera Azul en la playa capitalina, tras 21 años ininterrumpidos ondeando, supone el colofón a una alocada espiral de despropósitos gubernamentales, la máxima expresión de la desidia municipal en el mantenimiento de unos servicios básicos que se han precarizado de forma notable. La última trifulca pueril de nuestro coordinado grupo de concejales de gobierno viene a cuento de la limpieza de la barandilla de la playa. Tres años sin limpiarla y aún están de reuniones para averiguar a qué concejalito le corresponde esa competencia. Así ha transcurrido el mandato saavedriano, entre estocadas, mandobles y zancadillas internas que se transforman en tristes piezas para la antología de la necedad.
Ahora bien, uno es siempre fiel a su esencia. El daño causado a la imagen de la playa merece un derroche de propaganda, por lo que la soflama oficial es que no se ha denegado la Bandera Azul, sino que no se ha solicitado para no correr el riesgo de perderla. La manta corta, esa con la que te destapas los pies cuando tratas de abrigarte la cabeza. O el símil deportivo, no nos presentamos a jugar el partido porque es probable que lo perdamos. Pero el análisis debe ser otro; ¿qué le ha pasado al equipo para que después de tres años de trabajo nuestra defensa sea un coladero, el medio campo habite en la Luna de Valencia y los delanteros no le marquen un gol ni al lucero del alba? La respuesta es evidente; si el entrenador ni está ni se le espera, se tienen estas consecuencias. Por primera vez en 21 años, Las Canteras no reúne los requisitos para obtener la Bandera Azul, ¿le echamos la culpa al utillero o asumirá al fin algún tipo de responsabilidad el entrenador de la ciudad?
En un ejercicio de lealtad que le honra, el concejal de playas se ha inmolado políticamente asumiendo de forma exclusiva toda la responsabilidad de la bochornosa pérdida del galardón. El pequeño inconveniente es que al igual que uno es peón cuando la reina gana la partida, ante el fracaso tampoco tiene espalda suficiente para la carga en solitario. Una decisión de ese tipo no la toma un simple concejal, por lo que la reina, alfiles y torres de este gobierno -los Saavedra, Hernández y Franquis (…), siempre dispuestos para la foto de los éxitos –escasos, muy escasos-, no pueden esconderse en medio del descalabro.
La sucesión de desbarajustes vividos en Las Canteras es un buen termómetro para medir el grado de descomposición de un gobierno decepcionante. La temperatura está que arde, y al tiempo se anuncian tempestades. Hoy es la barandilla, ayer fueron los indigentes, antes de ayer los bancos y las jardineras. Con este nivelazo de agenda municipal, ¿cómo esperar algún resultado positivo con las cifras del desempleo local, los problemas económicos, el transporte público o nuestro futuro urbanístico? Así va el gobierno del “amor a la ciudad”, como un grupo de bomberos que se pisan la manguera unos a otros. Este grupo de ediles no es que esté quemado, sino que ya se ha achicharrado. Los concejales que no están desaparecidos –la inmensa mayoría-, andan como sonados, sin rumbo alguno. El barco se hunde en unas aguas sin bandera, pero quien paga las consecuencias es la ciudad en su conjunto.
Ángel Sabroso.